XX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
El Milagro del Diálogo
Jesús sale de las fronteras de Israel por segunda vez y se adentra en territorio
pagano, esta vez en la región de Tiro y Sidón (Mt 15,21-28). Una mujer cananea,
madre de una endemoniada implora la misericordia de Jesús, el Señor. Pero todo el
relato se concentra en el diálogo que comienza con la iniciativa de la mujer que se
dirige a Jesús pidiendo su ayuda y concluye con el elogio a ella por parte de Jesús.
Tres intervenciones de Jesús fuerzan la conversión de Jesús. La mujer insiste en el
diálogo con Jesús intercediendo a favor de su hija, pero en la última intervención se
aborda el tema de la salvación entre los paganos. Jesús pasa de la indiferencia y
del rechazo a un elogio final de la fe. Mateo coloca el milagro del exorcismo en un
segundo plano, pues el primer plano lo ocupa el diálogo de la mediación en la mujer
extranjera y Jesús.
Una mujer, extranjera y necesitada, pero profundamente creyente y convencida de
que Jesús puede ayudarle, le ruega ser atendida en la necesidad con la fórmula
litúrgica: “Seor, ten piedad”. Desde esta peticin hasta la felicitacin de Jesús
“¡Mujer, qué grande es tu fe!, culmen de todo el relato, ha ocurrido un encuentro
personal y mediador en el cual ha aparecido el diálogo con toda su fuerza
interpelante, transformadora y creadora de una realidad nueva.
Jesús es llamado “Seor” e “Hijo de David” en reconocimiento a su seorío,
vinculado a la tradición religiosa y cultural de Israel, y utilizado como título del
mesías misericordioso especialmente en los milagros de curación. La mujer
creyente es consciente en su humildad de que las promesas de Dios se cumplen en
aquel que viene de la casa de Israel. Frente al silencio inicial de Jesús, que escucha
aunque calla, la intervención de los discípulos contribuye a reforzar y confesar la fe
de aquella mujer forastera. De este modo los discípulos cumplen también la misión
de ser mediadores en la misión de los paganos.
La respuesta de Jesús muestra su identidad personal primera. Ha sido enviado
solamente a las ovejas perdidas de Israel. Notemos que al hablar de identidades
étnicas y religiosas, y en concreto, la de Israel, Jesús muestra su misión primera,
pero no la última y principal, pues frente a la humanidad “perdida” ya no hay
identidades culturales o nacionales que nos diferencien. La miseria humana, el
sufrimiento de la enfermedad, el tormento de los endemoniados, los déficits de
justicia y derecho en cualquier lugar de la tierra nos hermanan y rompen las
fronteras. Entre las ovejas perdidas de Israel y la mujer, también perdida, de la
región de Tiro hay un denominador común y éste es la perdición, la situación
lamentable en que se encuentran. Establecida esa conexión entre Jesús y la mujer,
reconociendo esa identidad profunda de ambos por sintonizar en la experiencia
común de quien está perdido, el diálogo se convierte en un mecanismo
transformador y creador de una realidad nueva.
La respuesta de Jesús: “No es lícito tomar el pan de los hijos y echárselo a los
perros” refleja la concepcin de una salvacin que histricamente estaba vinculada
a los “hijos” de Israel en primer lugar y de la cual estaban excluidos los paganos,
denominados familiarmente como “perritos”. Pero la fe de aquella mujer cananea,
tan convincente como atrevida, arranca de Jesús lo que ya estaba latente en su
misión fundamental de salvar lo que estaba perdido. Sin embargo, el diálogo crea
una realidad nueva, hasta en las concepciones de Jesús. El ha venido a salvar lo
que estaba perdido, no solamente en Israel sino en cualquier parte del mundo. Una
mujer creyente forastera consigue adelantar la manifestación de la identidad última
del que no sólo es Hijo de David, sino el Señor e Hijo de Dios.
La fe de aquella mujer consigue lo que pretendía: Qué grande era su fe.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura.