EVANGELIO DEL DIA
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
Jueves de la XX Semana del Tiempo Ordinario
Libro de los Jueces 11,29-39a.
El espíritu del Señor descendió sobre Jefté, y este recorrió Galaad y Manasés, pasó
por Mispá de Galaad y desde allí avanzó hasta el país de los amonitas.
Entonces hizo al Señor el siguiente voto: "Si entregas a los amonitas en mis manos,
el primero que salga de la puerta de mi casa a recibirme, cuando yo vuelva
victorioso, pertenecerá al Señor y lo ofreceré en holocausto".
Luego atacó a los amonitas, y el Señor los entregó en sus manos.
Jefté los derrotó, desde Aroer hasta cerca de Minit - eran en total veinte ciudades -
y hasta Abel Queramím. Les infligió una gran derrota, y así los amonitas quedaron
sometidos a los israelitas.
Cuando Jefté regresó a su casa, en Mispá, le salió al encuentro su hija, bailando al
son de panderetas. Era su única hija; fuera de ella, Jefté no tenía hijos ni hijas.
Al verla, rasgó sus vestiduras y exclamó: "¡Hija mía, me has destrozado! ¿Tenías
que ser tú la causa de mi desgracia? Yo hice una promesa al Señor, y ahora no
puedo retractarme".
Ella le respondió: "Padre, si has prometido algo al Señor, tienes que hacer conmigo
lo que prometiste, ya que el Señor te ha permitido vengarte de tus enemigos, los
amonitas".
Después añadió: "Sólo te pido un favor: dame un plazo de dos meses para ir por
las montañas a llorar con mis amigas por no haber tenido hijos".
Su padre le respondió: "Puedes hacerlo". Ella se fue a las montañas con sus
amigas, y se lamentó por haber quedado virgen.
Al cabo de los dos meses regresó, y su padre cumplió con ella el voto que había
hecho. La joven no había tenido relaciones con ningún hombre. De allí procede una
costumbre, que se hizo común en Israel:
Evangelio según San Mateo 22,1-14.
Jesús les habló otra vez en parábolas, diciendo:
"El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba las bodas de su hijo.
Envió entonces a sus servidores para avisar a los invitados, pero estos se negaron a
ir.
De nuevo envió a otros servidores con el encargo de decir a los invitados: 'Mi
banquete está preparado; ya han sido matados mis terneros y mis mejores
animales, y todo está a punto: Vengan a las bodas'.
Pero ellos no tuvieron en cuenta la invitación, y se fueron, uno a su campo, otro a
su negocio;
y los demás se apoderaron de los servidores, los maltrataron y los mataron.
Al enterarse, el rey se indignó y envió a sus tropas para que acabaran con aquellos
homicidas e incendiaran su ciudad.
Luego dijo a sus servidores: 'El banquete nupcial está preparado, pero los invitados
no eran dignos de él.
Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren'.
Los servidores salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron,
buenos y malos, y la sala nupcial se llenó de convidados.
Cuando el rey entró para ver a los comensales, encontró a un hombre que no tenía
el traje de fiesta.
'Amigo, le dijo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta?'. El otro permaneció
en silencio.
Entonces el rey dijo a los guardias: 'Atenlo de pies y manos, y arrójenlo afuera, a
las tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes'.
Porque muchos son llamados, pero pocos son elegidos".
Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.
Leer el comentario del Evangelio por :
San Macario (?-405), monje en Egipto
Homilías espirituales, nº 15, § 30-31
«Venid a la comida de boda»
En el mundo visible, si un pueblo pequeño declara la guerra al rey, éste no se
molesta en dirigir él mismo la batalla sino que manda soldados con sus jefes y
entran en combate. Si, por el contrario, el pueblo que se levanta contra el rey es
poderoso y capaz de arrasar su reino, el rey se ve obligado a entrar él mismo en
combate con su corte y su ejército, y dirigir él mismo la batalla. ¡Mira, pues, cuál es
tu dignidad! Dios mismo ha combatido son su ejército, quiero decir con sus ángeles
y santos espíritus, viniendo él mismo a protegerte para librarte de la muerte. Ten
confianza, pues, y fíjate de qué providencia eres objeto.
Saquemos un ejemplo de la vida presente. Imaginemos un rey que encuentra a
un hombre pobre y enfermo y que siente repugnancia hacia él, pero cura sus
heridas por medio de remedios saludables. Lo hace entrar en su palacio, lo reviste
de púrpura, le ciñe una diadema y le invita a su mesa. Es así como Cristo, rey
celestial, se llega al hombre enfermo, le cura y le hace sentar a su mesa real, y ello
sin violar su libertad, sino convenciéndole por la persuasión a aceptar un honor tan
alto.
Por otra parte, se escribe en el Evangelio que el Señor envió a sus siervos para
invitar a los que quisieran ir y les hizo anunciar: «¡Mi convite está servido!» Pero
los que habían sido llamados se excusaron... Lo ves, el que invitaba estaba a punto,
pero los llamados no hicieron caso; son responsables de su suerte. Ésta es, pues, la
gran dignidad de los cristianos. El Señor les prepara el Reino y les invita a entrar en
él; pero ellos rechazan de ir. Si nos fijamos en el don que habían de recibir se
puede decir que si alguno... soportaba tribulaciones desde la creación de Adán
hasta el fin del mundo, se puede decir que nada habría hecho comparado con la
gloria que tendrá en herencia, porque debe reinar con Cristo por los siglos sin fin.
¡Gloria a aquel que tanto ha amado a esta alma que él mismo se dio y confió a ella,
así como a su gracia! ¡Gloria a su majestad!
“servicio brindado por el Evangelio del Día, www.evangeliodeldia.org”