“El banquete nupcial está preparado, pero los invitados no eran dignos de él”
Mt 22, 1-14
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
¿POR QUÉ TIENE EL HOMBRE MIEDO DE ACOGER LA VIDA QUE SE NOS OFRECE EN
EL HIJO?
El drama personal de Jefté, a causa de un voto inaudito contrario a la ley de Dios, agita a
nuestro personaje, padre victorioso, y destruye —junto con la felicidad de la única hija— toda
esperanza. El relato es un acontecimiento de revelación: muestra a dónde puede llevar el
contagio con usos y costumbres que son contrarios a la dignidad de la persona. Por otra parte,
conduce a purificar la idea que nos hacemos de Dios, a liberarla de visiones toscas y
mortificantes, a sanar la relación con él: el verdadero sacrificio grato a Dios, que es amor, es la
escucha, dejarse educar por él, seguirle, creer, amar al prójimo.
Nuestra fuerza es la fidelidad de Dios, que cuida de su pueblo, generación tras generación, y
nos implica a todos nosotros como colaboradores de su obra de salvación. La persona —sea
quien sea— no es nunca un precio que debamos pagar para garantizarnos la consecución de
un objetivo. Hay itinerarios que constituyen un compromiso constante, personal y comunitario,
bajo la acción del Espíritu. Sin embargo, hay que pasar siempre por una «puerta estrecha»:
perder nuestra propia vida por Cristo y el Evangelio (cf Lc 9,24), a fin de reencontrarnos a
nosotros mismos en la verdad de la «imagen y semejanza» de Dios. El silencio contemplativo y
acogedor del misterio de Dios es su espacio.
¿Por qué tiene el hombre miedo de acoger la vida que se nos ofrece en el Hijo? Es la pregunta
que surge al considerar, a la luz del fragmento evangélico que hemos leído, a la humanidad de
hoy. Precisamente por esto, al ponernos el traje nupcial —el vestido de oro de Cristo
resucitado, símbolo de novedad de vida—, se nos invita a salir a lo largo de las encrucijadas de
los caminos, a los transportes públicos, a los lugares de reunión lúdica y allí donde se está
apagando el hombre en su dignidad, para llamar. El evangelio de hoy no nos habilita para
realizar una lectura introspectiva. Nos invita a entregarnos a nosotros mismos y a abrir caminos
valientes para anunciar por todas partes el misterio pascual —a saber:
al Esposo muerto y resucitado— a todas las generaciones, a fin de celebrar la vida con ellas.
Sin memoria no hay ni un presente fecundo ni un futuro de esperanza.
ORACION
El misterio del rechazo y la tenacidad del amor. Hasta el castigo, Señor de la vida y de la luz,
nace de tu amor, que quiere abrir con cada uno —persona o pueblo— el camino hacia la casa
del Padre. Tú, Señor, nos guardas como el águila que protege a su nidada, nos enseñas a
volar hacia lo alto para darnos la posibilidad de ver todo con ojos que la obra del Espíritu ha
hecho penetrantes, nos atraes a ti con vínculos de amor, nos revelas quiénes somos y cuáles
son los verdaderos destinos del mundo. Y, a pesar de todo esto, nuestros bienes, nuestros
asuntos, nuestros pensamientos, nuestras verdades, las llamadas del consumismo y del
hedonismo, nos resultan tan atrayentes que te damos la espalda. Es la ceguera de un Jefté
que, aun con las mejores intenciones, sacrifica vidas humanas. Es la dureza del corazón
modelado en el horno de los egoísmos colectivos. Es la luz fría que contamina las relaciones
entre los hombres y con el orden creado.
Quisiera asir algo del secreto de tu amor, apoderarme de él y poder traducir yo también los
gemidos del hombre en mi entrega por ellos, en el amor que se consuma al comunicar vida y
esperanza.