XXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Is 22, 19-23; Rm. 11, 33-36; Mt. 16, 13-20
En aquel tiempo llego Jesús a la región de Cesarea de Filipo hizo esta pregunta a
sus discípulos: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?”. Ellos
contestaron: “Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o unos
de los profetas”. El les pregunto: “Y vosotros, ¿quien decís que soy yo?” Simn
Pedro tom la palabra y dijo: “Tu eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Jesús le
respondi: “Dichoso tu, Simn, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado
nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo”. Ahora te digo yo: “Tu
eres Pedro, y sobre esta piedra edificare mi Iglesia, y el poder del infierno no la
derrotara. Te daré las llaves del Reino de los Cielos; lo que ates en la tierra,
quedara atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedara desatado en el
cielo”. Y les mando a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.
En el evangelio de este presente domingo, Cristo se presenta como la revelación de
Dios. Es lo que en otras palabras Jesús le dice a Felipe: “…quien me ha visto a mí,
ha visto el Padre…”. Dios ha hecho, por lo tanto, a su propio Hijo un don para
nosotros, pues no tiene nada ya que reservarse. En estos tiempos modernos, donde
lamentablemente predomina una visión relativista de la vida, que niega la
existencia de una verdad absoluta y la verdad es tomada como una opinión
particular, el cristianismo se presenta como una realidad antagónica para el hombre
moderno que considera al cristianismo como una realidad de vida intransigente o
integrista. El centro de la vida cristiana es persona de Cristo, quien ha dicho de si:
“…yo soy el camino, la verdad, y la vida…”; y esto, para la esencia del seguimiento
de Cristo, no es opinable.
Ya en el libro del Éxodo, cuando Moisés le pregunta a Dios cual es su nombre, este
le responde: “…les dirás: yo soy el que soy…” En el evangelio de este domingo,
Cristo nos hace una pregunta a todos nosotros, que es la misma que le hizo a sus
discípulos hace XXI siglos, y que hoy es tan actual y fundamental para nuestra
vida, que no la hace por medio de la Iglesia: “…y vosotros, quien decís que soy
yo?”.
La certeza fundamental de la iglesia, el descubrimiento que ilumina todo el Nuevo
Testamento, es que con la vida, la muerte y la resurrección de Jesús ha realizado
Dios un gesto supremo, y que ahora ya todo hombre puede tener acceso a El. Este
gesto único y definitivo puede adoptar nombres diversos según las perspectivas.
Las formulas mas arcaicas, desde la antigüedad, reclaman sencillamente esta
verdad: “…a este Jesús crucificado, Dios lo ha hecho Seor y Cristo,…la promesa es
para vosotros y para vuestros hijos…”. Podemos decir que Dios se ha hecho al
alcance de los hombres, a través de un hecho inaudito de poder y de amor, donde
se nos ha ofrecido a través de la persona de Cristo a cuantos quieran y acepten
acogerle como su profeta, su maestro, su Señor.
Este Jesús de Nazareth se identifica con el Dios de la antigua alianza: Dios Uno y
Trino, a través de la expresin: “quien dice la gente que soy yo?”, esa frase: “soy
yo”, hace alusin directa a Dios mismo. Y como dirá san Pablo en la carta a los
Filipenses: “…Cristo a pesar de su categoría de Dios…no retuvo ávidamente su
dignidad, sino se despojo…se hizo hombre…”. De esta manera el Dio creador entra
en el tiempo para hacerse cercano, en todo menos en el pecado. Por eso, Cristo, en
este pasaje del evangelio, se presenta como la piedra angular, como dice el salmo:
“…la piedra que desecharon los arquitectos, se ha convertido en piedra angular…”.
Con su pregunta, Cristo quiere ayudar a sus apóstoles, a sus oyentes, a
comprender que en El se cumplen todas las promesas hechas por Dios Padre a
través de los profetas. Por eso Cristo es la revelación del Padre.
Podemos decir la pregunta: “…quien soy yo…”, es una pregunta que implica una
respuesta no solo de carácter objetivo, sino también de carácter subjetivo. En otras
palabras, Cristo es la verdad de Dios, y a Cristo se le confiesa como salvador. No
podemos separar la verdad objetiva de la verdad vivencial y existencial de la vida,
pues la verdad es una. A Pedro, que confiesa que Cristo es el Hijo de Dios, Jesús le
hace presente que la respuesta ha sido un don de Dios en su vida.
Nosotros como creyentes, vivimos también de este don de Dios, a través de la
efusión del Espíritu Santo, por el bautismo recibido. En consecuencia, tenemos que
considerar que en cada persona Dios tiene que hacer, lleva una pedagogía
particular y personal para que cada uno de nosotros, como Pedro, podamos decir
que Cristo es el Señor, pero no solo porque es la verdad, sino porque esta verdad
objetiva se hace fuente de vida y luz que ilumina el caminar. Por eso, san Pablo en
varios momentos de sus cartas hace presente que nuestra vida esta oculta en la de
Cristo, y sostiene: “…ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mi, y
mientras vivo en este cuerpo, vivo de la fe en Dios, que me amo hasta dar la vida
por mi…”.
San Juan Crisstomo, en su homilía 54, comenta lo siguiente: “…y yo te digo: tu
eres Pedro y sobre esta piedra edificare mi Iglesia…”. Nuevamente la palabra
“piedra tiene relacin con el salmo que se refiere a la “piedra que desecharon los
arquitectos”. Esta piedra, a la que hace referencia el evangelio en la confesión de fe
de Pedro, no tiene otro fundamento que el mismo Cristo: “piedra angular rechazada
por los arquitectos…”.
Esto nos hace presente que en la Iglesia el ministerio del sumo Pontífice, o sea el
Papado, tiene como razón de ser el de cimentarnos en la vida de Cristo, piedra
angular. Por eso en el evangelio de Lucas, antes de la narración de la pasión de
Jesús, Cristo le hace una profecía a Pedro: “y tú, cuando vuelvas confirma a tus
hermanos en la fe…”. Podemos entonces entender, ahora, a que fe se estaba
refiriendo Jesús; a esta, en la que se funda la Iglesia, que es la misma persona de
Cristo, piedra angular rechazada por los arquitectos.
El evangelio de la presente semana, como toda palabra de Dios se actualiza en
cada generación, y en cada tiempo Cristo, la piedra angular, fue rechazado en su
tiempo, como lo es ahora: pero también nos asiste la profecía y la promesa de
Cristo: “…las puertas del Hades no prevalecerán…”.
Estimados hermanos, el Señor nos ayude a vivir unidos como el sarmiento a la vid,
para que no solo confesemos a Cristo como Señor, sino que también fructifique
nuestra vida en la gracia.
Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
poscarbalcazar@diocesisdelcallao.org