Ciclo A. 2º domingo de Pascua
Mario Yépez, C.M.
Tenemos que entrelazar estas palabras: resurrección y misericordia. Sólo desde la
misericordia de Dios se puede entender el Misterio Pascual de Cristo. La alegría de
saber que Cristo ha resucitado confirma todo el amor de Dios manifestado a los
hombres y que en su Hijo ha llegado a su plenitud.
La carta de Pedro nos recuerda todo lo que hemos alcanzado gracias a la acción
salvadora de Jesucristo y esto hace posible que nuestro estilo de vida sea distinto
para este mundo. La vida comunitaria es una expresión fehaciente de que vivimos
en la alegría pascual. Si Cristo nos llama a una vida que no se acaba con la muerte,
tenemos que ayudar a los hermanos a trascender las realidades temporales en
función de nuestra fe en Cristo. Es aquí en donde a confianza destruye la
increencia; es lo que pide Jesús a sus discípulos y de manera especial a Tomás.
Para aceptar la misericordia de Dios es preciso tener un corazón humilde, capaz de
dejarse sorprender por el Dios de la vida y de la alegría. Las huellas del crucificado
confirman que el mismo Cristo que murió en la cruz ¡ha resucitado! Los apóstoles
dieron testimonio de ello y nosotros lo creemos y somos dichosos y compartimos
esa alegría en comunidad. ¡Cuánto podríamos aprender del ritmo de vida de la
primera comunidad cristiana! Cuando uno recibe misericordia, debe procurar dar
misericordia; cuando uno recibe amor uno debe brindar amor; cuando uno ha sido
resucitado por la gracia de Dios uno debe ayudar a que otro también pueda ser
resucitado de la muerte y el pecado.
No te olvides que tú también has sido salvado ¡acepta la misericordia de Dios que
se derrama en tu vida!
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)