III Domingo de Adviento, Ciclo C
Padre Julio Gonzalez Carretti O.C.D
Este tercer Domingo de Adviento, nos exhorta a vivir con alegría la espera. Es la
alegría de verse perdonados, y de saber que Dios está en medio de su pueblo,
salvando. La verdadera alegría, nace de la conversión progresiva y serena del
corazón, lo que refuerza la esperanza haciéndola auténtica. ¿Qué debemos hacer
para ser mejores? Ser caritativos para que vacíos de nosotros mismos, Dios
encuentre espacio en nuestras vidas para encarnase en ellas por la fe que el
Bautismo y el Espíritu Santos nos entregan como don y responsabilidad que asumir
cuando asumimos el ser cristianos.
DOMINGO
Lecturas bíblicas
a.- Sof. 3, 14-18: El Señor se alegrará en ti.
El profeta canta de júbilo, la acción que Yahvé tiene prevista para Sión: una edad
de oro para Israel. Describe esta realidad con imágenes conocidas: la alegría de
Israel por la derrota de sus enemigos y su ruina como efecto de la presencia divina
en medio de ellos. A esto se une el regreso de los desterrados, que formarán un
pueblo de renombre excepcional, en medio de todas las naciones. La fuerza de este
texto radica en la presencia de Yahvé en medio de su pueblo como rey: “Yahvé, rey
de Israel está en medio de ti, ya no temerás mal alguno” (v. 15). Este texto de
Sofonías es un preludio de la Encarnación del Verbo, del Emmanuel, del Dios -
Yahvé en medio de su pueblo. Lucas lo usa cuando quiere hablar de de Jesús como
Dios Encarnado en medio de nosotros (cfr. Lc. 1, 28-33; Sof. 3, 15-17). La nueva
Sión es María, para Lucas, a quien se le garantiza que no tema, porque Yahvé está
con Ella, para que en su seno se haga presente el Salvador y Rey. María representa
el nuevo Israel, como Madre. En verdad es Madre de todos los hombres redimidos,
de Cristo Jesús, de la Iglesia.
b.- Flp. 4,4-7: Estad siempre alegres en el Señor; él está cerca.
El apóstol Pablo, en plena sintonía con el profeta Sofonías, expresa su deseo que el
cristiano sea un hombre alegre, por la salvación que ha conocido en su vida,
compartida en la comunidad eclesial, en el ejercicio de las virtudes: la clemencia, la
oración, la acción de gracias, y por sobre todo la paz, que va a custodiar sus
corazones y mentes en Cristo Jesús. San Pablo usa el sustantivo, unido a su trabajo
apostólico, como fruto del Espíritu (Flp 1, 25; Gál 5, 22) con lo que acentúa su
carácter escatológico (cfr. Rm 12, 12; 15, 13). Esta alegría se anuncia de principio
a fin en esta epístola, y crece mediante el anuncio de Cristo. El presente y el futuro,
son tiempo de preparación que dirige su atención sobre el día del Juicio que hay
que preparar con una vida santa de fe, alegría por la salvación que nos ha sido
dada en Cristo Jesús. La recomendación del apóstol es para todos los tiempos.
c.- Lc. 3, 2-3. 10-18: ¿Qué hemos de hacer?
La verdadera conversión exige hacerse la pregunta: ¿Qué tengo que hacer? En este
pasaje, por tres veces, se lo pregunta a Juan la gente, los publicanos, unos
soldados: “¿Qué hemos de hacer?” (vv. 10. 12. 14), como respuesta a su
predicación, que exige la conversión de los pecados (cfr. Hch. 2,37). Esta inquietud
por las obras, determina de alguna forma el grado de conversión que vamos
logrando. La verdadera conversión nace de un amor sincero a Dios y al prójimo, el
compartir con los demás lo mucho o poco que tengamos. El Bautista exige
misericordia amor al prójimo. Los publicanos (v.12), mal visto por el pueblo por su
fama de ladrones, sin embargo, no están excluidos del camino de la salvación.
Toman en serio la penitencia, dispuestos a cambiar de vida debido a la predicación
del Bautista. Juan les exige, no que renuncien a su profesión sino enriquecerse en
forma fraudulenta. Podían pedir un suplemento, sobre los impuestos, con lo que se
hacían su sueldo, por ello les advierte: “El les dijo: No exijáis más de lo que os está
fijado.” (v.13). Jesús suscitará en Zaqueo el deseo de restituir lo mal adquirido y
reparte sus bienes con los pobres, había llegado la salvación a su casa (cfr. Lc.
19,1-10). Llegan también unos soldados que serían mercenarios de Herodes
Antipas, por lo tanto, gentiles con lo que se confirma que la predicación del Bautista
va más allá del judaísmo. Los pecados de los soldados son el uso de la fuerza y la
violencia, la codicia y los excesos. Juan les manda contentarse con la paga que
reciben. Tampoco les exige dejar de ser soldados ni especiales prácticas ascéticas.
Pablo, más tarde recomendará seguir en la condición que el Señor le consignó,
cuando Dios lo llamó (cfr.1Cor. 7,17). Juan Bautista sigue más bien la línea
profética: hacer el bien, ser justos, humillarse delante del Señor (cfr. Miq. 6, 6-8).
La actividad del Bautista, generó muchos interrogantes, un gran movimiento
religioso, hasta hacerse la pregunta: ¿No será Juan el Mesías? En ciertos ambientes
se presentaba a Juan como el enviado de Dios (cfr. Jn.1, 6-8.15.19). Su existencia
se orienta hacia la vida de Jesús; sus historias de la infancia así lo declaran,
relación establecida por Dios. Si Juan es grande, Jesús es el mayor, Juan es profeta
y prepara el camino, pero Jesús es el Hijo de Dios y el que desde el trono de David
reina para siempre. Jesús es el más fuerte (v.16). Juan se reconoce de prestarle
hasta este servicio, propio de esclavos. El gran Juan Bautista, reconoce la grandeza
de Jesús. La fuerza de Jesús está en su persona y en sus obras. Mientras Juan
bautiza con agua; Jesús lo hace Espíritu Santo y fuego (v.16). El Mesías comunicará
el Espíritu Santo prometido para los tiempos del Mesías, a los que están en el
camino de conversión iniciado por Juan. En cambio, a los que rechazan el Espíritu y
la conversión, les promete el fuego del Juicio; Jesús dicta la sentencia de salvación
o condena. Juan el Bautista, como Precursor, prepara el camino, su bautismo de
agua prepara los acontecimientos escatológicos. Jesús es el Juez de l final de los
tiempos (v.17). Mientras el trigo se guarda, la paja se quema, Jesús, el Mesías,
viene a separar a los buenos de los malos, los primeros son conducidos al Reino de
Dios, en cambio los malos van al fuego inextinguible de la condenación. Adviento es
el tiempo, el ahora, en que Jesús tiene el bieldo en la mano, hace que el mensaje
de Juan Bautista sea el mejor anuncio que nos podían haber dado todos lo profetas
del pasado: la salvación está alboreando, ya llegó, es Jesús de Nazaret, está por
venir como Juez a limpiar su era y gardar su grano. Juan anunciaba el Evangelio
(v.18). La predicación de Juan son buena noticia, Evangelio: él es mensajero de
gozo, alegría, por la cercanía de la salvación, la llegada del Esposo. La predicación
de Jesús es ante todo de salvación, y no de perdición, la penitencia de Juan está al
servicio de la salvación anunciada por Jesús, y por ello es Evangelio (cfr. Mc.1,1;
Hch.10,36s). Juan Bautista, su testimonio es comienzo de evangelio vivificante por
el Espíritu que lo anima.
Teresa de Jesús si hay una cualidad que animó su vida fue la alegría, fruto de la
oración y de la acción del Espíritu de Dios en ella. “Alégrate, ánima mía, que hay
quien ame a tu Dios como El merece. Alégrate, que hay quien conoce su bondad y
valor. Dale gracias que nos dio en la tierra quien así le conoce, como a su único
Hijo. Debajo de este amparo podrás llegar y suplicarle que, pues Su Majestad se
deleita contigo, que todas las cosas de la tierra no sean bastante a apartarte de
deleitarte tú y alegrarte en la grandeza de tu Dios y en cómo merece ser amado y
alabado y que te ayude para que tú seas alguna partecita para ser bendecido su
nombre, y que puedas decir con verdad: Engrandece y loa mi ánima al Señor.”
(Exclamaciones 7,3).