Una mujer encantadora llamada María
Domingo 4º. De Adviento 2012 C
Cómo me conmovió aquella mujer que me platicaba de la preñez de su quinto hijo,
ella estaba anémica, imposible de atención médica, su marido era un borracho
perdido y la tenía amenazada con grandes castigos en caso de que quedara
embarazada, el conseguir el pan para el resto de sus hijos se hacía cada vez más
difícil porque las lavadas y las planchadas que le confiaban le había sido retiradas
por su estado de preñez. Sin embargo ella anhelaba la criatura que ya llevaba en su
seno y habría dado la vida misma por que aquella criatura naciera y naciera sana, a
pesar de la situación tremenda que encontraría a su llegada.
Esto me hizo pensar en aquella mujer, singular entre todas las mujeres que fue
escogida desde siglos para ser la madre del Salvador, “el jefe de Israel… el que se
levantaría para pastorear a su pueblo, con la fuerza y la majestad del Señor su
Dios”, María. A ella le fue confiada la maternidad divina, a ella que creyó en la
palabra del Señor su Dios y que por lo tanto tuvo la dicha de llevar en su seno al
Salvador de todos los hombres. Ella concibió por obra del Espíritu Santo, pero a ella
y a nadie más se le confió aquel secreto, y ya me imagino lo que sufriría para
manifestarles su misterio a sus padres y a su esposo. Primero sus padres, gente
buena, sencilla, de una aldehuela de las montañas del norte de Israel, que no
podrían imaginarse que su humilde casa pudiera ser visitada por un ángel de luz
para distinguir a aquella criatura linda para ser la que llevaría en su seno al que
lideraría a todos los hombres para conducirlos por caminos de amor, de entrega y
de sacrificio, hasta la casa misma del Padre. Y luego, el descubrimiento de su
aceptación al plan de Dios a su esposo. Aquí tengo que aclarar que me imagino a
José como un hombre fuerte, joven, varonil, tierno amante de aquella mujer, para
ser precisamente su esposo, su guardián y su protector. Nunca he pensado en José
como un anciano por muy venerable que pudiera ser. Por eso me imagino el gran
problema de María para darse a conocer a su esposo. Afortunadamente la Escritura
misma sale al paso de la dificultad de María, confiándole a través del sueño, la
revelación de la presencia del Hijo de Dios en el seno de su esposa. Y este
domingo, apenas unas cuantas horas antes del día natalicio de Cristo, nos
encontramos a María después de aquellos días embarazosos, llena de vida, de
alegría y de confianza en el Dios de Israel, acudiendo al servicio de otra mujer que
necesitaba de su compañía, de su presencia y de su compañía. Un viaje de más de
cien quilómetros que realizaría quizá en compañía de sus padres o de su mismo
esposo ya convencidos todos de la bondad del Dios de Israel. Y ahí tenemos a
María, en la primera memorabilísima procesión eucarística, convirtiendo su cuerpo
en la mejor custodia para mostrar a su Hijo Jesús. ¡Qué bella imagen para los
pintores y escultores, la de aquella mujer encinta! En el santuario que conmemora
aquella visita, hay una escultura que presenta a dos mujeres con aquel bellísimo
arqueo de la espalda propio de las mujeres que están encintas. Y en el encuentro,
como en aquella vez que el Arca de la Alianza fue trasladada por el Rey David hasta
la capital Jerusalén, todo fueron alabanzas para la mujer que le creyó a Dios, y
como en el traslado del Arca, cuando los hombres y las mujeres bailaban a su paso,
ahora otra criatura también saltó y bailó en el seno de su Madre Isabel, la que se
mostraba indigna de recibir a aquella criatura encantadora, igual que David se
mostraba indigno de recibir el Arca de la Alianza en su casa.
El espacio se agota y no hay tiempo sino para invitar a recibir nosotros en nuestros
corazones a María, que trae consigo al Salvador para que ella nos invite y nos
aconseje para que también nosotros, dejando nuestra comodidad y la intimidad de
nuestros propios hogares, podamos salir a la casa del vecino donde sabemos que
hay necesidad, convirtiendo también nuestras pobres personas en un sacramento,
en un símbolo de ayuda, de solidaridad y de fraternidad con todos los hombres
cumpliendo así el deseo del Salvador de serlo para todos los hombres.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en
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