IV DOMINGO DE ADVIENTO C
(Miqueas 5:1-4; Hebreos 10:5-10; Lucas 1:39-45)
No se reporta este acontecimiento mucho. Sin embargo, una vez apareció en un
libro. El día en que se le nombró el laureado Nobel, el doctor Martin Luther King,
Jr., era paciente en un hospital católico en Atlanta. Entonces, recibió visita del
arzobispo de la ciudad, el monseñor Paul Hallinan. El jerarca sólo quería felicitar al
famoso campeón de la justicia por su reconocimiento ya global. En el pasaje
evangélico hoy vemos otra gran instancia de visita de felicitaciones cuando María
llega a la casa de Isabel.
María saluda a Isabel. EL pasaje no cuenta nada de sus palabras ni de su manera.
Sólo podemos imaginar a una joven llevando una sonrisa tan ancha como su cara.
Con voz emocionante echa algún comentario como, “¡que padre!”. Es como
queremos saludar a todos esta semana. No vamos a decirles lo de siempre,
“buenos días”, ni vamos a repetir lo que los secularistas piensan más apropiado,
“Felices fiestas”. No, porque celebramos el nacimiento de nuestro salvador y --
para hombres y mujeres de todas creencias – un ilustre maestro de la paz, vamos a
proclamar sin vergüenza, “Feliz Navidad”.
Cuando lo repetimos a un pobre en la calle, a lo mejor va a despertar de su
letargia. No seríamos sorprendidos si responde con aun más gusto, “Feliz
Navidad”. Es como la criatura Juan reconoce la presencia de Cristo en el pasaje.
Salta de reverencia por ponerse cerca del Salvador. Juan muestra la misma
atención que tendríamos nosotros si el presidente de la republica entrara nuestra
casa. Y tan pronto como salga, buscaríamos su retrato para colgar al punto que
llegó.
En el pasaje Isabel felicita a María por algo inesperado. No la congratula
simplemente por ser madre de Jesús. Ni le agradece por hacer el largo viaje a su
pueblo. No, la aprecia sobre todo por haber creído la palabra de Dios. Es decir
que más importante que ser joven, sana, fuerte, y valiente es tener la fe en el
Señor. Es una virtud no limitada a María sino disponible a cada uno de nosotros.
Todos podemos dejar atrás nuestros deseos y temores para cumplir la voluntad de
Dios. Si el grupo de jóvenes decide a cantar villancicos en el asilo de ancianos en
lugar de tener otro baile, ¿quién dudará que esté cumpliendo la voluntad de Dios?
Si los padres de una familia deciden a regalar libros a sus hijos este Navidad porque
ya tienen demasiados juguetes, también ellos están confiando en Dios.
Cada Navidad algunos judíos de Mobile, Alabama, cumplen la voluntad de Dios.
Estos “hermanos mayores en la fe” ayudan a los cristianos celebrar la Navidad por
tomar sus trabajos en facilidades médicas. Hacen tareas como servir comida a los
pacientes mientras los trabajadores regulares pasan el día con sus familias. ¡Que
padre! Es buena manera de felicitar al ilustre maestro de la paz. Es buena manera
de decir “Feliz Navidad”.
Padre Carmelo Mele, O.P.