Domingo 4 de Adviento
“Míranos y ven a visitarnos Señor en esta Navidad”
Este domingo el Profeta Miqueas (Miq 5, 1-4) nos precisa que el Mesías nacerá en una
pequeña aldea, la patria de David, de cuya descendencia anunciaron los Profetas nacería el
Salvador: “pero tu Belén, de Efratá, la más pequeña de las ciudades de Judá, de ti saldrá quien
será Se￱or de Israel” (Miq. 5,1). El anuncio del nacimiento del Mesías procede desde muy
antiguo. Así serán sus orígenes y sus días, de muy remota antigüedad. En esta afirmación del
profeta Miqueas podríamos ver el origen eterno y -por lo tanto- divino del Mesías que viene. Es
interesante resaltar que ni Miqueas ni Isaías hablan del padre del Mesías, sino sólo de la
Madre: “la que ha de parir, parirá” (Miq. 5,2; Is. 7,14) dejando entrever ya el nacimiento
milagroso del Mesías. Y ¿qué viene a hacer este Mesías?. Su misión consistirá en salvar y
reunir al resto de Israel, lo guiará como un Pastor y con la fortaleza del Señor, extenderá sus
dominios hasta los confines de la tierra y será portador de la paz (Ib. 5,3). Cuando
contemplamos la figura de Jesús nacido en un humilde pesebre de Belén -y sin embargo “Hijo
de Dios”- llegado a la tierra para redimirla, desde Israel hacia los confines de la tierra, trayendo
la salvación para todos los hombres, estamos leyendo prácticamente la profecía de Miqueas.
San Pablo en la Carta a los Hebreos (Heb. 10, 5-10), nos enseña que los antiguos sacrificios
no fueron suficientes para expiar los pecados del mundo, ni para dar a Dios un culto digno de
Él. Entonces el Hijo se ofrece tomando el cuerpo que el Padre le ha preparado, nace y vive y
con ese cuerpo, se ofrece como víctima en un sacrificio ininterrumpido que se consumará en la
cruz, constituyéndose en el único sacrificio grato a Dios que viene a abolir todos los demás
sacrificios y en el único sacrificio redentor del coraz￳n de todos los hombres. “He aquí que
vengo para hacer tu voluntad” (Heb. 10,7). La obediencia a la voluntad del Padre es el motivo
profundo de toda la vida de Cristo en la tierra. Desde Belén al Gólgota y al milagro de la
resurrección hay una relación indestructible. Son dos momentos de un mismo sacrificio
ordenado a la gloria de Dios y a la salvación de los hombres.
El Concilio Vaticano II nos enseña que no podemos dejar de lado la figura de la Madre de
Jesús y nos dice de ella “que por su fe y obediencia engendr￳ en la tierra al mismo Hijo del
Padre” y asociada a su vida terrena -guardiana de su corazón humano- se hace no solamente
servidora de Dios Padre, sino también de todos los hombres. Nos cuenta el Evangelio de hoy
(Lc. 1, 39-45) que María inmediatamente de engendrar a Jesús se lo lleva a su prima Santa
Isabel. María en actitud de servicio va a ayudar a Isabel porque ella también está esperando
un hijo, quien debía conocer al Salvador ya que tendría la misión –más tarde- de anunciar la
venida del Mesías. Y allí están: María y Juan, tan asociados al mismo misterio de la salvación
traída por Jesús a los hombres. Dos figuras presentes en el misterio de la salvación y por lo
tanto íntimamente unidas al tiempo litúrgico del Adviento. Este tiempo decimos que es tiempo
de conversión en la fe, para creer como creyó María y se ofreció totalmente al servicio del
Se￱or. ”Dichosa aquella que crey￳”, nos dice el evangelista Lucas (Lc. 1,45).
María nos enseña cómo una simple criatura puede -por la fe- asociarse al mismo misterio de
Cristo y llevarlo al mundo mediante un “sí” vivido constantemente en la fe y en el amor a Dios,
obedeciéndole amorosamente y llevando ese “amor puro” al coraz￳n de los hombres. ¡Si
pudiéramos vivir en la fe esta Navidad! ¡Si pudiéramos renovar nuestros corazones en el amor
del Dios que nace y de su Madre que le sirvió y nos sirve! Si todos nosotros nos propusiéramos
la meta de vivir con un poquito más de fe: ¡cómo cambiarían nuestros corazones y nuestras
vivencias -tan confundidos y estafados por la falta de valores humanos y cristianos-, tan
entregados a las cosas mundanas y al egoísmo del placer! ¡Cuánto podría cambiar nuestro
mundo, nuestros niños y jóvenes que se enloquecen y engañan con la moda del alcohol y las
mezclas perversas que les destrozan el cerebro y el corazón! Nosotros podríamos cambiar este
mundo por la gracia de Cristo que nace en Belén. ¡Ánimo hermanos!, que ésta sea una
Navidad distinta a las otras, que esté presente Aquél a quien decimos que festejamos: ¡Cristo
Jesús!
Que María Santísima nos ayude en esta Navidad a estar -por su intermedio y por la gracia del
Señor- más cerca de Jesús que nace en Belén y renacer con Él a una vida nueva.
+ Marcelo Raúl Martorell
Obispo de Puerto Iguazú