Natividad del Señor
Misa Vespertina de Vigilia
Prepararnos para entrar en el pesebre, abrir las puertas a Jesús para
que nos dé su luz y vida
El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: La madre de
Jesús estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó
que ella esperaba un hijo, por obra del Espíritu Santo. José, su
esposo, que era bueno y no quería denunciarla, decidió repudiarla
en secreto. Pero apenas había tomado esta resolución, se le
apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo:
-José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu
mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo.
Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él
salvará a su pueblo de los pecados.
Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el
Señor por el Profeta: Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo,
y le pondrá por nombre Emmanuel (que significa «Dios-con-
nosotros»). Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado
el ángel del Señor, y se llevó a casa a su mujer. Y sin que él hubiera
tenido relación con ella, dio a luz un hijo; y él le puso por nombre
Jesús” (Mateo 1,1-25).
La misa vespertina del 24 de diciembre se sitúa entre el final de
Adviento y la venida de Cristo en la carne. “ Darás (dice el ángel a
María) a luz un hijo y tu le pondrás por nombre Jesús (es decir, "el
Señor salva"), porque él salvará a su pueblo de los pecados ". Jesús
es Emmanuel: “ Dios con nosotros ". El canto del Aleluya resume todo el
espíritu de la celebración de esta tarde: " Mañana quedará borrada la
maldad de la tierra, y será nuestro rey el Salvador del mundo ".
Navidad es una Pascua (Adrien Nocent).
Hoy vais a saber que el Señor vendrá y nos salvará ” (antífona
de entrada). Nos alegramos en el misterio de Navidad. Damos gracias a
Dios Padre, ya que " por el misterio de la Encarnación del Verbo, en los
ojos de nuestra alma, ha brillado la luz nueva de tu resplandor, para
que contemplando a Dios visiblemente, seamos por El arrebatados
al amor de las cosas invisibles " (Prefacio de Navidad). La gran luz ha
resplandecido sobre nosotros, porque se nos ha dado al Salvador. Es la gran
fiesta, celebramos que Dios se hace hombre para que el hombre se haga
Dios, y eso nos alegra; pero para ello hemos de disponer nuestro corazón,
abrir los ojos a la maravilla: " Puer natus est nobis, Filius datus est
nobis ". Ha nacido para mí, se nos ha sido dado Jesús para salvarnos.
" Cuando un sosegado silencio todo lo envolvía y la noche se
encontraba en la mitad de su carrera, tu Palabra omnipotente, cual
implacable guerrero saltó del cielo, desde el trono real, en medio de
una tierra condenada al exterminio ..." (Sab 18, 14-15). Se ha abierto la
divinidad a la humanidad, el cielo se abre otra vez a la tierra, se reconcilia
uno y otro por el que es Dios y Hombre al mismo tiempo. Con la Luz se da
muerte a las tinieblas; y se ha abierto otra vez la visión del cielo.
1. Es importante abrir las puertas del corazón a esta Visita que Jesús
quiere hacernos, pues donde quiere él nacer es en nuestro corazón. Para
esto, nos decía Juan Pablo II: “Mantened vivo el sentido verdadero de la
Navidad; sed siempre conscientes de su significado auténtico: Jesús ha
nacido para cada uno de nosotros, para cada hombre, para cada muchacho
y muchacha, incluso aunque no lo sepan ni estén enterados; ha nacido para
amarnos, para salvarnos, para enseñarnos el sentido verdadero de la vida.
Por ello mantened siempre viva la alegría de la Navidad que es una alegría
inmensa, interior, sobrenatural (…). Cristo se ha hecho pobre en la noche
de Belén, pobre en la casa de Nazaret, despojado de todo en la hora de la
muerte en la cruz. En la noche de Belén, contemplamos con grandísimo
estupor el misterio de su nacimiento; ¡oh cuán pobre se ha hecho Dios! ¡oh
cuán rico se ha hecho el hombre! Bendita pobreza de Dios, que ha sido
fuente de tal enriquecimiento para el hombre”.
El nacimiento de Jesús nos hace ver que nuestra grandeza no está en
los méritos sino en el amor que Dios nos tiene. Y su genealogía, que
estamos todos interconexionados, y lo que hacemos influye en los demás y
en la historia, y que en la historia está Él.
Lux fulgebit hodie super nos, quia natus est nobis Dominus ”,
hoy brillará la luz sobre nosotros, porque nos ha nacido el Señor. Es preciso
mirar al Niño, Amor nuestro, en la cuna. Hemos de mirarlo sabiendo que
estamos delante de un misterio. Necesitamos aceptar el misterio por la fe y,
también por la fe, ahondar en su contenido. Para esto, nos hacen falta las
disposiciones humildes del alma cristiana: no querer reducir la grandeza de
Dios a nuestros pobres conceptos, a nuestras explicaciones humanas, sino
comprender que ese misterio, en su oscuridad, es una luz que guía la vida
de los hombres. La Navidad está rodeada también de sencillez admirable: el
Señor viene sin aparato, desconocido de todos. En la tierra sólo María y
José participan en la aventura divina. Y luego aquellos pastores, a los que
avisan los ángeles. Y más tarde aquellos sabios de Oriente. Así se verifica el
hecho trascendental, con el que se unen el cielo y la tierra, Dios y el
hombre (J. Escrivá).
Es tiempo de acción de gracias, porque “ hoy nos ha nacido en la
ciudad de David el Salvador, que es el Cristo, el Señor ” (Lc 2, 11).
También dar gracias por los defectos, como los árboles cuyas ramas están
caídas y hay que aguantarlas con palos, pues están llenas de fruto y no
aguantan tanto peso. Así pasa con las almas que se ocupan de los demás,
que se dedican al servicio, parece que no son mejores, porque de ellas no
se ocupan nunca, pero el Señor valora. El que juzga es Dios, y hay que
dejarle hacer a Él, lo importante de verdad no es pensar que somos mejor o
peores, sino no cerrar la puerta a Jesús, con desánimos ni preocupaciones.
Esta es la humildad más auténtica, dejar actuar a Dios.
Queremos entrar en esta ciencia divina, estar junto a la Sagrada
Familia, penetrar en esta lógica de Dios, en el portal renovar nuestra
entrega, hacernos más pequeños… y estar como la mula y el buey, o ser
como será más tarde el borrico, portador de Jesús, así podemos dejar que
Jesús nos posesione. Y seremos portadores de Dios. Si a veces nos vemos
indignos, y no nos atrevemos a ir a Jesús, porque nos vemos miserables,
vamos a contárselo a Nuestra Madre, ella nos acoge en su regazo y nos
acerca a su Hijo que está en el otro brazo.
Al estar mirando el amor de Dios encarnado, nos apenamos al ver
mucha gente que no conoce a Jesús Salvador. Vemos a Jesús que tiene frío
de amor, y por eso decimos con los himnos de la liturgia de las horas: “Te
diré mi amor, Rey mío, / en la quietud de la tarde, / cuando se cierran los
ojos / y los corazones se abren. / Te diré mi amor, Rey mío, / con una
mirada suave, / te lo diré contemplando / tu cuerpo que en pajas yace. / Te
diré mi amor, Rey mío, / adorándote en la carne, / te lo diré con mis besos,
/ quizá con gotas de sangre. / Te diré mi amor, Rey mío, / con los hombres
y los ángeles, / con el aliento del cielo / que espiran los animales. / Te diré
mi amor, Rey mío, / con el amor de tu Madre, / con los labios de tu Esposa
/ y con la fe de tus mártires. / Te diré mi amor, Rey mío, / ¡oh Dios del
amor más grande! / ¡Bendito en la Trinidad, que has venido a nuestro valle!
Amén.”
O también: “Ver a Dios en la criatura, / ver a Dios hecho mortal / y
ver en humano portal / la celestial hermosura. / ¡Gran merced y gran
ventura / a quien verlo mereció! / ¡Quien lo viera y fuera yo! / Ver llorar a
la alegría, / ver tan pobre a la riqueza, / ver tan baja a la grandeza / y ver
que Dios lo quería. / ¡Gran merced fue en aquel día / la que el hombre
recibió! / ¡Quien lo viera y fuera yo! / Poner paz en tanta guerra, / calor
donde hay tanto frío, / ser de todos lo que es mío, / plantar un cielo en la
tierra. /¡Quien lo hiciera y fuera yo! Amén. (Himno Oficio de lectura).
Mateo y Lucas no dicen todos los nombres en sus genealogías de
Jesús, juegan con cifras simbólicas, con intención catequística, con un
contenido teológico. Escribe Guardini: “¡Qué elocuentes son estos nombres!
A través de ellos surgen de las tinieblas del pasado más remoto las figuras
de los tiempos primitivos. Adán, penetrado por la nostalgia de la felicidad
perdida del paraíso; Matusalén, el muy anciano; Noé, rodeado del terrible
fragor del diluvio; Abrahán, al que Dios hizo salir de su país y de su familia
para que formase una alianza con él; Isaac, el hijo del milagro, que le fue
devuelto desde el altar del sacrificio; Jacob, el nieto que luchó con el ángel
de Dios... ¡Qué corte de gigantes del espíritu escoltan la espalda de este
recién nacido!”
Y no se dice -hubiera sido tan sencillo- «David engendró a Salomón
de Betsabé», sino, abiertamente, «de la mujer de Urías». Parece como si el
evangelista tuviera especial interés en recordarnos la historia del pecado de
David que se enamoró de la mujer de uno de sus generales, que tuvo con
ella un hijo y que, para ocultar su pecado, hizo matar con refinamiento cruel
al esposo deshonrado. ¿Por qué este casi descaro en mostrar lo que
cualquiera de nosotros hubiera ocultado con un velo pudoroso? Los
evangelistas al subrayar esos datos están haciendo teología, están poniendo
el dedo en una tremenda verdad: Cristo entró en la raza humana tal y como
la raza humana es, puso un pórtico de pureza total en el penúltimo escalón
-su madre Inmaculada- pero aceptó, en todo el resto de su progenie, la
realidad humana total que él venia a salvar. Dios, que escribe con lineas
torcidas entró por caminos torcidos, por los caminos que-¡ay!- son los de la
humanidad (J. L. Martín-Descalzo).
2. Ciro acaba de extender (538) su edicto autorizando la
reconstrucción del templo de Jerusalén. Las esperanzas de los desterrados
se concretizan en torno a un templo, y un profeta, discípulo del Segundo
Isaías, va a recoger la antorcha dejada por su maestro para cantar la
esperanza de los judíos en el templo reconstruido. Los primeros exiliados
que vuelven a Jerusalén no han encontrado, seguramente, más que una
ciudad que ha recuperado una parte de su actividad de antaño, ya que era
capital de una de las provincias del imperio de Ciro. Pero ¿qué podía
significar esa actividad en torno a un templo en ruinas y en el seno de una
población indiferente a Yahvé? El profeta sostiene los ánimos de los
exiliados poniendo ante sus ojos el futuro extraordinario de la ciudad.
Recibirá un nombre nuevo, un cambio importante que sella un cambio de
situación: la ciudad volverá a ser la esposa de Yahvé; ya no será la
abandonada, sino la esposa. Será como una joven desposada preparada
para su esposo, una imagen tanto más interesante cuanto que prepara,
con un siglo largo de antelación, el Cantar de los Cantares.
Nos muestra Isaías unas nupcias reales, de Dios con el pueblo
elegido. Unas nupcias que brillan como una luz sobre el mundo entero,
« todos los reyes verán tu gloria ». Y en la entrega definitiva de Dios a su
pueblo -que acontece en el envío de su Hijo-, Israel será « una corona
fúlgida en la mano del Señor, una diadema real en la palma de tu
Dios ». Pero no se trata de una concesión externa de poder, sino de la
creación de una íntima relación de amor, « como un joven se casa con
su novia, como la alegría que encuentra el marido con su esposa ». El
poder divino que el pueblo recibe en Jesús, y que le hace partícipe del
poder real de Dios, es el poder del amor, en el que Dios como Esposo
confiere su poder supremo a la criatura, quien de este modo, ella que era
una simple esclava, se convierte ahora en reina: la humanidad de Jesús
deviene así digna de ser adorada junto con su divinidad (von Balthasar):
“Ya no te llamarán «abandonada», ni a tu tierra «devastada»; a ti
te llamarán «Mi favorita», y a tu tierra «Desposada; porque el
Señor te prefiere a ti y tu tierra tendrá marido. Como un joven se
casa con su novia, así te desposa el que te construyó; la alegría que
encuentra el marido con su esposa, la encontrará tu Dios contigo”.
Es un "salmo real" el de hoy, cuyo fondo es la ceremonia de
entronización de un nuevo rey: el trono, los atavíos reales, la corte, el
palacio, los guardias, la campaña para vencer a los enemigos. El verdadero
"rey" era Dios. De ahí que el comienzo del poema es un "himno" que canta
el poder real de Yahveh. Observemos la letanía de alabanza que exalta el
poder cósmico del creador: - Tú dominas la soberbia del mar... -Tú
amansas la hinchazón del oleaje. -Tú traspasaste y despojaste a
Rahab (monstruo marino, potencia infernal). -Tu brazo potente
desbarató al enemigo. -Tú cimientas el orbe y cuanto contiene. -Tú
creas el norte y el mediodía... -Tú tienes un brazo vigoroso...
Pero es sobre todo esa unión de Dios y el hombre la que celebramos,
cuando Dios desposa la carne en el tálamo nupcial de María (dice S.
Agustín) y ahí comienza esa alianza en que el hombre puede desposar a
Dios por la fe: -" Has roto la Alianza y profanado su corona"... -"Has
derribado sus murallas, y reducido a escombros sus fortalezas"... -
"Has acrecentado el poder del adversario y alegrado a sus
enemigos... -"Has quebrado su cetro glorioso y has derribado su
trono"... -"Has acortado los días de su juventud y lo has cubierto de
ignominia"...
Dios nos sorprende más allá de toda previsión. Dios nos creó
para la felicidad de vivir. El es Todopoderoso. « Cantaré eternamente
las misericordias del Señor, anunciaré tu fidelidad por todas las
edades. Porque dice: tu misericordia es un edificio eterno, más que
el cielo has afianzado tu fidelidad ».
« Sellé una alianza con mi elegido, jurando a David mi siervo:
'Te fundaré un linaje perpetuo, edificaré tu trono para todas las
edades'. Encontré a David mi siervo y lo he ungido con óleo
sagrado; para que mi mano esté siempre con él y mi brazo le haga
valeroso. Mi fidelidad y misericordia lo acompañarán, por mi nombre
crecerá su poder. Le mantendré eternamente mi favor, y mi alianza
con él será estable; le daré una posteridad perpetua y un trono
duradero como el cielo ».
3. Pablo describe el comportamiento del hombre elegido con respecto
a esta gracia recibida de Dios. Sólo Dios ha «enaltecido» al pueblo elegido.
Ya en tierra extranjera, en Egipto: « Con su brazo poderoso los sacó de
allí ». « Después suscitó a David por rey ». Esta elevación procede
exclusivamente de Dios, y se produce para que el hombre elegido pueda
« cumplir todos mis preceptos »: la realeza por gracia divina es siempre
puro servicio a Dios. El salvador de la estirpe de David consumará esto en
cuanto que, como rey del universo, « no hará su voluntad, sino la
voluntad del Padre ». Este servicio se cumple en el gesto de homenaje
del último precursor, que se declara indigno de « desatar las sandalias »
al rey supremo que viene detrás de él. Todavía en el Apocalipsis, los
elevados a la dignidad real son los que adoran más profundamente al Rey
eterno (von Balthasar).
Navidad es la fiesta de la alianza amorosa. Jerusalén, ciudad
destruida y prostituida por sus enemigos, desterrada y solitaria, infiel y
pecadora, es, a pesar de todo, invitada por Yavé a unirse a El en una
alianza de amor, como una novia virgen y joven. Es ésta una de las más
bellas imágenes de lo que es Navidad, día en el que brilla hasta el exceso
el apasionado amor de Dios hacia los hombres; el total y absoluto amor,
más fuerte que la misma infidelidad.
Llucià Pou Sabaté