Natividad del Señor, Misa del día
Pautas para la homilía
La Palabra era la luz verdadera.
La Luz se hizo carne en Jesús
En la misa del día de Navidad se nos invita a meditar el prólogo del Evangelio de
san Juan. Se dice que fue tan grande la devoción de los fieles a este pasaje, que
llegaron a honrarlo como una reliquia y a valerse de él como si se tratara de un
sagrado talismán. Hacia el siglo XII comenzaron a recitarlo algunos sacerdotes, por
pura devoción, mientras volvían a la sacristía y se quitaban los ornamentos. Luego,
a causa del ruego de la gente, sobre todo de las mujeres devotas, consintieron en
recitarlo en el altar, primero en voz baja, y luego en alta voz, hasta que por fin, san
Pío V lo incorporó definitivamente a la misa; de modo de que antes de la última
reforma litúrgica la Eucaristía concluía siempre con la lectura de este profundo
pasaje evangélico.
Es de los pocos pasajes del Nuevo Testamento que afirman claramente la divinidad
de Jesús.
Puede parecer extraño que el evangelio escrito por el discípulo amado, el que
recibió a María entre lo suyo cuando Jesús expiró en la cruz, no nos hable ni de la
concepción virginal, no de su nacimiento terrenal ni de su infancia. Una de las
razones que se dan de esto es que cuando se escribió este Evangelio era necesario
reaccionar contra el fariseísmo culto, que despreciaba a los cristianos porque los
consideraba gente inculta. El evangelista responde a esta crítica ofreciéndonos una
reflexión profunda sobre el misterio del Salvador. Y para decirnos quién es Jesús no
se detiene en su nacimiento terreno, sino que se remonta a su origen eterno.
A leer este pasaje en el día de la Navidad, se nos invita a interpretar este misterio
como un misterio de Luz. Ciertamente, en Jesús la Luz se hizo carne.
Dios es Luz sin tiniebla alguna
La metáfora de la luz recorre toda la Escritura y se aplica con un sentido especial a
Dios. Así, el Sal 27, 1 canta diciendo: «Yahvé es mi luz y mi salvación, ¿a quién
temeré?» Dios es la luz que no conoce ni sombra ni ocaso. También su Ley, su
Sabiduría y su Palabra son luz porque iluminan el camino que conduce hasta Él.
«Dios habita en una luz inaccesible» (1 Tim 6, 16). O como dice la primera carta de
san Juan: «Dios es luz, en él no hay tinieblas. Si pretendemos estar en comunión
con él y caminamos en las tinieblas, mentimos y no hay verdad en nosotros, pero si
caminamos en la luz, estamos en comunión unos con otros y la sangre de
Jesucristo nos purifica de todo pecado» (1, 6-7). Uno esperaba que san Juan
concluyera diciendo que si caminamos en la luz estamos en comunión con Dios;
pero, la caridad, por ser una sola, hace que estar en comunión con Dios y con los
hermanos sea la misma cosa.
Se comprende la elección de la imagen y la experiencia de la luz, que penetra todo,
para expresar la experiencia humana del encuentro con Dios. Pero la diferencia con
la luz física está en que la Luz que es Dios necesita ser acogida por nosotros.
Dios es como una luz para quien pone su fe en Él.
En los tres primeros Evangelios la luz es el bien, mientras que las tinieblas son el
mal, la mentira, el egoísmo y toda malicia. La luz es también la perspicacia, la
lucidez, la previsión en todo lo relacionado con la salvación; mientas que las
tinieblas simbolizan la ceguera espiritual y, sobre todo, la obstinación en esa
ceguera, que comienza por no querer ver el bien ni reconocer al Mesías en la
persona de Jesús.
En las curaciones de ciegos que Jesús realizó, además de la ceguera física, quiere
destruir una ceguera más dañina. Recobrar la vista supone también sacrificar los
puntos de vista estrechos.
La Luz que es Jesús nunca deslumbra ni ciega, como ocurre con otras luces.
También el tentador se disfraza de ángel de luz para mejor arrastrar al fondo de las
tinieblas. Pero esas falsas luces contaminan la vida y acaban entristeciéndola. En
cambio, Jesús es Luz que alegra la vida.
Los suyos no la recibieron
En el cuarto evangelio la luz y las tinieblas representan dos esferas de la existencia,
tanto personal como comunitaria, que se caracterizan, ante todo, por la relación
con la persona y la obra de Jesús. Caminar en la luz es seguir a Jesús, acogerle,
tratar de conocerle, observar sus mandamientos, en definitiva, creer en él. Y ver a
Jesús es ver al Padre, entrar en la esfera divina, en la esfera de la luz. En cambio,
las tinieblas son el rechazo de Jesús.
Como en el relato de los magos, también en el prólogo del Evangelio de san Juan
aparecen dos bandos, dos familias espirituales contrapuestas: los que acogen al
Verbo, a la Luz, y los que lo rechazan; los que permanecen fieles a sus palabras y
se convierten en sus discípulos, y conocen la verdad que les hace libres, y los que
buscan por todos los medios destruirle. La pasión planea en el prólogo del
Evangelio de san Juan como en los relatos de la infancia de los otros evangelistas.
Navidad nos urgen una opción existencial en la que nos va la vida: acoger la Luz
que viene a iluminar nuestra existencia, a sanarla y transformarla, o rechazarla
para vivir en las tinieblas y sombras de muerte.
Fray Manuel Ángel Martinez Juan
Doctor en Teología - Salamanca