MISA DEL DÍA
(25 de diciembre)
Padre Julio Gonzalez Carretti O.C.D
Lecturas Bíblicas
a.- Is. 52, 7-10: Toda la tierra verá la victoria de nuestro Dios.
En este pasaje encontramos, todo un himno a la salvación de Dios para Israel. La
voz hace referencia al mensajero de buenas nuevas, que anuncia el reinado de
Yahvé (cfr. Is.40,3-6; 40,10). El profeta contempla con los ojos cerrados y abiertos
a los mensajeros que anunciaban a voz en grito la salvación de Israel, principio del
reinado de Yahvé sobre su pueblo. Estos mensajeros contemplan el regreso de los
desterrados de Babilonia, que vuelven a la nueva Sión, después de haber expiado
su pecado. Es el consuelo que Jerusalén ya ha recibido; todas las criaturas verán la
gloria de Dios, pero también las naciones lejanas, han visto la salvación (v. 7-10).
En un segundo momento, contemplamos la redención de Jerusalén, la intervención
directa de Dios, las naciones ven la acción liberadora de Dios, para que todas ellas,
reconozcan el exclusivo señorío de Yahvé sobre la historia (cfr. Is.40,1-11; 66,12-
23). Su voluntad salvífica les ha dado la libertad, ha triunfado después de la prueba
y la mejor muestra del amor de Yahvé por su pueblo es el regreso del destierro,
sólo ÉL es Dios, que en su sabiduría hace cuanto quiere. Dueño y Señor de la
historia, ahí estaban esos peregrinos que triunfantes regresan a su patria. En
Cristo, se cumple este regreso a la Casa del Padre, por ÉL, los confines de la tierra
contemplarán la salvación de Dios por medio de su Encarnación.
b.- Heb. 1, 1-6: Dios nos ha hablado por su Hijo.
El autor de la carta a los Hebreos, comienza presentando el drama de la salvación,
el drama de la revelación de Dios en la historia de los hombres, cuyo centro es su
Hijo. Revelación progresiva en el tiempo. Nos recuerda que muchos fueron los
modos en que en el pasado se fue manifestando en pequeños y grandes
acontecimientos, mediante sueños, visiones, experiencias, epifanías en la creación,
la naturaleza y en la vida de los hombres. Se sirvió de intermediarios: los profetas
que hablaron en su Nombre, como también Abraham y Moisés. Todas estas formas
fueron importantes, pero al mismo tiempo, habla a las claras que dichas
manifestaciones fueron una revelación parcial y fragmentaria. La venida de Cristo,
marca el inicio de una nueva etapa gloriosa, porque Cristo Jesús nos habla de Dios.
Pero nos habla desde su condición de Hijo e Dios, por lo tanto, capacitado para
comunicarnos una revelación plena y completa. El Hijo, puede comunicar la plenitud
de Dios, porque por ÉL, todo fue hecho; porque es “resplandor de su gloria e
impronta de su sustancia” (v. 3), es decir, igual a Dios. Este Hijo ha llevado a cabo,
la purificación de los pecados del mundo, y ahora, está sentado a la derecha del
Padre (v.3). Se describe el misterio pascual de Cristo, en categorías sacerdotales,
dejando en claro, que fue una persona histórica y no una idea, sino que el Hijo
sostiene el universo con su palabra creadora. Sólo al Hijo, el Padre lo reconoce
como tal. La entronización de Cristo a la derecha del Padre, hunde sus raíces en la
más primitiva tradición cristiana (cfr. Hch. 2,35; Rm.8,34) queriendo poner de
relieve la calidad perfecta de e irrepetible de su sacrificio a favor de su pueblo. La
superioridad e Cristo sobre los ángeles queda demostrada así: “En efecto, ¿a qué
ángel dijo alguna vez: Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy; y también: Yo
seré para él Padre, y él será para mi Hijo? Y nuevamente, al introducir a su
Primogénito en el mundo dice: Y adórenle todos los ángeles de Dios.” (vv. 5-6). Se
afirma que la ley fue dada por los ángeles, en cambio, el Evangelio fue dado por el
Hijo (cfr. Hb. 2,3-4). Los ángeles, si queda alguna duda, son inferiores al Hijo
porque la Escritura lo demuestra: a ninguno de ellos se le dijo: tú eres mi Hijo. Las
palabras que dirige Dios a los ángeles no se comparan en nada a las que dirige a su
Hijo muy amado.
c.- Jn. 1,-18: La Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros.
El prólogo del evangelio de Juan, nos introduce en el misterio de la vida y comunión
intra-trinitaria del Verbo eterno, la Palabra. Encontramos la preexistencia de la
Palabra (vv.1-5). El Verbo estaba junto al Padre, comunión personal, real y plena.
El apóstol pone como razón última, para escuchar a esta Palabra, que nos habla de
Dios. La revelación y la salvación que porta esta Palabra, tienen su origen y poder,
en su misma naturaleza. La razón de ser de esta Palabra, es hablar, y ser acogida,
para recibir una respuesta de quien la escucha. Para los hombres, es vida y luz,
todo cuanto pueden desear. Luego, tenemos su entrada en el mundo (vv. 6-13). La
mención de Juan Bautista, como testigo de la luz, nos habla que esta vida y luz, no
es una idea, sino una Persona, de la cual,, Juan, es primer testigo de la luz, que
explica el misterio del hombre pecador y redimido. La presencia de la luz y la
palabra, al entrar en la realidad humana, y ponerse delante del hombre, exige una
decisión. Esta Palabra, es parlante, por lo tanto la respuesta, es de aceptación o
rechazo. En el lenguaje de Juan, se habla de no conocer (v.10) o no recibirlo
(v.12), sinónimos de no creer en esta Palabra. Recibirlo, significa acoger la
salvación que Cristo trae consigo. Es una actitud fruto de la fe y la consecuencia es
la filiación divina, que se presenta siempre como iniciativa divina, y no como
decisión humana. Signo de este nuevo nacimiento, es que el Verbo hecho carne, no
nace, ni de la carne ni de la sangre, o sea de la posibilidad humana. El que va a
nacer viene de Dios, lo mismo el cristiano, será hijo de Dios en el Hijo. Finalmente,
el “Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros y hemos visto su gloria…” (vv. 14-
18). Llegamos al centro de este prólogo: el Verbo de Dios se ha hecho hombre por
nosotros, ha entrado en la historia humana. Ahora es sujeto de esta historia; había
venido como Palabra creadora, cuando Dios creó por su Palabra. Prodigio
admirable, Dios entra en la historia como uno más, no dejando de ser mentor de la
misma. La afirmación de la Encarnación, en la mente del evangelista, es querer dar
razón de la posibilidad que se ofrece al hombre, de llegar a ser hijo de Dios en
Cristo Jesús. Toda esta culminación del prólogo, el evangelista la escribe con una
sola clave: el amor infinito de Dios por el hombre. Por esto, el evangelista habla
que el Verbo, se hizo carne, es decir, quiere subrayar lo débil, lo caduco, la
impotencia. La infinita distancia entre el Verbo de Dios y la carne, unida en Cristo
Jesús, manifiesta el amor de Dios. El amor infinito de Dios, salva la distancia entre
un extremo y otro. Con estas realidades teológicas, el autor prepara a sus lectores,
para cuando presente a este Cristo, como Pan de vida, en su discurso sobre la
Eucaristía (cfr. Jn. 6). El Verbo se hizo carne, para ser comido, será necesario
comer la carne del Hijo del Hombre. Dios coloca su tienda entre los hombres, es la
culminación de sus venidas; ahora está entre los hombres para siempre (Jn.1,14).
Se acabó su transcurrir en la tienda, el templo, el tabernáculo, del que nos habló en
AT. En Cristo, se ha manifestado la gloria de Dios. Visión que se contempla por
medio de la fe: hemos visto su gloria, escribe el apóstol (v. 14). Finalmente, el
apóstol resalta la figura de Cristo, el Verbo hecho carne, con la figura de Moisés,
por éste nos vino la Ley, garantía de la gracia y fidelidad de Dios, para con Israel,
en cambio, por Jesucristo nos viene la gracia inconmensurable, “gracia sobre
gracia” (v.16). Ver a Dios, afirma Juan, es imposible, pero a través de Jesús,
tenemos su revelación. Jesús no da a conocer a Dios, nos lo revela, es su plena
manifestación.
Santa Teresa de Jesús, la Palabra se hizo carne, para quedarse con nosotros,
aprendió escuchando a ser discípula, hasta convertirse en maestra y teóloga,
doctora de la vida espiritual: “Quién no tiene ser juntáis/ con el Ser que no se
acaba; / sin acabar acabáis, sin tener que amar amáis, engrandecéis vuestra nada”
(Poesía 3 “Oh hermosura que excedéis”).