Solemnidad. Natividad del Señor
El Nacimiento de Cristo en el año de la fe
Cristo Jesús: ¡Cuántas herejías tuviste que sufrir en los veinte siglos desde tu
existencia sobre la tierra, desde los que sostenían que tú no eras un hombre de
verdad, sino una ficción, hasta los que negaban que tú tampoco eras Hijo de Dios,
todo reflejado en ese Credo que los cristianos rezamos distraídamente durante las
misas de los domingos! Quizá esa sea otra de tantas herejías que tú has tenido que
soportar, la de los cristianos que miran con indiferencia tu nacimiento y tu
presencia entre los hombres, viviendo como si tú nunca hubieras existido, haciendo
de su vida un largo paréntesis de siete días sólo interrumpido con cierto enfado
para la Misa dominical. La de la herejía de tus hermanos los bautizados que miran
con indiferencia el acontecer de sus hermanos los hombres, hasta hacer cada día
más grande esa vergonzosa diferencia entre los que tiene y los que no tienen, los
que visten y los que van de harapos, los que tienen casas de sobra y los que no
tienen en qué caerse muertos. Hoy hasta santa Claus se ha apoderado de tu lugar y
se presenta bufonamente como el de los regalos, los adornos y la sonrisa, pero ahí
estás tú ahora como el que da la paz, y la alegría, y el sosiego que nos hace falta a
los hombres. Felicidades, Cristo Jesús, ilumina a tus hermanos para que puedan
asentarte este año en su propio corazón del que nunca tendrías que haber sido
desplazado.
María, ¿cómo podríamos separarte de tu hijo Jesús si fue lo más valioso que pudiste
recibir del Buen Padre Dios? ¿Y cómo pensar que podemos acercarnos a Cristo
Jesús si no te colocamos en lo más profundo del corazón y de la Iglesia para que le
sigas dando a cada mujer el orgullo de aceptar la maternidad de una criatura que
tenga los mismos rasgos tuyos y de ese Buen Padre Dios que se complace en hacer
a cada hombre distinto, con rasgos propios y no como los hombres que hacen
coches y refris y compus que se parecen totalmente unos a otros? Felicidades
María, sigue cerca de todos los hombres tus hermanos y ayúdales a considerar a
toda mujer como la compañera ideal para llegar a ser la gran familia de los hijos de
Dios.
José: ¿por qué nunca nos dirigiste una sola palabra? ¿Qué pensabas que no te
necesitábamos? Quizá por eso no abriste tu boca, sino mejor el corazón para poner
todo tu empeño y tu coraje y tu sonrisa para integrar la mejor familia del mundo,
donde el centro era precisamente tu Hijo, ese hijo que nunca fue carne de tu carne,
pero que fue más cercano a tu corazón que un hijo engendrado en la carne. Hoy
necesitamos tu presencia en los hogares de los hombres para que consideren que la
familia es el inicio de un mundo nuevo donde los hombres comiencen a amarse con
el mismo amor con el que esperamos amarnos en la presencia del Buen Padre Dios.
¡Felicidades, entonces, José, por tu Hijo Jesús, te necesitamos en cada hogar!
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en
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