“¿No sabían que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?”
Lucas 2, 41-52
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
JESÚS, NACIDO EN UNA FAMILIA HUMANA
Jesús, si bien ha nacido en una familia humana, la trasciende, porque proviene al mismo
tiempo de las profundidades del misterio de Dios. Él, creciendo obediente a sus padres,
presenta un rasgo particular: esconde el misterio de unidad con su Padre y pone de relieve
un mensaje especial que lo hace ser más sencillamente humano. María y José debieron
intuirlo y aceptarlo con humildad en su corazón. Todo cristiano es ante todo hijo de Dios,
pertenece a la familia de Dios.
El mayor don de Dios, escribe Juan, es que seamos sus hijos: “¡Miren cómo nos amó el
Padre! Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos realmente” (1 Jn 3,1-
2). No se trata de una exhortación piadosa ni de dejar «con la boca abierta» a la comunidad
cristiana. Somos verdaderamente hijos de un Padre que nos ama y todavía no
comprendemos a fondo la grandeza de este don.
La filiación divina es un germen y un don en devenir que llegará a plenitud en la visión del
Señor. Es preciso vivirla, gozarla día tras día en la fe y en la perseverancia amorosa para
poder encaminarnos con alegría al ideal que es certeza para el cristiano: seremos
semejantes a Dios. La seguridad de nuestra semejanza con Dios no se apoya sobre nuestra
conquista o sobre nuestros esfuerzos, sino sobre la bondad de un Padre, sobre el don
gratuito que nos ha concedido haciéndonos hijos suyos y pidiéndonos que la hagamos
crecer en nosotros con la acogida y el cumplimiento de su Palabra.
ORACION
Señor Jesús, la plegaria de la madre de Samuel y el silencio mismo de María ante tus
palabras en el templo de Jerusalén cuando tenías doce años, nos ayudan a reflexionar y a
orar mirando la situación actual de tantos padres que tienen una mentalidad posesiva
respecto de sus hijos. Sabemos que hasta la plena adolescencia y primera juventud los hijos
son considerados, aunque con mentalidades diversas, como pertenencia de la familia.
Cuando estos se apropian de su libertad con vistas a elecciones decisivas, profesionales,
vocacionales, comienzan los dramas, las tensiones y los fuertes conflictos familiares.
Señor, tú que has vivido esta experiencia de obediencia y autonomía en el seno de tu
familia de Nazaret, ayúdanos a comprender que la familia tiene una función educadora
incluso en el responsable distanciamiento e inserción de los hijos en una sociedad humana
más amplia.
Haznos comprender, Señor, que los hijos no son propiedad exclusiva de los padres, sino
que son tus hijos y que cada uno tiene una específica misión que desempeñar en el mundo,
especialmente si es creyente. Haznos capaces, además, de establecer relaciones nuevas en
la familia y en la comunidad, que encuentren su modelo en ti. Pero, si es verdad que los
hijos deben abrirse a una realidad más amplia que la familia, es también verdad que los
padres no deben confinarse en el horizonte formado por los hijos, porque los hijos no son
el valor supremo: el valor supremo reside sólo en ti que eres el autor de la vida y nuestro
único bien.
Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds