Homilías Domingo Cuarto del Tiempo Ordinario
+ Lectura del santo Evangelio según san Lucas
En aquel tiempo comenzó Jesús a decir en la sinagoga: - Hoy se
cumple esta Escritura que acabáis de oír.
Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las
palabras de gracia que salían de sus labios. Y decían: - ¿No es
éste el hijo de José?
Y Jesús les dijo: - Sin duda me recitaréis aquel refrán: “Médico,
cúrate a ti mismo”: haz también aquí en tu tierra lo que hemos
oído que has hecho en Cafarnaúm.
Y añadió: - Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su
tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en
tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis
meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a
ninguna de ellas fue enviado Elías más que a una viuda de
Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en
Israel en tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de
ellos fue curado más que Naamán, el sirio.
Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y,
levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco
del monte en donde se alzaba el pueblo, con intención de
despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.
Palabra del Señor
Homilías
(A)
Dirigida a los niños...
Sacerdote:
Jesús había curado muchos enfermos en Cafarnaúm, que está
cerca de Nazaret. Los de Nazaret querían que hiciera un milagro
allí también, en su pueblo, donde todo el mundo le conocía.
Querían ver a Jesús hacer “magia”. ¡Eso les entusiasmaba! Que
viniese uno y ¡zas!, milagrito, sin que ellos tuviesen que menear
un dedo... Pero Jesús no vino a hacer “magia”. ﾿Os acordáis de
las bodas de Caná? Lo importante no era que curase, sino lo que
eso significaba: que Dios es bueno y no quiere que la gente sufra.
Y si la gente tenía fe en que podían curarse, se curaban.
Niño: Y en Nazaret, ¿no tenían fe?
Sacerdote:
En Nazaret no querían saber nada más que “magia”. Eran pobres,
pero habían perdido la esperanza. Y, como Jesús era también
pobre, pensaban que el primero que necesitaba un “milagro” era
él mismo. Pero, ¿cómo podía ser que un pobre fuese tan
“poderoso” como para hacer milagros y ser “profeta”? Eso sí que
no lo creían.
Niño 1 : Yo me sé un cuento, que puede ser parecido... (Puede
leerlo...)
Una vez un cura estaba en su despacho, y reventó una presa. El agua llegó
hasta su calle como una tromba. La gente corría llena de miedo, pero él se
quedó en el despacho, cumpliendo con su deber y confiando en Dios.
Cuando el agua llega a su ventana pasaron unos en una balsa y le dijeron:
“ᄀSuba, Padre!”. Pero él dijo que no, que confiaba en Dios. Luego subió al
tejado, y luego al campanario. Y no se subió a ninguna balsa porque
confiaba en Dios. Cuando se ahogó y fue al cielo, se quejó a Dios: “﾿Por
qué no me has salvado? ᄀYo confiaba en Ti!” Y Dios le dijo: “Bueno, la
verdad es que te envié tres balsas, ﾿no lo recuerdas?”..
Niño 2.: ¡Yo me sé otro!...
“Un hombre bastante piadoso, que estaba pasando apuros económicos,
decidió rezar así: “Señor, siempre he sido bueno y nunca te he pedido nada
a cambio. Ahora soy viejo ya, y estoy arruinado. Por primera vez en mi vida
te pido algo: haz que me toque la lotería”. Pasaron días, semanas, meses...
ᄀy nada! Una noche, ya desesperado, le gritó a Dios: “﾿Por qué no me
haces caso, Señor?” Y Dios le dijo: “Y tú, ﾿por qué no compras un billete de
lotería?”...
Sacerdote:
¿Qué relación tienen estos cuentos con lo que le pasó a Jesús en
la sinagoga de su pueblo?
¿Se puede aprobar sin estudiar? ¿Qué se necesita para que haya
milagros?
(B)
Recordemos el Evangelio de hoy: Jesús, al comenzar su vida
pública, presenta en la sinagoga de Nazaret, su programa, su
mensaje, su Evangelio.
¿Cómo reacciona, al escucharle, la gente de Nazaret, sus
paisanos? Primero parece que reaccionan bien; aprueban lo que
dice y le admiran. Después la gente se pone furiosa contra Jesús
y reacciona tan mal que lo empujan fuera e incluso quieren
despeñarlo.
¿Cómo reaccionamos con Jesús, cuando oímos su Palabra?
Cuando escuchamos aquí todos los domingos la Palabra de Jesús
es fácil que aprobemos su Mensaje y admiremos lo que nos dice,
porque nos convence, nos parece un auténtico programa de
vida.
El evangelista nos ha dicho que la gente que escuchaba a Jesús,
sus paisanos, empujaron a Jesús fuera del pueblo. Nosotros,
quizás sin pensarlo, sin darnos demasiada cuenta, empujamos a
Jesús y a su Evangelio fuera de nuestras vidas, fuera de nuestra
casa, de nuestro trabajo, de nuestra convivencia social, fuera de
nuestras obras.
¿Por qué sucede esto? ¿Por qué reaccionamos así? Porque:
- Aceptar, admitir lo que Jesús nos dice es FÁCIL.
Admirar lo que Jesús hizo es FÁCIL.
- Lo difícil es aplicar a nuestra vida lo que Jesús nos dice. Lo
DIFICIL es vivir su Evangelio. Lo DIFICIL y PROBLEMÁTICO es vivir
lo que Él vivió.
Todos los domingos, al escuchar su Palabra, Jesús está dando
aldabonazos a nuestra conciencia y es como si quisiera
revolvernos interiormente, pero nosotros con facilidad lo
olvidamos y le empujamos, educadamente fuera de nuestra vida.
Pero, Jesús, nos ama tanto que no quiere que le echemos de
nuestra vida y quizá se conforme con que los domingos le
escuchemos y le pidamos perdón por haberle echado de nuestra
vida durante la semana.
Celebrar la Eucaristía es estar en comunión con él, es decir:
unidos a Jesús.
Esforcémonos, no solamente por escuchar su palabra los
domingos, sino sobre todo, esforcémonos en lo que nos cuesta:
que su Palabra esté presente en nuestra vida.
(C)
Sabemos que el Señor nos llama a todos a realizar alguna tarea
de servicio en nuestras comunidades. Tendremos que repetirnos
a nosotros mismos estas cosas para convencernos
definitivamente. Seguro que hay personas a las que les parece
que eso de la vocación o la llamada de Dios es sólo cosa de
sacerdotes o religiosos. Eso no es verdad. A todos nos llama el
Señor. Los catequistas son llamados por Dios, y los que cuidan a
los pobres, y los que visitan a los enfermos, y los que preparan
las celebraciones, y todos los que se desviven por los demás en
cualquier tarea de servicio. Detrás de todas esas personas
generosas que van haciendo un mundo más habitable hay una
respuesta a la llamada de Dios. Quizás mucha gente ni siquiera
sea consciente de ello. Dios utiliza caminos misteriosos para
hacernos llegar su llamada. La primera lectura contaba algunos
datos de la llamada de Dios a Jeremías. Él descubrió que el Señor
le llamaba a una tarea difícil: ser profeta. Seguramente sintió
miedo y pondría excusas: que era joven, que no sabía el oficio,
que no tenía experiencia.
Nosotros también solemos poner excusas cuando nos da miedo
seguir la llamada del Señor. Tenemos miedo al trabajo, a que nos
critiquen, a no acertar, a las preocupaciones que nos van a caer
encima. Se vive mejor sin complicaciones, y por eso hay tantas
personas que dudan y no terminan de decidirse nunca. Sienten
miedo. A Jeremías, para que no tenga miedo, Dios le dice: “No
les tengas miedo. Lucharán contra ti, pero no te podrán porque
yo estoy contigo”. Dios estuvo con él. Desde su debilidad, resistió
frente a todos porque llevaba en el corazón la fuerza de Dios. Esa
fuerza es la que nos da el Señor cuando seguimos su llamada y
nos metemos en complicaciones. ¿Por qué nosotros no podemos
quedarnos de brazos cruzados, encerrados en nuestro egoísmo?
Porque sentimos que el Señor nos llama.
Algo tenemos que hacer para que nuestro mundo, nuestro barrio
o nuestro pueblo funcionen un poco mejor. Sólo tendremos que
encontrar dónde está nuestro sitio...
Y si no encontramos nada adecuado... Amar es una tarea
maravillosa y al alcance de todos. Santa Teresita, que no se
sentía para hacer grandes gestas en la Iglesia, en un exceso de
alegría decía: “He encontrado por fin mi vocación. Mi vocación es
el amor”. Es como cuando alguien dice: “Yo no sé trabajar en los
grupos de la parroquia y no estoy capacitado para asumir tareas.
Lo único que sé hacer y lo haré desde ahora es querer a todos”.
En el evangelio resuena la vocación de Jesús: “El Espíritu de Dios
me ha enviado a dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar
a los cautivos la libertad, a los ciegos la vista, para liberar a los
oprimidos y anunciar el año de gracia del Señor”. En su propio
pueblo Jesús comunicaba que ésta era la tarea que le asignaba
Dios. También era una tarea difícil. Quizás sintiera, como
nosotros, miedo. Comprobó que ningún profeta es bien mirado
en su tierra. Y en su propio pueblo sufrió el rechazo de sus
paisanos. Empezaba un camino largo de trabajos y dificultades,
pero nunca se doblegó, porque a eso lo llama Dios. Y Dios estaba
siempre con Él.
(D)
Siempre tenemos razones para resistirnos a las llamadas y las
visitas de Dios. Jesús tiene experiencia de estas resistencias y
razonamientos del corazón humano.“Vino a su casa, y los suyos
no la recibieron”. (Jn 1,11)
Y ahora que Jesús visita a su pueblo lo vuelve a experimentar en
carne propia. Como siempre, los hombres necesitamos pedirle
sus credenciales a Dios, su DNI, con el que se identifique. A Jesús
se lo dijeron bien claro. “Haz también aquí en tu tierra lo que
hemos oído que has hecho en Cafarnaún ”.
Reconocen que tiene “palabras de gracia”, de salvación, de
liberación. Pero tampoco ellos quieren creer a la palabra de Dios.
Le exigen señales, signos que lo acrediten. ¿Por qué será que en
la puerta de nuestro corazón Dios siempre encuentra una
especie de aduana para revisar su equipaje antes de darle paso y
abrirle la puerta?
Dios no es de los que empuja la puerta. Es de los que llama. Es
los que toca primero y pide permiso.
¿No sería mejor que lo recibiésemos dándole la bienvenida con
una canción?
O incluso, ¿no sería mejor que nos quedásemos pasmados y
admirados de su amor y su cariño por nosotros, en callado
silencio ante su presencia? ¿No sería mejor mirarle a la cara y
descubrir en ella su sonrisa de gracia y de amor?
Dios no nos pide ni exige nada cuando quiere ser nuestro
huésped.
Dios no nos cobra ni nos pide señal alguna.
Dios solo quiere que le abramos la puerta, que le aceptemos
gozosos, ¿Acaso nos parece un precio demasiado elevado para
quien llega a nosotros con “palabras de gracia”?
Un día me encontré con un joven desesperado consigo mismo.
“Mi vida, es un asco. Yo siento asco hacia mí, porque he vivido
una vida vacía metida en todos los lodazales. Y como verá, para
mi edad de veintiséis años, es un verdadero asco. Y no sé qué
hacer con ella”.
En ese momento yo tenía en mis manos uno de los volúmenes de
la Obra de Tagore. Y le respondí: ¿quieres que te lea unas
frasecitas? Escucha:
“Perdí mi corazón por el camino polvoriento del mundo; pero tú
lo cogiste en tu mano. Se esparcieron todos mis deseos, tú los
recogiste y los fuiste enhebrando en el hilo de tu amor. Vagaba
yo de puerta en puerta, y a cada paso me acercaba más a tu
portal” .
¿Quién es ese tipo? Puedes ser tú mismo.
¿Pero de quién es esa mano y ese portal? Es la mano y el portal
de Dios.
¿Y usted cree que Dios se va manchar las manos con esta
basura? Le encanta ensuciarse las manos con toda la basura del
corazón humano.
¿Pero eso tendrá un precio? Ninguno. Al contrario, es Él quien
paga por llevarse esa basura de tu vida. Pero ¿y qué debo hacer,
porque a mí no me parece nada fácil? Facilísimo. Basta que tú te
dejes, que abras la puerta de tu corazón y le dejes entrar. ¿Y qué
negocio piensa hacer Dios con la basura de mi vida, también él la
recicla? Efectivamente la recicla cambiando tu corazón y tu vida
en un corazón y en una vida nuevos.
Lo llevé a la Iglesia y lo dejó solo en silencio. Yo me alejé un poco
y dejé que se desahogase en lágrimas ante el Señor. Cuando se
levantó, limpió con el pañuelo sus ojos y me pidió lo confesara.
Lo hice allí mismo sentados en un banco. Desde entonces, cada
vez que me encuentra me saluda siempre con “aquí la basura
reciclada”.
No le pidamos a Dios documentos de identidad. Escuchemos sus
“palabras de gracia” y dejémosle entrar y recibámoslo con una
sonara canción o en silencio.
P. Juan Jáuregui Castelo