Tiempo y Eternidad
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José Manuel Otaolaurruchi, L.C.
Carta a los reyes magos
Melchor, esta carta, como te habrás dado cuenta, no está escrita con garabatos infantiles,
está hecha a computadora pues te la envía un adulto que aún añora la llegada de los Reyes
Magos. La gente seria que controla el mundo desde su oficina a través del celular tiene más
necesidad de vosotros que los niños, te lo puedo asegurar. Oye, Melchor, recordando tu
historia, siempre he admirado tu fe. Dejaste tu reino y te aventuraste al desierto siguiendo
una estrella hasta llegar a una cueva y te postraste en adoración ante un recién nacido que
yacía recostado en un pesebre. Reconociste en Él a un gran Rey, al Mesías, al Salvador.
Francamente, ¡qué generoso fuiste! Pusiste a los pies de la Sagrada Familia tu oro. Lo
entregaste todo como si a ti ya no te importara nada, siendo que por dinero, muchos han
perdido la vida. Gracias por enseñarme a ser desprendido, a no dejar que mi vida esté en
función del dinero y a ser feliz dando, no acumulando riquezas.
¡Hola, Gaspar! Al saber que tú eres el del incienso, de repente me he sentido importante. Tú
sabes que en la actualidad el incienso acompaña a los grandes estadistas, a los artistas
famosos, a los futbolistas estrella, a los dueños de las empresas multinacionales, a los
poderosos… así que al enterarme de que tú eres el del incienso, he pensado que debes ser el
rey más célebre de los tres. Lo que me parece extraño es que no se te haya subido el
incienso a la cabeza. Por un poco de honra muchos se han vuelto locos. Pero tú no eres de
esos, pues no reclamaste reverencias y ni honores a tu llegada a Belén. Eres grande porque
sabes que el incienso sólo se ofrece a Dios. Gracias Gaspar por la lección de humildad que
nos has regalado.
Amigo Baltasar, este año también he decidido escribirte, pero esta vez es distinto. Verás.
Este año ha habido varios conocidos que han fallecido, me ha tocado estar cerca de niños
enfermos o abandonados, de adultos sin trabajo o agobiados por sus deudas.
Baltasar, tú eres el de la mirra, el que posee ese bálsamo que cura las heridas que la
medicina no sabe aliviar: el bálsamo de la fe y de la confianza en Dios que tanto reclama
nuestro mundo. Te ruego que le ofrezcas a él tus dones y de paso date una vueltecita por
todas las casas donde se encuentre alguna persona sufriendo sin fe y sin amor. Reparte ese
bálsamo que suaviza el dolor y lo hace más llevadero. No creo que se enfade el Niño Jesús
si al presentarle el frasco de mirra vacío le explicas en qué la has gastado. Al contrario,
verás que en su inocente carita se dibuja una sonrisa porque él nos dio la mirra de la
misericordia para entregarla a todo el que la necesita.
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