Comentario al evangelio del Jueves 03 de Enero del 2013
Queridos amigos y amigas:
En esta última semana han muerto repentinamente los padres de un amigo y de una amiga: el de mi
amigo, víctima de un infarto; el de mi amiga, atropellado por un automóvil. Mi amiga me decía por
teléfono: "Necesito tiempo para asimilarlo". No es que se rebelara contra un hecho inevitable, sino que
tenía necesidad de hacerse cargo de él, de convivir con sus agujeros negros, de perforarlo hasta dar con
un poco de luz. ¡Cómo me gustaría que esta amiga mía pudiera entender como dirigidas a ella estas
palabras de la carta de Juan: "Ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos.
Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es"! ¿Quién
puede acoger estas palabras sin dar un salto de alegría? Ahora, hoy, 3 de enero de 2013, sin haber
conseguido todos nuestros sueños, con un buen fardo de imperfecciones a las espaldas, en un mundo
muy injusto, ya ahora somos hijos de Dios, estamos sostenidos por un amor que dignifica toda vida,
que convierte en extraordinario hasta la más elemental experiencia. Y esto es sólo un pálido anticipo de
lo que estamos llamados a ser. Podríamos abandonarnos a otro tipo de pensamientos, podríamos dar
más crédito a los escépticos, a los desesperanzados... Podríamos, pero en ese caso no estaríamos
dejándonos guiar por la Palabra de Dios sino por nuestras torpes y orgullosas palabras. O, por lo
menos, por nuestra visión superficial de lo que sucede.
El evangelio de hoy nos regala las dos primeras respuestas a la pregunta de ayer acerca de quién es
Jesús. Las pone en labios de Juan el Bautista. Para él, Jesús es el Cordero de Dios ("Este es el Cordero
de Dios que quita el pecado del mundo") y el Hijo de Dios ("Yo lo he visto y he dado testimonio de
que éste es el Hijo de Dios"). No sé cómo podríamos acercarnos al sentido fuerte que ambas
expresiones tenían para los primeros destinatarios del evangelio. Hoy no resulta nada fácil entender a
Jesús como "cordero" y ni siquiera como "hijo". Nuestra cultura occidental no practica ya ritos
sacrificiales con animales. No entiende muy bien qué significa eso de ofrecer sacrificios a Dios. Por
otra parte, en tiempos de espiritualidad difusa, en los que se concibe a Dios como una fuerza
misteriosa, como una energía que produce vibraciones, hablar de un Dios que "tiene un hijo" resulta
una afirmación anacrónica, absurda. Y, sin embargo, el misterio de Jesús está vinculado a su condición
de Hijo entregado. Jesús es fruto del amor de Dios y expresión de la humanidad entera convertida en
ofrenda.
En la eucaristía decimos: "Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros".
La Iglesia ve en Jesús al que, con su entrega, nos libra del peso de nuestras culpas y nos abre el camino
de toda liberación genuina: la entrega hasta el final. No hay sistema político o económico que entienda
estas cosas. Por eso no hay ningún sistema político o económico que sea verdaderamente liberador.
Vuestro amigo:
Fernando Gonzalez
Fernando Gonzalez