SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR
Las lecturas sagradas de este domingo nos proponen centrar nuestra mirada y nuestro corazón
en el Señor que se manifiesta a todos los pueblos y que nos devela su designio de salvación
para toda la humanidad. Es clara la relación que existe entre la visión del profeta Isaías (Is.
60:1-6) y el relato del evangelio de Mateo (Mateo 2:1-12) sobre el misterio de la Epifanía del
Señor. El profeta Isaías anuncia la aparición de la gran luz de Dios que surgirá sobre toda la
tierra, de modo que los reyes de las naciones se inclinarán ante él, vendrán desde todos los
confines de la tierra y depositarán a sus pies sus tesoros más preciosos. Y estas palabras del
profeta representan para el pueblo de Israel una gran esperanza y alegría pues habían sido
dominados y humillados una y otra vez por las potencias de esa época.
El relato del evangelio de Mateo es justamente el cumplimiento de esta promesa realizada
siglos atrás en la historia, pero a diferencia de aquella visión profética, este relato se basa en la
humildad. En efecto, no llegaron a Belén los poderosos y los reyes de la tierra, sino unos
magos, personajes desconocidos y unos simples pastores. Es notable que ni en Jerusalén, ni
siquiera en Belén, a pesar del anuncio de nacimiento del rey esperado, alguien parezca
preocuparse por la venida del Mesías, sino tan sólo aquellos sabios venidos de Oriente que
representan a todas las naciones. El único que parece conmoverse por aquella noticia es
Herodes, quien no tolerará que alguien pueda disputarle el ejercicio del poder y manda matar
a todos los niños nacidos por esos días con la pretensión de acabar con esa posible amenaza a
su poder de rey.
Isaías, como profeta que era, vislumbró el nacimiento de esta gran luz que iba a marcar a la
humanidad y a la historia para siempre. Para Mateo, el nacimiento de Jesús en Belén es el
comienzo de la historia de todos los que luego creerán en Jesús. Es que estos magos que
vinieron de Oriente no son los últimos, sino que fueron los primeros de la gran multitud de los
que a lo largo de todas las épocas reconocerían el mensaje de la estrella, de todos los que
seguirían el camino hacia el pesebre de Belén, de aquellos que sabrían descubrir en aquel niño
débil y frágil al rey que debía venir a este mundo a traer la salvación. El camino de Belén es el
camino de todos los que son capaces de reconocer que Dios está cerca de nosotros y de que su
poder y su gloria no siguen la lógica de este mundo. Todos los cristianos, cada uno a su
manera, estamos llamados a vivir la experiencia de estos magos, quienes después de
reconocer la divinidad del niño, supieron tomar luego un camino distinto.
El misterio de la Epifanía nos revela que en ese niño pequeño se manifiesta la fuerza de Dios,
se muestra al niño capaz de reunir a los hombres de todos los siglos, para que bajo su reinado
recorran el camino del amor, la única fuerza que es capaz de cambiar el mundo. Es de notar
que en Belén fueron pocos los que se acercaron y reconocieron al niño. Han pasado siglos y
muchos han visto la estrella, pero no muchos han entendido su mensaje. En tiempos de Jesús
muchos conocían que el Mesías nacería en Belén e incluso indicaron a los magos dónde podría
acontecer el nacimiento, pero no se movieron. Para ver y encontrar al Señor hace falta abrir el
corazón abandonando la excesiva seguridad en sí mismos, dejar de lado la presunción de ser el
dueño de toda la verdad, de ser jueces de todo y de todos.
Para descubrir y encontrar al niño de Belén, hace falta una auténtica humildad, tener la
disposición de reconocer lo que es más grande, tener la valentía de reconocer la verdad y la
grandeza aunque ésta se encuentre en un niño pequeño. Es necesario tener un corazón
sencillo como el de un niño, capaz de asombrarse y de salir de sí para avanzar por el camino
que indica la estrella, para ponerse en el camino de Dios.
Pidamos a María, la estrella matutina, que en este Año de la Fe nos dé un corazón sabio e
inocente que nos permita encontrar a Jesús y ser inundados por su luz y por la alegría que sólo
Él es capaz de transmitir.
+ Marcelo Raúl Martorell
Obispo de Puerto Iguazú