Solemnidad. Epifania del Señor
Alegrarse con una alegría extraordinariamente grande
Según la denominación popular hoy es el día de los Reyes Magos y, según la
tradición hispana, es un día especialmente mágico por ser el día típico de la ilusión
y de la expectativa de los niños que esperan regalos de sus tres majestades, sobre
todo, si los niños tienen buena conciencia de haberse portado bien a lo largo del
año recién concluido. Muy probablemente casi todos los niños habrán recibido sus
regalos, pues no cabe duda de que ellos, hasta los más revoltosos, traviesos y
desobedientes, tienen mucho más de buenos que de malos, debido a su inocencia e
ingenuidad, sólo a veces superada por la malicia inherente a la naturaleza y a la
debilidad del egoísmo humano. Ojalá que el regalo recibido les ayude a superarse,
a ser mejores este año 2013 y a crecer en sabiduría, en la bondad y en la gratuidad
de aquel primer niño, Jesús, que fue visitado por los tres reyes magos.
Lamentablemente también habrá otros niños y niñas que no hayan podido recibir
ningún regalo. Y de ellos hay que acordarse especialmente ahora, pues muchos de
ellos, aquí y en otras partes del mundo, no tienen ni lo más básico para vivir y
sobrevivir. Para ellos nosotros debemos convertirnos en los verdaderos magos que
ofrezcan sus dones entrando en la casa del niño pobre, la
oikía
del evangelio de
Mateo (Mt 2,11), y al reconocer su dignidad y la de todos los niños pobres adorar a
Dios con nosotros en el Niño Jesús de Belén. Éste se ha convertido en el verdadero
pastor que guía a su pueblo y a todos los pueblos de la tierra por senderos que
conducen a la paz, a la gratuidad, a la generosidad y a la alegría
extraordinariamente grande.
Pero sugiero a los padres que expliquen a los niños el sentido de esta fiesta para
que comprendan bien su origen y su verdad más profunda. El origen de todo es un
relato maravilloso, el cuento más auténtico de la verdadera navidad. Pueden leerlo
en el evangelio de Mateo 2,1-12, que, en resumen, narra que Jesús nació en Belén
de Judea en tiempos del rey Herodes y unos “sabios” llegaron desde Oriente para
adorarlo. Éstos pasaron por donde estaba Herodes, el cual, al enterarse de que allí
iba a nacer el Mesías mostró también su curiosidad por verlo y, según decía, quería
adorarlo. Una estrella iba guiando a los sabios hasta que se paró encima de donde
estaba el niño. El texto griego del evangelio se recrea en un superlativo con doble
subrayado, casi intraducible por su literalidad hebraizante al reiterarnos que
aquellos magos, al ver la estrella, “se alegraron con una alegría
extraordinariamente grande”. Y entrando en la casa vieron al niño con María, su
madre, y postrándose lo adoraron, y abriendo sus cofres le ofrecieron regalos, oro,
incienso y mirra. Pero fueron avisados en sueños de no regresar donde Herodes y
se marcharon por otro camino a su tierra.
Los magos eran más bien lo que hoy llamaríamos “sabios” y desde el siglo II se
cree que eran tres, a juzgar por los tres regalos que le ofrecen al niño; en el S. IV
se les llamó “reyes” interpretando la narración evangélica a la luz del Salmo
72,10.11.15 y de Isaías 60,1-6. La interpretación de estos textos, tal como
magistralmente ha explicado Benedicto XVI en su libro último sobre
La infancia de
Jesús
, permite hacer extensiva la procedencia de aquellas personas hasta Tarsis
(extremo occidental), hasta Saba y Arabia, adquiriendo así un alcance
verdaderamente universal la tradición de los que adoraron a Jesús, tradición que
los considera, desde San Beda (s. VIII), como representantes de los tres
continentes conocidos entonces: África, Asia y Europa.
Pero lo importante es que aquellos sabios representaban a los pueblos gentiles de
toda la tierra. Por eso el mensaje central del evangelio de este día de la Epifanía del
Señor es que la luz de la estrella aparecida en Navidad es el niño Jesús, el Dios que
salva a la humanidad entera, y cuya salvación se anuncia a todas las gentes. Los
sabios supieron interpretar la señal de la estrella para llegar hasta Jerusalén, pero
necesitaron iluminar también su sabiduría con la luz de la Sagrada Escritura, para
llegar hasta Dios niño y rendirle con humildad el homenaje merecido.
El fenómeno de la
estrella en Oriente
(Mt 2,2), percibido por los sabios, más allá de
las explicaciones científicas posibles, se remonta hasta la profecía de Balaán (Num
24,17), vidente extranjero, de Moab, que anuncia a una estrella que avanza de
Jacob e Israel, y que se identifica con un rey portador de salvación. Aquello era una
figura mesiánica antiquísima, que requería una búsqueda, un seguimiento y una
interpretación desde la Palabra de Dios, que es realmente la que conduce hasta la
morada de Dios en la tierra, hasta la casa (
Oikía
) donde habita el niño estrella,
pobre y humilde, cuyo reino no tendrá fin. Textos del Antiguo Testamento (Miq
5,1.3; 2 Sam 5,2; 1 Cro 11,2), combinados según el género literario llamado
midrásico, permiten identificar el lugar geográfico de Belén y el tipo de Mesías que
allí nace, el verdadero Pastor guía del pueblo de Dios. Al adorar al niño, llenos de
inmensa alegría, se convirtieron en testigos ejemplares de la fe en Jesús, Mesías e
Hijo de Dios y de María. Así los sabios representan a todos los buscadores de la
historia, a todos los que desde la razón o desde la religión, desde cualquier parte
del mundo, buscan con sincero corazón al Mesías y se encuentran con él desde la
palabra de Dios en el pesebre de Belén.
Aquellos sabios de Oriente, como los pastores de Belén, estaban atentos a las
señales de Dios en medio del mundo, por eso percibieron su presencia. Como ellos,
también hoy, podemos orientar nuestra mirada al niño. Al niño Jesús y, con él, a
todos los niños que sufren. A los niños perseguidos, maltratados, explotados. A los
niños enfermos, abandonados y excluidos. Se cuentan por millones los niños
hambrientos y víctimas de la injusticia estructural del mundo presente, causante de
la extrema pobreza de la tercera parte de la humanidad. La salvación de esta tierra
no llega ni con la magia de los reyes del celofán ni con los intereses de tanto
Herodes que anda suelto, sino con el misterio de Jesús niño y la acción amorosa y
servicial de los hombres y mujeres que se ponen en marcha ante las señales del
mundo o del cielo para ir a la casa donde está el niño, donde están los niños, y
ofrecer los dones del reconocimiento de su dignidad y los necesarios para una vida
digna. No importa en qué parte del mundo se encuentren esos niños, pues toda la
tierra se puede convertir en un auténtico Belén. Hoy quiero destacar la humildad, la
solidaridad y la gratuidad de todas las personas que dan testimonio a favor de los
últimos, especialmente las de los misioneros y misioneras cristianos y de los miles
de voluntarios que percibiendo las señales de estos tiempos, también las señales de
la crisis, se entregan a la causa de los niños pobres, marginados y hambrientos,
actualizando con sus vidas la escena evangélica de los sabios de Oriente que
adoraron al Niño Dios ofreciéndole lo que le correspondía. Felicidades a todos los
que quieren hacer del mundo un Belén vivo porque su alegría será siempre
extraordinariamente grande.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada
Escritura