Queridos hijos e hijas e Dios,
históricamente. Por tanto, sus narraciones se iluminan
mutuamente.
Es bastante sorprendente el contraste entre la
primera lectura y el evangelio, cuando las dos lecturas
narran el mismo acontecimiento: la primera lectura en
forma de profecía, y el evangelio en forma de hecho
histórico.
Aquello que ha empezado como una cosa
aparentemente frágil, débil, marginal, pobre: una
pareja con su hijo en un establo. Aquello se convertirá
en una realidad destinada a marcar toda historia y de
todos los pueblos. Allí empieza una cosa nueva, un
nuevo camino, una nueva luz que hasta hoy no se ha
apagado nunca.
La primera lectura utiliza expresiones muy
grandilocuentes: “Levántate y brilla Jerusalén, ..., la
tierra está cubierta de tinieblas, ..., sobre ti amanece
el Señor, ... a tu luz caminaran los pueblos, y los reyes
al resplandor de tu aurora, te inundará un tropel de
camellos, … , vienen proclamando las alabanzas del
Señor.”
¿Cuál es esta novedad tan radical? Dios con nosotros
para darnos un corazón nuevo y eterno. Es el gran
secreto de la Navidad, desconocido por tantas
personas, Dios que viene a nosotros para cambiar
nuestros corazones de piedra y poder amar como
Jesucristo nos amó, dando la vida, y así cambiar la
Humanidad. Un corazón nuevo y eterno... ¿Vivimos esta
novedad tan radical (=que está en la raíz)? ¿Ha cuajado
en nosotros esta novedad que lo transforma todo?
En cambio el evangelio, narra el hecho con una
tremenda austeridad: “Entraron en la casa, vieron al
niño con su madre Maria y lo adoraron postrados en
tierra”.
¡Qué contraste! Pero es muy fácil de explicar estas
diferencies.
¿Por qué este “modus operandi”, por qué esta manera
de hacer aparentemente frágil, débil y marginal? Yo
doy un motivo (hay más, seguro):
El profeta Isaías narra el acontecimiento
teológicamente y el evangelista lo narra
• Esta manera de hacer nos habla de Dios, de cómo
es Dios, de cómo se manifiesta Dios. Dice el papa en
una homilía de la Epifanía del año 2010: “...su grandeza
y su poder no se manifiestan en la lógica del mundo,
sino en la lógica de un niño inerme, cuya fuerza es sólo
la del amor... “
muy cercana a lo que vivimos: “Entonces podemos
preguntarnos: ¿cuál es la razón por la que unos ven y
encuentran, y otros no? ¿Qué es lo que abre los ojos y
el corazón? ¿Qué les falta a aquellos que permanecen
indiferentes, a aquellos que indican el camino pero no
se mueven? Podemos responder: la excesiva seguridad
en sí mismos, la pretensión de conocer perfectamente
la realidad, la presunción de haber formulado ya un
juicio definitivo sobre las cosas hacen que su corazón
se cierre y se vuelva insensible a la novedad de Dios.
Están seguros de la idea que se han hecho del mundo y
ya no se dejan conmover en lo más profundo por la
aventura de un Dios que quiere encontrarse con ellos.
Ponen su confianza más en sí mismos que en él, y no
creen posible que Dios sea tan grande que pueda
hacerse pequeño, que se pueda acercar
verdaderamente a nosotros.”
Dios que renuncia a toda forma de posesión, de
riqueza, de poder, influencias, y que coge otro camino,
el del amor, que es el único camino que puede
transformar el mundo.
Y si Dios actúa así... ¿cómo tendremos que hacerlo
nosotros? La manera de hacer de Dios, de cómo se
manifiesta Dios ha de ser contemplada para que ilumine
nuestra manera de vivir.
Y como que todo esto es un poco contemplativo, y a la
gente le gustan las cosas más concretas, hago una
reflexión más concreta, que empieza también con un
contraste: la movilidad de los magos que vienen del
Oriente y la inmovilidad de los grandes sacerdotes y
letrados del pueblo. Unos, hacen itinerario siguiendo
una estrella, otros tienen las profecías y la Palabra de
Dios en las manos y no harán caso. El Papa a partir de
aquí hace una reflexión extraordinaria y, pienso yo,
(Palabras que encuentro que dibujan una manera de hacer muy
habitual)
“Al final, lo que falta es la humildad auténtica, que
sabe someterse a lo que es más grande, pero también
la valentía auténtica, que lleva a creer en lo que es
verdaderamente grande,… Falta la capacidad
evangélica de ser niños en el corazón, de asombrarse y
de salir de sí para avanzar por el camino que indica la
estrella, el camino de Dios.
Pidamos al Señor que nos ayude a buscar estrellas y
Palabras que nos lleven hasta Jesucristo.