“Tranquilícense, soy yo; no teman”
Mc 6, 45-52
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
“PARTICIPANDO REALMENTE DEL CUERPO DEL SEÑOR EN EL
PARTIR EL PAN, SOMOS ELEVADOS A LA COMUNIÓN CON EL ENTRE
NOSOTROS” (LG 11).
La vida cristiana tiene una doble dimensión: vertical y horizontal. La
primera nos hace tomar conciencia del infinito amor del Padre, que es amor
y «ha enviado a su Hijo como salvador del mundo» (cf. 1 Jn 4,14) y quiere
vivir en comunión con nosotros, sus hijos queridos. La unión perfecta entre
Dios y el creyente se realiza primero en el contacto con la Palabra de Dios y
después participando en la mesa eucarística. Nuestra carne y nuestra
sangre se mezclan, entonces, con la carne y la sangre de Dios. Y somos
transformados y divinizados. «No somos nosotros quienes transformamos a
Dios en nosotros», afirma san Agustín, «somos nosotros los transformados
en Dios». La eucaristía es, pues, el lugar privilegiado para el encuentro con
Cristo vivo, fuente y culmen de la vida de la Iglesia, garantía de la
comunión con el Cuerpo de Cristo y participación en la solidaridad, como
expresión del mandato de Jesús: “Amaos unos a otros como yo os he
amado” (Jn 13,34).
La segunda dimensión, el amor a los hermanos, es consecuencia y signo
del amor a Dios (cf. 1 Jn 4,12). También este aspecto de la caridad fraterna
tiene su plena realización en el misterio eucarístico: “Participando
realmente del Cuerpo del Señor en el partir el pan, somos elevados a la
comunión con El entre nosotros” (LG 11). Este amor se hace en el cristiano
una fuerza transformante y operativa, capaz de alejar todo temor, porque
el que ama no tiene miedo y el que come y bebe el cuerpo y la sangre de
Cristo tendrá la plenitud de la vida.
ORACION
Padre santo, a ti, que eres la plenitud del amor, te agradecemos el don que
nos has hecho de Jesús-Eucaristía, pan de vida partido para nosotros y
alimento de nuestra vida espiritual, personal y comunitaria. No pudiste
hacernos regalo más hermoso: dejarnos la persona misma de tu Hijo,
perennemente presente entre nosotros, bajo las especies del pan y el vino
eucarísticos en todos los ángulos de la tierra. Pero nosotros queremos
corresponder a tu inmenso don procurando vivir en comunión constante
contigo a través de los signos que el apóstol Juan nos ha presentado: el
amor mutuo entre los hermanos, la fe en tu Hijo Jesucristo y la acogida de
la presencia del Espíritu Santo en nosotros por el sacramento del bautismo.
Sólo este camino de fe nos da la certeza de tu amor y de tu paz.
A veces nos sentimos fatigados y cansados al recorrer este camino y hasta
tenemos miedo de confiar en ti y de mirarte, como los discípulos en la
barca cuando tú andabas sobre las aguas, porque vemos que muchas de
nuestras aspiraciones se frustran y un viento contrario dificulta nuestra
marcha cotidiana. Padre bueno, intervén en nuestra vida cuando estamos
inquietos y sin esperanza, y devuélvenos el coraje de subirte a nuestra
barca para caminar hacia ti con renovada confianza, porque tú eres la única
certeza segura y la verdad de la vida.