UNA BODA PARA CHUPARSE LOS DEDOS
Domingo 2º. Ordinario C 2013
Como que no nos animamos a dejar a Cristo recién nacido porque es más fácil
acercarse a un niño que a la fuerza creadora de Dios, pero el tiempo pasa y
tenemos que acostumbrarnos a que Cristo también creció, y creció en plenitud,
como hombre, hasta serlo maduro en verdad. Apenas entonces nos hemos
encontrado con él en su bautismo, su primera manifestación pública y ahora, en
una fiesta, en una boda, bendiciendo las alegrías de los hombres. Pero vayamos por
partes. Las bodas en todos los lugares del mundo son de las fiesta preferidas por
los hombres, donde se congregan por primera vez las dos familias que van a
despedir a los novios, a dejarlos en el momento del nacimiento de un nuevo hogar
y para participar también de la alegría de verse juntos. A una boda muy especial
fue invitada María. Ella era la mera mera en ese lugar. Todos la conocían por su
simpleza, su alegría y su profundo espíritu de servicio. No fue a sentarse entre los
invitados, sino a servir. Las bodas en Israel eran muy importantes, había que
atender a los invitados que venían de lejos, por eso las bodas duraban 7 días, en
los que había que atenderles, con la comida y la bebida, ambos símbolos de la
presencia de Dios en su pueblo. Dice el texto bíblico que “también” Cristo y sus
discípulos fueron invitados. Cristo para entonces era un perfecto desconocido. Él
único que lo conocía era su madre. Y bueno fue eso, porque a mediados de la
fiesta, llegaban más y más invitados, y los alimentos y el vino comenzaron a
escasear. Otras gentes se habrían encogido de hombros, María no, por eso, con
toda la discreción del mundo fue a contarle a su Hijo: “Ya no tienen vino” y yo no
quiero que estos pobres muchachos sean tachados para toda la vida como los que
no pudieron atender a sus invitados. Hay en eso un pequeño estira y afloja entre
Cristo y su madre, pero ¿quién puede negarle algo a la Madre, a la que le dio el ser
y a la que creyó en él y en su Padre antes que todos los hombres? Cuando el
demonio pidió que convirtiera las piedras en panes, Cristo se negó rotundamente,
pero cuando se trató de su madre, los muchachos salieron de apuros.
María se dirigió a los sirvientes: “Hagan lo que él les diga”, y obedientes, llenaron
las tinajas destinadas para las purificaciones de los judíos, y las llenaron hasta los
bordes de agua, y luego se les pidió que lo llevaran al maestresala. Esta fue la
primera sorpresa. El agua había quedado convertida en vino, y un vino tan
delicioso que encargado de la fiesta tuvo que ir a felicitar al novio que ni se daba
cuenta de lo que pasaba ¡Así pasa con todos los novios en su boda! El felicitado fue
el novio, no Cristo.
Y aquí tenemos que preguntarnos por el simbolismo de todo lo dicho. Para novios
que no saben cómo manejar su noviazgo, para esposos atribulados que no
encuentran la puerta, para esposos que se les acaba el amor, y escasea la fidelidad,
ahí está el consejo sabio de María: “Hagan lo que él les diga” si invitaron a Cristo a
su matrimonio, no lo dejen fuera, invítenlo a que se quede, a que vuelva si lo
habían corrido.
Segundo, el hecho de haber participado de la alegría de una boda, ya nos está
diciendo que el amor de los esposos llega a ser un símbolo del amor de Dios para
con los hombres, a los que santifica y acerca a su corazón, porque los hace
portadores de su amor y de la transmisión de la vida. Tengamos en una grandísima
estima el sacramento del matrimonio cristiano y un gran amor por la vida que se
les confía a los esposos. Toda vida es una señal de Dios va caminando con su
pueblo y le tiene confianza. Y tercero, con esto Cristo da señal de lo que será toda
su vida, transformará los elementos naturales y los hará partícipes de su divinidad.
El vino quedará a su tiempo convertido en su Sangre, y el pan en su Cuerpo. Cristo
participa de las alegrías y de los hombres y transforma su simple agua en vino de
alegría, de paz, de abundancia y de vida eterna y de resurrección.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios
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