“El espíritu del señor está sobre mí”
Lc 4, 14-22a
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
NO PODEMOS CREERNOS VERDADEROS HIJOS DE DIOS SI NO NOS
SENTIMOS HERMANOS DE TODO HOMBRE
Todo el evangelio no es otra cosa que el anuncio del amor de Dios hecho visible en
la persona de Jesús. Amar a Dios quiere decir colocarse en la perspectiva de Dios,
que ama a todo ser creado y no vacila en sacrificar a su propio Hijo unigénito para
la salvación de todos los hombres. Vivir para los otros, darse, sacrificarse por su
bien es vivir como Dios, es hacer lo que Jesús quiere que hagamos. Por eso hoy es
urgente para todos «el deber de hacemos generosamente prójimos de todo hombre
y ayudar con hechos a quien nos pasa al lado, anciano abandonado por todos o
trabajador extranjero injustamente despreciado, o emigrante, o niño nacido de una
unión ilegítima...» (GS 27). No podemos creemos verdaderos hijos de Dios si no
nos sentimos hermanos de todo hombre, especialmente del más pobre y
desgraciado.
Esta fe no sólo anima nuestra caridad cristiana en su vasto campo de operaciones,
sino que se convierte en una fuerza gigantesca para luchar contra todo pecado de
abuso, intolerancia, injusticia, violencia, contra todo coletazo de egoísmo, de
atropello, de odio, que dominan todavía hoy en el mundo. «Solamente se puede
inducir a alguien a creer en el Dios cristiano haciéndoselo amar, y se educa en el
amor solamente en la medida que se ama a la persona que se trata de educar y al
Dios que se trata de proponer a su amor» (R. Guelluy). Pero la lección más
hermosa que podemos dar del amor a Dios y a los hermanos es la de manifestar,
no sólo con palabras sino con nuestro testimonio de vida coherente, que somos
capaces de amar.
ORACION
Seas bendito, Señor de cielo y tierra, que has abierto la vía del amor para el
hombre sediento de felicidad. Seas alabado, Señor de los pequeños y de los pobres,
que has elegido para tu Hijo este camino para enseñarnos que en la vida sencilla y
pobre te revelas con tu amor providente y generoso. Gracias te sean dadas, Señor
de la paz y de la vida, por habernos regalado tu perdón: nos has hecho
experimentar la alegría de tu benevolencia con la misericordia que has derramado
sobre nosotros, pecadores y rebeldes, cierto, pero siempre amados y predilectos
tuyos.
Envíanos, Señor, tu Espíritu de luz y de verdad, para que podamos aprender a
caminar a la luz de tu sol, que es vida y alegría. Enséñanos a mirar hacia delante y
no hacia atrás, para que la esperanza que emana de tu Palabra guíe nuestros pasos
vacilantes e inseguros, y sepamos coger, en el sendero de nuestra existencia, no
las flores que se marchitan, sino las mejores y más perfumadas del amor a los
hermanos para ofrecértelas a ti. Seas siempre amado, Señor, conservando el
primer puesto en nuestro corazón, a menudo inquieto y en búsqueda de novedades
y de satisfacciones. Sólo tú puedes saciar nuestra sed de felicidad y de vida. Haz,
Señor, que nuestro camino vaya siempre acompañado por tu presencia amorosa,
porque sin ti nada podemos y nuestro corazón sólo en ti puede encontrar su
descanso.