Tiempo y Eternidad
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José Manuel Otaolaurruchi, L.C.
El bautismo de Jesús
¿Qué hace una mujer cuando da a luz y recibe por primera vez a su hijo en los brazos? La
madre experimenta un inefable gozo al contemplar por primera vez al bebé que durante
nueve meses llevó en su seno. Podemos decir que el embarazo es un auténtico adviento
porque abundan las molestias y privaciones, pero se sobrellevan con amor por la certeza de
que al final le aguarda una inmensa alegría. Una madre de cuatro rubiales me contó que de
inmediato les comienza a conversar, les dice que los quiere, que son hermosos, que Dios les
ha dado una mamá que los protegerá y les dará todo para que sean felices. Otra madre de
tres niñas me dijo que ella se los queda contemplando llena de admiración, observa sus
manitas, sus ojos, su boca y cada una de sus reacciones.
Este domingo celebramos el bautismo de Jesús en el Jordán. Cuando Jesús se acerca para
recibir, de Juan el Bautista, el agua del sacramento, el Padre irrumpe desde el cielo
exclamando con potente voz: “Este es mi hijo, muy amado, en ti me complazco” (Lc. 3,22).
Dios exulta de gozo cuando un niño es bautizado, pues en ese momento está naciendo a la
vida sobrenatural. Las muestras de gozo y cariño que puede expresar una madre con su hijo
naciente, son reflejo de las expresiones de Dios con el niño que se bautiza. Es fácil
imaginar a Dios susurrando: mira que desde hace tanto tiempo espero tu venida; mira que te
he dado unos padres que te quieren mucho; mira que a partir de ahora, yo seré tu Padre de
los cielos. Si tuviéramos presente esto, ¡cómo valoraríamos nuestro bautizo!
Por ser hijos adoptivos de Dios, nos hacemos coherederos con Cristo. Esto es, que Dios nos
otorga la gracia de poder gozar de su gloria en el cielo cuando llegue el momento de volver
a la casa del Padre. El bautismo nos otorga la facultad de heredar y recibir todo lo que
corresponde a un hijo legítimo. Así como la ley civil obliga al cónyuge a entregar a los
hijos la mitad de los bienes cuando uno de ellos muere, así Dios nos otorga por el gran
amor que nos tiene, la vida eterna.
Un padre encuentra en el hijo complacencia, beneplácito que no existe con otra persona,
porque es fruto de su amor, es el futuro de su existencia, el motivo de sus fatigas, su
prolongación. Sólo él tiene derecho de acudir a su padre sin previa cita, sin protocolos o
formulismos, pues es hijo. Pues todo esto y muchísimo más se realiza gracias a la acción
del sacramento del bautismo. Ningún otro sacramento ha hecho exclamar al Padre: “Este es
mi hijo muy amado”.
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