“Maestro, el que estaba contigo al otro lado del Jordán y del que tú has
dado testimonio, también bautiza y todos acuden a Él”.
Jn 3, 22-30
Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
«TODO LO QUE PIDÁIS CON FE EN LA ORACIÓN, LO OBTENDRÉIS»
Juan nos invita a la oración confiada. También Jesús educó a sus discípulos en la
confianza en la oración con las curiosas parábolas del amigo importuno (cf. Lc
11,5- 13) y del juez inicuo y la viuda (cf. Lc 18,2-5). Las parábolas enseñan no
tanto qué hay que pedir a Dios, sino más bien cómo pedirlo, porque el amor
paterno de Dios colma todo deseo humano y la oración filial se mide por la
confianza que la sostiene. No se trata de multiplicar las palabras en la oración,
sino de tener la certeza de que Dios conoce aquello que necesitamos antes de
que se lo pidamos. Dios, sin embargo, desea que le abramos nuestro corazón
con confianza filial, seguros de ser escuchados.
Jesús, además, pide que nuestras súplicas estén animadas por la fe: «Todo lo
que pidáis con fe en la oración, lo obtendréis» (Mt 21,22). La enseñanza es
clara: la respuesta de Dios es segura cuando oramos con fe. La fe es el
elemento esencial de la oración. Esto significa crear un clima de intimidad con
Dios, emprender una reflexión seria, tener convicciones profundas sobre la
realidad de Dios y sobre nuestra debilidad y pobreza. Y la fe es necesaria
también cuando algunas de nuestras oraciones no son atendidas. Esto significa
que nuestras súplicas no son para nuestro bien: mientras Dios desea escuchar
otros “sectores” de nuestras necesidades que corresponden a la curación de los
males del espíritu, negligencias, malos hábitos u otros. Este campo de nuestra
vida es inmenso; en él sabemos con seguridad que, si pedimos con fe, Dios nos
escucha.
ORACION
Señor Dios nuestro, tú sabes bien que cuando estamos en tu presencia no nos
es fácil tutearte, aunque nos hayas hecho tus hijos y seas nuestro Padre. ¡Cómo
querríamos que nuestra oración fuese filial y confiada, como la de Jesús cuando
estaba entre nosotros! Necesitamos que el Espíritu nos enseñe a orar porque él
es la fuente de unidad y de paz que nos introduce en tu misterio trinitario.
Sabemos que la oración en esta perspectiva es escuela de diálogo y de
comunión.
El Espíritu es novedad, apertura y esperanza: y quien ora en el Espíritu es
ciertamente fiel, innovador y creador de profecía. En el Espíritu uno se hace
profeta sin saberlo. La profecía es obra del Espíritu, aunque a duras penas nos
damos cuenta de ello. San Pablo nos recuerda que el Espíritu Santo suscita la
oración en nuestro corazón de dos maneras: gritando en nosotros ((Abba,
Padre!» (Ga14,6) y provocando en nosotros «gemidos inefables» (Rom 8,26).
Estas dos modalidades están arraigadas en el orante, al que, consecuentemente,
abren dos caminos: el de la “palabra” que aferra el misterio y el del “silencio”
que se expresa en estupor contemplativo. Esta segunda vía abre el corazón del
hombre a la experiencia de Dios. El silencio es el seno en que florecen la palabra
y la oración. Señor, ayúdanos a leer los grandes acontecimientos de la historia
que estamos viviendo y los de este nuevo milenio, del que somos protagonistas.
Para el cristiano está apareciendo una nueva época de la historia, que será la
época del Espíritu. El Espíritu que representa la frescura y la novedad de la
Iglesia y de la historia. Señor, haznos familiares al Espíritu y dóciles intérpretes
de sus iniciativas.