“Lo quiero, queda purificado”
Lc 5, 12-16
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
LA ORACIÓN ES ACOGIDA, TERRENO DE ADVIENTO DEL AMOR DE DIOS;
ORAR NO ES TANTO AMAR A DIOS, CUANTO DEJARSE AMAR POR EL .
La oración es uno de los componentes más vivos del mensaje evangélico. Jesús la
ha practicado en su relación con el Padre y nos ha ofrecido un ejemplo
extraordinario. Muchos piensan que orar es agarrar a Dios para ponerlo a su
alcance o tratar de obtener beneficios y ventajas en provecho propio, y así
satisfacer sus deseos y sus esperanzas. La verdad es muy diferente. La oración es
entrar en la perspectiva de Dios partiendo de su amor. Es contemplar el rostro de
un Padre que mira a sus hijos con ternura. Es encontrar una persona viva y
dejarse tocar por su amor.
Orar es para todos una tarea de las más difíciles, es un trabajo exigente, no
porque sea superior a nuestras fuerzas, sino porque es una experiencia que no se
agota jamás y un camino en el que se permanece siempre discípulo.
La oración es acogida, terreno de adviento del amor de Dios; orar no es tanto
amar a Dios, cuanto dejarse amar por El. Orar es esperar y escuchar, recibir y
acoger. Es permanecer en silencio ante el misterio para dejarse amar por Dios,
como María que experimenta en su vientre la presencia de Dios. Pero la oración es
también movimiento de respuesta a este don, un volver todo el corazón a Dios. La
oración es alabanza, acción de gracias, ofrenda, intercesión, fiesta y liturgia de la
vida. El núcleo de la oración cristiana es penetrar en el misterio de la filiación
divina: estar con Dios en el Espíritu por el Hijo, como el Hijo está en el misterio
del Padre. San Pablo nos lo recuerda bien. ((Dios envió a nuestros corazones el
Espíritu de su Hijo, que grita: ¡Abba! ¡Padre!» (Ga14,6; d. Rom 8,15-17; Ef
3,l7ss).
ORACION
Padre santo, sabemos que tú eres «la fuente de todo don perfecto» (Sant 1,17),
el que toma la iniciativa en el amor, el que envía al Hijo y al Espíritu. Tú eres la
primera gratuidad del amor, porque todo nos viene de ti. Tú eres el eterno
amante, el que ama desde siempre. Nuestra oración quiere ser justamente el
lugar en que experimentamos tu amor de Padre. Desgraciadamente, nuestro
tiempo parece desorientado y confuso, parece que no conoce ya los confines entre
el bien y el mal, y aparentemente, Tú eres rechazado y desconocido. Padre, tú
puedes curarnos de nuestras miserias, como hiciste con el leproso del evangelio.
Por eso, te rogamos, conduce a todos tus hijos a redescubrir el don de la oración,
llévanos al interior del cenáculo para revivir el misterio de Pentecostés y reavivar
en nosotros el don del Espíritu. Colócanos dócilmente en su escuela para aprender
la sabiduría que viene en el diálogo con él y que es la fuerza que sostiene nuestra
vida de creyentes.
Padre santo, tu Hijo Jesús se dejó amar por ti, cumplió tu voluntad y se entregó
hasta la cruz con docilidad total hasta enviarnos el don del Espíritu. También para
nosotros orar es penetrar en este misterio de acogida y de docilidad para imitar a
Cristo, entrar en el misterio de la cruz y conservar el coraje de orar, además de
en la alegría de Pascua, en el silencio y en tu aparente ausencia. Es el silencio el
que nos hace experimentar el estar solos ante Dios solo. En el silencio nos
ejercitamos en conjugar la palabra con la escucha y adquirimos el recogimiento
atento, que es el primer requisito para empeñarnos en el camino de la oración a
ejemplo de Cristo.