Fiesta del Bautismo del Señor – C
Citaciones
Is 40,1-11:
http://www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9abtmtbh.htm
Tt 2,11-14; 3,4-7: http://www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9araqeb.htm
http://www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9aggnbc.htm
Lc 3,15-16.21-22: http://www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9axf2ac.htm
http://www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9baoq4c.htm
«Tú eres mi Hijo, el amado: en ti he puesto mi complacencia» ( Lc 3,22).
Celebrando el Bautismo del Señor, la Santa Iglesia nos lleva hoy a la orilla del
Jordán, donde el Padre celestial descorre, solamente por un momento, el velo del
Misterio, de manera que podamos contemplar al Espíritu que desciende sobre la
Santísima Humanidad de Cristo y escuchemos de la boca del Padre quién es
verdaderamente Él: “Tú eres mi hijo, el amado”.
La Iglesia nos introduce, al mismo tiempo, en el Misterio de la “sustitución
vicaria” de Cristo: el Hijo eterno del Padre cuida de tal manera de nosotros que llega
hasta hacerse libremente “cargo” de nuestra vida, tomando nuestro lugar hasta pagar
personalmente por cada uno de nosotros.
Tal sustitución de Cristo en relación con nosotros, ya había comenzado en el
seno de la Virgen María, cuando él asumió nuestra misma naturaleza humana:
permaneciendo el Hijo Unigénito del Padre, como lo era desde la eternidad, gracias al
sí de María se ha hecho, por amor nuestro, Hijo del hombre, dotado de una verdadera
alma y de un real cuerpo humanos.
El Misterio comenzado en el seno de María hoy se profundiza. En la ribera del
Jordán ocurre algo nuevo, que no pertenece al Misterio de la Encarnación como tal y,
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por esto, no podía ocurrir en la casa de María en Nazaret. Colocándose en la fila,
junto con los pecadores, para recibir el bautismo de Juan, Jesús no comete un
descuido y ni siquiera realiza un gesto de valor solamente exterior. Ningún gesto, por
otra parte, tiene un valor meramente exterior, sino que siempre revela una realidad
más profunda y una intención. Con este gesto, Cristo realiza una precisa elección y
comunica una intención irrevocable.
Encarnándose, el Hijo de Dios hizo suya nuestra propia naturaleza humana
creada, pero no se apropió de aquello que siempre ha estado en esta naturaleza, que
no le ha sido solamente extraño sino, más aún, extremadamente nocivo: el pecado.
Cristo se ha hecho semejente a nosotros, excepto en el pecado, puesto que la
iniquidad nunca contaminó su Santísima Humanidad, y ni siquiera contaminó la
purísima humanidad de la cual nació, la humanidad de María.
Cristo purísimo nació de María purísima y, precisamente por esta pureza, por
esta constitutiva extrañeza del pecado, aun viviendo en nuestra misma condición
humana, Jesucristo pudo llevar a cabo lo que nadie habría podido realizar: hacerse
cargo del pecado.
Poniéndose en fila con los pecadores y haciéndose bautizar por su primo Juan,
siguiendo a cuantos estaban necesitados de purificación, Jesús, el Cordero de Dios, el
único verdaderamente justo, cargó sobre sí aquello de lo que los hombres, sin saber
cómo, querían liberarse; nos sustituyó tomando nuestro lugar, para que en él, en su
carne, fuese “borrado el pliego de cargos que nos era adverso ( Col 2, 14), el
documento del cual dirá San Pablo: “lo canceló clavándolo en la cruz” ( Col 2,14).
«Nos convenía, en efecto, que el Sumo Sacerdote fuera santo, inocente,
inmaculado, separado de los pecadores y encumbrado por encima de los cielos»
( Hebr 7,26).
De este modo, el único inocente, el único al cual la “justicia” le pertenecía por
derecho, cuya vida era un altísimo y eterno canto de amor al Padre, hizo propia
nuestra prevaricación, hizo suyo nuestro pecado, nuestro destino.
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Cristo nos sustituyó a nosotros, cargando sobre sí, libremente, lo que no tendría
que corresponderle por naturaleza. Pero, al mismo tiempo, nos ha hecho el regalo de
darnos, de este modo, lo que jamás habría podido pertenecernos: en el misterio de la
sustitución vicaria nos ha dado todo lo que, no sólo a causa del pecado, sino a causa
de nuestro ser hombres, no nos competía. Sustituyéndonos, Cristo nos da la
participación de la misma naturaleza divina.
Justificados por Cristo por medio del Espíritu Santo recibido en el Bautismo,
atraídos dentro de él, hechos miembros de su Cuerpo, hemos llegados a ser partícipes
de su misma vida eterna, que es la relación del Hijo Unigénito con el Padre Eterno,
una relación que es Amor infinito, purísimo, originario, continuamente surgente.
Cristo toma por amor lo que no le pertenece, aún más, que es profundamente
extraño a él, y nos hace partícipes, por la gracia, de lo que sólo le corresponde a él
por derecho, de tal manera que ahora el Padre puede decirnos a cada uno de nosotros,
hechos “uno” con Cristo: “¡Tú eres mi hijo, el amado!”.
Pidamos a la Santísima Virgen María, que más que ninguna otra criatura
participó en el sacrificio de su Hijo, hasta el punto de recibir no sólo la palma del
martirio, sno el título de “Reina de los mártires” y que más que ninguna otra criatura
ahora participa de su gloria, la gracia de penetrar siempre más en este Misterio de la
sustitución vicaria, para recibir siempre más abundantemente la gracia que contiene y
llegar a cargar nuestra cruz, unidos a la Cruz de Cristo, ofreciendo nuestra misma
vida por la salvación de los hermanos.
Imploremos a María esta gracia para cada uno de nosotros y, de modo especial,
para los sacerdotes, que son hechos ministros de la sustitución vicaria. Amén.
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