“Él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego”
Lucas 3, 15-16. 21-22
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
EL ROSTRO DE JESÚS QUE TODO CRISTIANO DEBE ANUNCIAR CON LA
PALABRA Y CON LA VIDA ES EL ROSTRO HUMANO DEL HIJO DE DIOS Y EL
ROSTRO DIVINO DEL HOMBRE JESÚS.
La misión principal de la Iglesia en el mundo de ayer y de hoy es la de anunciar “la
buena noticia” de Jesús: es la evangelización (ef. Mc 16,15-18).
La situación especial y del todo imprevisible en que el mundo y la Iglesia se
encuentran, y en particular las nuevas exigencias que en este tercer milenio nos
urgen cada vez más, hacen que la misión evangelizadora de la Iglesia exija un
proyecto de pastoral original y orgánico para responder a los desafíos del hombre
moderno. En todo caso, sin embargo, el núcleo de la evangelización sigue siendo el
anuncio claro y completo de la persona y de la vida de Jesús, de su doctrina y del
Reino que él proclama con su misterio pascual: Jesucristo crucificado, muerto y
resucitado. El rostro de Jesús que todo cristiano debe anunciar con la palabra y con
la vida es el rostro humano del Hijo de Dios y el rostro divino del hombre Jesús.
El encuentro personal con el Señor produce siempre signos de gran renovación
espiritual y humana, por lo cual uno se siente impulsado a participar,
compartiéndola, y a dar a los otros la experiencia de este encuentro exaltante. El
testimonio de vida, además, provoca casi siempre un encuentro posterior, para que
también otros encuentren personalmente a Jesús y su Palabra.
El Señor continúa siendo el Viviente en la vivencia humana, el único Salvador de
todo hombre y el Señor de la historia que actúa con su Espíritu de vida. Para todos
encontrar a Cristo es acoger su amor gratuito, adherirse a su proyecto, abrazar su
destino y anunciar el Reino de Dios, especialmente a los pobres y a los que no
tienen esperanza en un futuro: para construir así una sociedad justa y solidaria.
ORACION
Señor y Padre, nos llenan de alegría las muchas cosas que nos has revelado por tu
Hijo Jesús, referentes a nuestra felicidad y a nuestra salvación eterna. A menudo,
sin embargo, nos asalta el temor de no estar a la altura de corresponder
plenamente a tu amor de Padre. Pensamos con frecuencia en la vivencia de tu
pueblo elegido, que en la “antigua alianza” endureció su corazón contra ti (cf. Ex
19,9-11); y más tarde, cuando enviaste a tu Hijo entre nosotros, los jefes del
pueblo hicieron otro tanto con él, que habló y reveló tu rostro con mansedumbre y
verdad. Y todo porque no han acogido tu Palabra en ellos, no han hecho espacio a
tu presencia en su vida, no han hecho germinar la semilla de la Palabra de Jesús en
su corazón.
Tú nos has enseñado que la fe nace sólo en el corazón de aquellos en quienes
habita tu amor. Nosotros nos sentimos débiles y tenemos miedo de no estar a la
altura en este camino de la Palabra interiorizada y vivida en lo cotidiano, en la
verdad y en el amor fraterno. Haz que nunca endurezcamos nuestro corazón a tu
reclamo paterno ni a la acción interior de tu Espíritu Santo. Y si alguna vez se da en
nosotros la experiencia de la fragilidad humana y del corazón cerrado a tu Palabra o
traicionamos el evangelio, escondiendo la injusticia bajo la apariencia de caridad,
no nos abandones, y haznos recuperar de inmediato la paz interior y la comunión
contigo, en la que reside nuestra verdadera y única alegría.