Mientras haya, gastar, cuando no haya, ayunar
Domingo 3º.ordinario 2013 C
Hoy estrenamos prácticamente el Evangelio de San Lucas que nos guiará en
grandes momentos del año litúrgico de este año. Y quien nos puede introducir es el
libro de Esdras, un sacerdote del antiguo testamento, a quien le tocó en suerte dar
a conocer al pueblo, por primera vez, después de cincuenta años de no conocer el
mensaje, por el destierro que le fue impuesto al pueblo, la palabra salvadora. Todo
el pueblo, chicos y grandes, hombres y mujeres escuchaban entusiasmados y en
ellos se mezclaba la alegría, la tristeza, el arrepentimiento y la vuelta al corazón del
Señor Dios de Israel. Fue un día grande para el pueblo y así se los hace saber el
sacerdote, que les invita a ir a comer y a no estar tristes, porque celebrar al Señor
es nuestra fuerza. Y vaya que lo es, pues nada podrá dar fuerza a nuestros pasos
sino precisamente la Palabra de Dios.
Ese es el secreto de Lucas que hoy despliega ante nuestros ojos el mensaje
liberador, lleno de esperanza del Evangelio de Cristo Jesús. Éste se presenta ante
los suyos en el mismo pobladito que lo había visto crecer y madurar como hombre
y como gente de su pueblo. A todos los hombres nos quiere jesús, pero sus
contemporáneos deben hacer sido algo preponderante en su corazón de Cristo
amante, al grado de querer empezar a desgranar su mensaje salvador delante de
sus contemporáneos en Nazaret. Se trata de un sábado de sinagoga, de asamblea,
de alianza, de escucha de la Palabra de Dios. La sinagoga no es muy grande y los
asistentes no son numerosos, el pueblo es pequeño. Todos están expectantes. Se
leen los textos de la Ley de Dios y la oraciones prescritas para ese día, y en
seguida, inspirado en el profeta Isaías comienza su enseñanza, rica en libertad, en
juicio, en apertura y en una profunda disposición salvadora que bien haremos en
captar este día, porque será el programa para todo el año. No hay en Cristo como
en Isaías, ningura frase de condenación, de acusación, de rechazo, sino todo lo
contrario. Se le dio el volumen del profeta Isaías, lo desenrolló y encontró un
pasaje en el que estaba escrito: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me he
ha ungido para llevar a los pobres la buena nueva, para anunciar la liberación a los
cautivos y la curación a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar el
año de gracia del Señor”.
Cuánta riqueza encierran esos tres renglones benditos de su Evangelio. Nada
menos que el Espíritu Santo del Señor está sobre Cristo, inspirando, acompañando,
fortaleciendo, para que los corazones de todos los hombres estén abiertos a su
gracia, a su bondad y a su salvación. Aquí no hay esclavitud, como los que
anuncian liberación de ataduras por la sexualidad dejan al hombre y a la mujer
más esclavos que antes, pretenden alejarlo de la violencia, pero colocan en sus
manos metralletas contra indefensas criaturas en sus colegio, que pretenden liberar
al hombre de toda ambición, pero que siembran en los jóvenes la necesidad de un
dinero fácil aunque haya que recurrir a la mentira, al engaño e incluso a la franca
violencia. En Cristo sólo encontramos libertad y deseo comunicación con las gentes
de buena voluntad que quieren tomar los brazos de otras gentes para hacer una
gran cadena humana que nos acerque unos a otros hasta conectarnos con el único
Dios de los cielos a donde nos encaminamos.
Cristo viene a anunciar a los cautivos la liberación y a curar a los ciegos, aquellos
que se creen libres pero que estén cautivos de sus propias pasiones, encerrados en
su egoísmo, sus miedos y sus atavismos. Ahí está el Señor.
Dar libertad a los oprimidos, y proclamar un año de gracia del Señor. Lo estamos
viendo este año. La gracia del Señor se derrama este año de la fe proclamado por
Benedicto XVI y vaya cómo se siente la proclamación de la fe cuando se comienza:
“Creo en Dios Padre todopoderoso…Creo en Jesucristo…. Creo en el Espíritu Santo…
se enchina nuestra piel cuando invocamos a la Trinidad para sentar a Dios a
nuestra mesa, a dormir en nuestras alcobas, a descansar en nuestros campos de
juego y diversiones y a participar en el trabajo de cada día, que nos honra, nos
dignifica y nos acerca al trabajo que cada día realiza nuestro creador para todos los
hombres.
Vivamos entonces como dirigidas a nosotros, estas palabras esperanzadoras de
cara al presente año de la fe.