Domingo IV de Adviento del ciclo C.
Dichosos quienes creen en el Señor e inspiran su vida en el cumplimiento de la
voluntad del Dios Uno y Trino.
Ejercicio de lectio divina de LC. 1, 39-45.
1. Oración inicial.
Orar es creer que el Dios Uno y Trino escucha nuestras peticiones y acoge las
acciones de gracias que le dirigimos.
Orar es hablar con el Dios que nos ama impidiendo que nuestras preocupaciones
nos distraigan de la meditación de la Biblia.
Orar es creer que Dios hará cosas extraordinarias en nuestra vida,
convirtiéndonos a El sinceramente, y ayudándonos a resolver unas dificultades, y
fortaleciéndonos para sobrevivir a otras, porque en ello radican parte de nuestra
purificación y de nuestra santificación.
Orar es olvidarnos de nuestras preocupaciones en la medida que ello nos sea
posible, y ponernos en camino para servir a los pobres, enfermos y desamparados,
aunque ello sea difícil en ciertas ocasiones.
Orar es relacionarnos con Dios a partir de las situaciones de nuestra vida
ordinaria que, aunque carecen de importancia para nosotros, Nuestro Santo Padre
las hace formar parte de nuestra santificación personal.
Orar es sentir que el Espíritu Santo mora en nosotros, cuando vemos radiantes
de felicidad a quienes beneficiamos, porque en ellos se refleja la imagen de Dios.
Orar es bendecir a quienes se les ha confiado misiones superiores a las que
realizamos, sin permitir que los celos nos hagan sufrir.
Orar es tratar a la gente con que nos relacionamos con humildad.
Orar es no disimular la alegría que sentimos de ser hijos de Dios.
Orar es compartir con quienes quieran escucharnos la alegría que sentimos de ser
hijos de Dios.
Oremos:
Espíritu Santo, amor que procedes del Padre y del Hijo, y que con ellos recibes
una misma adoración y gloria: Ayúdanos a comprender que necesitamos sentirnos
amados y protegidos por Dios, y a comprender que, servir a quienes necesitan
nuestras dádivas espirituales y materiales, es la única forma que tenemos, de
demostrar que te amamos.
Espíritu Santo, aliento divino que nos das la vida: Quema nuestras impurezas con
tu fuego, y haznos imitadores de tu divina caridad.
Espíritu Santo, amor del Dios ante quien somos pequeños: Enséñanos a ser
humildes, para que podamos vivir en la presencia de Nuestro Santo Padre.
Espíritu Santo, amor del dios para quien no hay nada imposible: Haz de nuestra
tierra un paraíso de luz en que la humanidad pueda encontrar la plenitud de la
felicidad, más allá de las razones por las que los hombres sufren. Amén.
2. Leemos atentamente LC. 1, 39-45, intentando abarcar el mensaje que San
Lucas nos transmite en el citado pasaje de su Evangelio.
"¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?
Lectura del santo evangelio según san Lucas 1, 39-45
En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo
de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó
Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito:
—«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó
a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído,
porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá."".
2-1. Permanecemos en silencio unos minutos, para comprobar si hemos
asimilado el pasaje bíblico que estamos considerando.
2-2. Repetimos la lectura del texto dos o tres veces, hasta que podamos
asimilarlo, en conformidad con nuestras posibilidades de retener, si no todo el
texto, las frases más relevantes del mismo.
3. Meditación de LC. 3, 39-45.
3-1. Dejemos nuestra zona de comodidad para hacer por nuestros prójimos los
hombres parte de lo que Dios ha hecho por nosotros.
"En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa,
a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel" (LC. 1, 39-40).
Dios escogió a María para que fuera la Madre de Nuestro Salvador. San Gabriel le
dijo a Nuestra Santa Madre en el pasaje de la Anunciación:
"Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya
el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible
para dios" (LC. 1, 36-37).
Nazaret era una pequeña aldea en la que todos sus habitantes se conocían. El
Judaísmo era una religión que se basaba en el cumplimiento de 613 preceptos. El
incumplimiento de un solo precepto legal hacía a los judíos impuros, y las mujeres
eran socialmente marginadas, hasta el punto de que los rabinos no les hablaban a
sus esposas si las veían en la calle.
Dios hizo algo muy grande en María al hacerla Madre de su Unigénito, pero ello le
complicó la vida a la joven doncella nazaretana. Dios actuó con grandeza en María,
y ella tenía que probar que dios moraba en ella, pero no debía hacerlo buscando el
poder, la riqueza y el prestigio que constituyen el sentido de la vida de muchos
hombres, sino actuando humildemente. Dado que José podía denunciar a su
prometida para que esta fuera apedreada por haber cometido adulterio contra su
persona, comprendemos la preocupación que María debía sentir, -de hecho, la
justificamos-, pero, a pesar de ello, en vez de quedarse pensando en lo que pasaría
con su Hijo y con ella, María hizo lo que siempre que nos sea posible debemos
hacer los cristianos, lo cual consiste en servir a Dios, en nuestros prójimos los
hombres.
Sé que es más fácil justificar el viaje que la Madre de Jesús hizo a casa de
Zacarías pensando que José pactó con la familia de María que su prometida visitara
a su parienta, para separarse de ella secretamente, y evitar la denuncia por haber
cometido adulterio contra él, que hubiera concluido con el exterminio de la vida de
María y de Jesús, en vez de creer que Nuestra Santa Madre sirvió a su pariente por
amor, pero pensamos que María realizó aquel viaje para ponerse a disposición de
Isabel, dado que la mujer de Zacarías que quedó embarazada milagrosamente, era
de edad avanzada, y necesitaba ser ayudada y cuidada, durante los últimos meses
de su embarazo.
En el tiempo en que aconteció el relato lucano que estamos considerando, María
tenía que haber sido considerada por Isabel como una esclava, incluso debía haber
sido marginada, en atención al hecho por el que se supone que se la enviaron José
y sus familiares. A pesar de ello, San Lucas nos dice que Isabel llamó a María
"Madre de mi Señor", como veremos más adelante.
María fue a visitar a su pariente Isabel con prontitud, lo cual le sirvió para servir a
la mujer de Zacarías, y quizás la afirmó en su creencia de que Dios actuó
admirablemente en su vida. María podría haberse considerado superior a Isabel por
haber tenido el privilegio de ser la Madre del Mesías, pero, a pesar de ello, actuó
humildemente, convirtiéndose en un ejemplo a imitar por nosotros.
3-2. San Juan el Bautista fue bautizado, y su madre fue llena del Espíritu Santo.
"Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en
su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo" (LC. 1, 41).
En base a nuestra lógica humana, hubiera sido comprensible el hecho de que San
Juan hubiera sido bautizado, una vez que su madre hubiera sido llena del Espíritu
Santo, pero los acontecimientos surgieron al contrario, lo cual nos hace reflexionar
sobre la humildad con que debemos contemplar nuestra vida, y los acontecimientos
sociales que vivimos. Ello nos sugiere el pensamiento en el hecho de que debemos
descubrir cómo actúa Dios engrandeciendo los acontecimientos de nuestra vida
ordinaria que carecen de sentido al ser juzgados desde nuestra perspectiva.
3-3. El saludo de Isabel a María:
"Y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el
fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque,
apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó el niño en mi seno. ¡Feliz la que
ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (LC.
1, 42-45).
Parece ser que Isabel tuvo una revelación divina por la que suponemos que supo
que el Mesías nacería de María. Esta fue la causa por la que la mujer de Zacarías
llamó a nuestra Corredentora "Madre de mi Señor". Isabel no estaba encerrada por
causa de las murmuraciones de la gente que hablaría mal de ella por haberse
quedado embarazada en los años de su vejez como le sucedió en los primeros cinco
meses de su embarazo (LC. 1, 24-25). Ella saludó a María sin sentirse
avergonzada, y sintiéndose dichosa, porque Dios le concedió ser madre, a pesar de
su avanzada edad.
El embarazo de María podría haber sido imposible de aceptar, pero Isabel, que
concibió un hijo siendo de edad avanzada, creyó tan milagroso hecho, y se regocijó
por ello. Por otra parte, María, si no estaba muy convencida de que estaba
embarazada sin haberse relacionado con ningún hombre, al comprobar cómo quedó
embarazada Isabel, tuvo una buena razón para alegrarse de ser la Madre del
Mesías.
Isabel podría haber sentido envidia pensando que la misión de María era más
importante que la suya, y que el Hijo de su pariente sería más importante que el
suyo. A pesar de ello, Isabel se regocijó, porque la visitó la Madre de su Señor. No
envidiemos a nadie que destaque en ningún campo en que nos gustaría sobresalir.
Dios usa a sus elegidos y hace con cada uno de ellos lo que sabe que conviene a la
santificación y la purificación de los tales, y les encomienda las misiones que
pueden encajar con la capacidad que cada cual tiene, para adaptarse al
cumplimiento del designio divino de salvarnos.
3-4. Si hacemos este ejercicio de lectio divina en grupos, nos dividimos en
pequeños subgrupos para sacar conclusiones tanto del texto bíblico que hemos
meditado como de la reflexión que hemos hecho del mismo, y, finalmente, los
portavoces de los subgrupos, hacen una puesta en común, de las conclusiones a
que han llegado todos los grupos, tras la cual se hace silencio durante unos
minutos, para que los participantes mediten sobre lo leído y hablado en los grupos,
individualmente.
3-5. Si hacemos este ejercicio individualmente, consideramos el texto evangélico
y la meditación del mismo expuesta en este trabajo en silencio, con el fin de
asimilarlos.
4. Apliquemos la Palabra de Dios expuesta en LC. 1, 39-45 a nuestra vida.
Responde las siguientes preguntas, ayudándote del Evangelio que hemos
meditado, y de la meditación que aparece en el apartado 3 de este trabajo.
3-1.
María se fue con prontitud a servir a Isabel. ¿Hacemos lo propio cuando tenemos
ocasión de servir a dios en sus hijos pobres, enfermos y desamparados?
¿Cómo demostró María que Dios actuó admirablemente en su vida?
¿Cuáles son los tres pilares que constituyen el sentido de la vida de mucha
gente?
¿Debemos servir a Dios en nuestros prójimos los hombres interesadamente? ¿Por
qué?
¿Viven las mujeres en nuestro medio la misma situación social que las
caracterizaba en el siglo I de la era cristiana?
¿Cómo podemos demostrarnos a nosotros mismos y enseñarle al mundo que Dios
vive en nosotros?
¿Qué pensamientos pudo tener María antes de hacer un largo viaje para servir a
Isabel?
Cuando tenemos problemas, ¿vivimos pensando en esas dificultades, o buscamos
la manera de cumplir la voluntad de Dios, mientras esperamos que llegue el día en
que sean solventadas nuestras dificultades?
¿Qué dos razones justifican el viaje que María hizo para servir a Isabel?
¿Cuál de esas dos razones crees más convincente? ¿Por qué?
¿Por qué actuó María sirviendo a Isabel humildemente, en vez de aprovecharse
de su situación de Madre de Dios, para considerarse superior a su pariente?
¿Somos humildes, o prepotentes?
3-2.
¿Por qué fue Isabel llena del Espíritu Santo después de que su hijo fuera
bautizado al percatarse de que estaba en la presencia del Mesías?
¿Qué enseñanzas se desprenden de los dos hechos citados en la pregunta
anterior?
¿Tienen importancia los acontecimientos que vivimos que consideramos carentes
de significado? ¿Por qué?
3-3.
¿Por qué llamó Isabel a María "Madre de mi Señor?", y no la trató como eran
consideradas en aquel tiempo las jóvenes por sus familiares mayores?
¿Qué diferencia hay entre la conducta que observó Isabel de aislarse al saber que
estaba embarazada, y la conducta que observó cuando saludó a María apenas la
vio, sin preocuparse de que nadie la oyera?
¿Vivimos nuestra fe cristiana, o nos avergonzamos de defender las creencias que
nos caracterizan, cuando sospechamos que quedaremos mal ante nuestros
familiares y amigos no creyentes?
Existe la posibilidad de que María aumentara su creencia en el hecho de que sería
Madre del Mesías al verificar el hecho de que Isabel estaba embarazada, tal como le
dijo San Gabriel, en el pasaje de la Anunciación (LC. 1, 36-37). ¿Comprendes la
importancia que tiene el hecho de que los cristianos demos testimonio de nuestra
fe?
5. Lectura relacionada.
Lee los dos primeros capítulos del I libro de Samuel.
6. Contemplación.
Contemplemos la generosidad de Dios, quien nos envió a su Unigénito al mundo,
y nos inculcó su Palabra adaptándose a nuestras circunstancias vitales y a la
capacidad que tenemos de comprenderlo, creerlo y aceptarlo.
Contemplemos a Jesús dándosenos generosamente en la Eucaristía y en la cruz,
y engrandeciéndonos hasta concedernos su dignidad, en el bautismo de San Juan el
Bautista.
Contemplemos a María llena de felicidad al ver a Isabel embarazada tal como le
dijo San Gabriel en el pasaje de la Anunciación, pensando que dios la eligió para
que fuera Madre de su Unigénito.
Contemplemos a Isabel glorificando a dios porque le concedió la dicha de ser
madre, y llena de felicidad, porque la visitó la Madre de su Señor y Salvador.
Contemplémonos nosotros, necesitados de testimonios de fe actuales que nos
conciencien de que dios existe, y que, al mismo tiempo, no le demostramos al
mundo lo que el Dios Uno y Trino ha hecho en nuestra vida.
7. Hagamos un compromiso que nos impulse a vivir las enseñanzas que hemos
extraído de la Palabra de Dios, expuesta en LC. 1, 39-45.
Comprometámonos a dar testimonio de nuestra fe ante alguno de nuestros
familiares o amigos, en el tiempo de Navidad, que empezaremos a celebrar, a partir
de mañana.
Escribamos nuestro compromiso para recordarlo constantemente, y, según lo
cumplamos, aumentará nuestro amor a Dios, y a sus hijos los hombres.
8. Oración personal.
Después de hacer unos minutos de silencio, expresamos verbalmente lo que
pensamos, con respecto al texto bíblico que hemos considerado, y a la reflexión del
mismo que hemos hecho.
Ejemplo de oración personal:
Padre bueno: Ayúdame a comprender que la preparación de la Navidad es una
invitación que me haces a imitar la conducta de Jesús. Ayúdame a no ser
arrastrado por el deseo de gastar grandes cantidades de dinero, hacer y recibir
regalos, y celebrar grandes fiestas. Impúlsame a ser imitador de Jesús, porque en
ello radica la plenitud de la felicidad en este tiempo, en que esperamos que Jesús
concluya la plena instauración de tu Reino de amor y paz entre nosotros.
9. Oración final.
Lee el Salmo 13.
Nota: He utilizado en esta meditación el leccionario de la Misa y la Biblia de
Jerusalén.
José Portillo Pérez
joseportilloperez@gmail.com