IV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.
Jesús es rechazado por los suyos
El domingo pasado leímos en misa el evangelio que presenta la primera
predicación de Jesús en Nazaret. Anunció el año de gracia de Dios para todos los
afligidos. Mientras sus paisanos le escucharon palabras agradables, todos estaban
admirados y asentían con agrado. Hoy se lee la continuación de aquel texto, en la
que los nazarenos rechazan a Jesús.
El problema vino cuando empezó a decirles cosas que no querían oír, cuando les
recordó los milagros que los profetas Elías y Eliseo hicieron a favor de extranjeros y
que no pudieron realizar en favor de los israelitas por su falta de fe. Era una
advertencia clara, que Jesús repetirá muchas veces: “Si no acogéis el Reino de
Dios, se os quitará a vosotros y se les dará a aquellos que sepan acogerlo”. Al oír
estas cosas se enfadaron con Él y querían matarlo.
Lo que sucedió en Nazaret hace 2000 años se repite entre nosotros: cuando nos
dicen palabras agradables, todos estamos contentos. A todos nos gusta escuchar
que el Señor es nuestro Pastor, que nos ama y nos perdona, que tiene paciencia
infinita con nosotros… Pero cuando el cura nos recuerda que tenemos que hacer
opciones claras, que no podemos servir a Dios y al dinero, que tenemos que ser
consecuentes con nuestra fe y vivir como verdaderos cristianos, entonces ya no nos
gusta. Pero no podemos quedarnos solo con una parte del evangelio. Tenemos que
acoger todo el mensaje de Jesús, también aquellas partes que no comprendemos o
que nos cuesta ponerlas en práctica.
El Señor respeta nuestra libertad: podemos acoger su Palabra o rechazarla,
podemos fiarnos de Él o confiar solo en nuestras propias ideas. Lo que está claro es
que ante Jesús tenemos que hacer opciones. Por mi parte, yo solo puedo decir con
san Pedro: “Señor, ¿a quién iremos? Solo tú tienes palabras de vida eterna” (Jn
6,68). O, parafraseando las palabras de Josué: “En cuanto a mí y a mi BLOG,
serviremos al Señor” (cf. Jos 24,15). Que Él nos conceda la perseverancia en la fe y
en la esperanza. Amén.