V Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.
Pescadores de hombres
En el evangelio de hoy escuchamos que Jesús llamó a Pedro para que se
convirtiera en “pescador de hombres”. Pero solo unos momentos antes, después de
la pesca milagrosa, Pedro se había arrojado a los pies de Jesús, suplicándole:
“Apártate de mí, que soy un pecador”. Precisamente cuando Pedro se reconoce
indigno de estar con Jesús, Él le llama y le da una misión. Lo mismo sucede en la
primera lectura, en la que Isaías se reconoce “hombre de labios impuros”, indigno
de anunciar la Palabra de Dios. Entonces, el ángel le purifica y Dios le confirma en
su vocación de profeta.
En la Biblia podemos encontrar varias escenas similares. Cuando Dios llamó a
Moisés, este le dijo que era tartamudo, por lo que no podía convertirse en su
enviado. Cuando Dios llamó a Jeremías, este alegó que era solo un muchacho y
nadie lo escucharía. Cuando Dios llamó a Amós, este respondió que era un simple
pastor y recolector de higos, por lo que no le tomarían en serio…
Dios elige colaboradores humanamente incapaces, porque una misión divina
siempre sobrepasa las capacidades de cualquier ser humano. En la obra de Dios, Él
es siempre el que debe actuar. Los hombres solo somos sus colaboradores, “siervos
inútiles” (Lc 17,10), que “llevamos un tesoro en vasijas de barro” (2Cor 4,7).
Yo, personalmente, doy gracias a Dios, que se fio de mí y me llamó a servirlo en
la vida consagrada y en el ministerio sacerdotal, no por mis méritos, sino por su
bondad. Soy más pecador que san Pedro y mis labios son más impuros que los del
profeta Isaías, pero Él ha querido hacerme partícipe de su misión. Sobrecogido ante
una realidad que me desborda, solo puedo decir: “Aquí estoy, Señor. A pesar de mi
pobreza, cuenta conmigo”.