DOMINGO VII DEL TIEMPO ORDINARIO (B)
Homilía del P. Lluís Planas, monje de Montserrat
19 de febrero de 2012
Mc 2, 1-12
Una locura. Tengo la impresión de que muchos de nosotros pensaríamos de este
modo si nos diéramos cuenta de que abren el techo de la casa para que un paralítico
pueda ser introducido ante el que nosotros escuchamos y admiramos. Quizás, incluso,
pensaríamos que son unos fanáticos, unos fans como se estila decir, que realizan un
acto muy insensato. Podrían ser más delicados. Pero el evangelista nos ha hecho
saber que la casa estaba llena, «que no quedaba sitio ni a la puerta». Seguro que les
urgía presentar el paralítico; parece que no podían esperar ni veían como pedir
permiso para que les dejaran pasar desde la entrada. Todo el mundo estaba ansioso
por oír predicar a Jesús. Bueno, supongo que aquí podríamos añadir muchas
conjeturas sobre las intenciones.
Es Jesús mismo quien nos orienta sobre el sentido que tenía para ellos hacer esa
acción: su fe. Los camilleros eran hombres de fe. Eran hombres que creían y
esperaban de Jesús que hiciera lo mismo que había hecho en otros pueblos y lugares
despoblados de aquel entorno, tal como lo escuchamos el domingo pasado. Pero
aquellos camilleros, desde mi punto de vista, tienen otra característica. Se han mirado
el paralítico y en vez de decirse no hay nada que hacer, (la parálisis avalaba este
pensamiento), creen que ese hombre que está como muerto tiene unas posibilidades
de cambio. Son hombres que no han perdido la fe en la esperanza, son hombres que
también creen que el enfermo se puede curar.
Sin embargo cabe preguntarse quiénes son esos hombres. El evangelista no nos ha
dicho el nombre, pero nos ha dicho que eran cuatro: esta indicación es importante.
Efectivamente, pues hay comentaristas de este evangelio que nos dicen que el
número cuatro significa la humanidad. Son pues los que creen en la humanidad, la
cual se esfuerzan por poner delante de Jesús aquellos que, paralizados, han perdido
la posibilidad de hacer significativa su vida.
La respuesta de Jesús ante la fe de aquella humanidad es el perdón para el paralítico.
Si era sorprendente lo que hicieron los camilleros, ahora también lo es el signo del
perdón. La parálisis que impide vivir es la falta del perdón y Jesús, que es el Hijo, tiene
el poder del perdón, es decir tiene el poder de Dios. Como los mismos Maestros de la
Ley reconocen, sólo Dios puede perdonar. Ellos, en cambio, están preocupados por
acusar. En la casa donde está Dios, y que está llena hasta los topes, sólo saben
escuchar para señalar lo que ellos entienden como una falta. Su pretendida sabiduría
inmoviliza, paraliza el alma del hombre, y no señalan el camino de la curación porque
no aceptan el perdón. La Ley de Dios es dada al hombre para que sea camino de
salvación y ellos sólo saben acusar: hoy, en el evangelio, señalan a Jesús como
blasfemo, cuando de hecho su misión debería ser señalar el camino de la liberación.
Posiblemente nos conviene fijarnos si aún hoy hay quien se considera experto de la
Ley de Dios, de la Ley del Amor, y que acusa, una y otra vez a la humanidad, para que
siga encadenada a las literas del inmovilismo y en cambio no es capaz de ofrecerle
libertad. Da que pensar un proverbio chino que dice: el que acusa con su dedo no se
da cuenta que tiene tres que le señalan a él.
Con el gesto de Jesús hemos pasado de una parálisis física, a una parálisis del
espíritu. En tiempos de Jesús las parálisis eran signos de pecado. Lo que Jesús quiere
enseñar es que Él, que es capaz con su vida y su gesto de curar (como vimos el
pasado domingo que curó un leproso que vivía en la marginación), ahora su fuerza se
revela en el perdón. Por eso plantea la cuestión: «¿Qué es más fácil: decirle al
paralítico «tus pecados quedan perdonados» o decirle «levántate, coge la camilla y
echa a andar»?» Y lo hace así.
Bien mirado también es sorprendente. Jesús no coge el paralítico, sólo le pide que se
levante: ¿no os parece que le está diciendo cree en ti, que yo creo en ti? ¡La fuerza
que tiene esta fe! Los camilleros creyeron que el paralítico tenía posibilidades y
creyeron que Jesús podía. Ahora al pecador paralizado se le pide que confíe en Jesús
y confíe en sí mismo. Pero la enseñanza no se queda ahí: el ex-paralítico tiene que
coger la camilla; y nosotros nos podemos preguntar ¿por qué? si no la necesita, y
seguramente cargándola no podrá caminar con ligereza. El evangelio no nos lo dice,
pero llevándola encima le recuerda constantemente el peligro de volver a caer en las
actitudes que antes le paralizaron. Y tiene que caminar en presencia de todo el
mundo, nos recuerda el evangelista. Sí, los que hemos sido perdonados debemos ser
conscientes de que caminamos delante de todos, para que, como acaba el evangelio
de hoy, todo el mundo glorifique a Dios.
Tengamos presente que cuando recitamos el Padrenuestro decimos "perdona
nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.
Tenemos que aprender de Jesús: creer en el hombre. Él cree en
nosotros. Perdona. ¿Es una locura?