DOMINGO III DE CUARESMA (B)
Homilía del P. Antoni Pou, monje de Montserrat
11 de marzo de 2012
¿Cómo hablar de la cruz? El tema no ha sido nunca fácil. Ya Pablo hacía notar a los
Corintios que la predicación de un Mesías crucificado era un escándalo para los judíos
y una necedad para los griegos, porque los judíos querían milagros y los griegos
sabiduría.
El pasaje de la expulsión de los vendedores del templo fue el gesto profético de Jesús
que provocó su detención y posterior condena a la cruz por rebelión. Ponerse en
contra del sistema económico que sostenía el Templo, era una crítica en contra de
todo el sistema religioso que lo avalaba. Ciertamente el gesto de Jesús era demasiado
peligroso, porque podía ser interpretado como fuente de inestabilidad política y
religiosa entre los judíos, lo que las autoridades del Templo no se podían permitir ante
el control atento de los Romanos.
Pero el gesto de la expulsión de los vendedores por parte de Jesús quería ser sobre
todo un gesto en contra de la imagen de Dios que este Templo fomentaba. Un Dios
que marginaba gran parte de la sociedad: leprosos, cojos y ciegos, endemoniados y
tantas personas que se sentían excluidas de la Ley... y que Jesús al contrario acogía
con sus milagros y su misericordia. El Dios de Jesús no se le puede comprar con
dinero y sacrificios, "No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre”. Para la bondad
gratuita de Dios, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e
injustos, el culto del Templo ya se le había vuelto pequeño.
El Evangelio de Juan da un paso más, no sólo muestra que Jesús quiere reformar el
Templo, sino que Él mismo es el nuevo Templo, destruido en la cruz, pero re-edificado
en su resurrección y en la comunidad cristiana. Jesús que había sido condenado por
atentar contra el templo, paradójicamente e irónicamente, es confesado como el
verdadero templo.
Jesús es el templo limpio de cambistas, con un único sacrificio que es él mismo, dando
la vida por sus amigos. Nosotros en Jesús y su estilo de vida encontramos la felicidad
que los peregrinos de Israel buscaban en la montaña de Sión. Como el pájaro que
busca la estancia en el templo o la golondrina que hace el nido, también nosotros
encontramos en Jesús nuestro hogar, nuestro refugio. Como dice el salmo, su palabra
es descanso para nuestra alma.
Moisés transmitió la Ley de Dios al pueblo de Israel para conservar la libertad
conquistada en el Desierto, liberado de la esclavitud de Egipto. Los mandamientos del
decálogo hacían posible la identidad y la convivencia a partir del respeto al otro, y el
sábado era un símbolo de la bondad de Dios que procuraba el descanso y la
alabanza. Pero Jesús no veía nada de esto en el sistema religioso del Templo, que se
había convertido en negocio y patíbulo de profetas. ¡Precisamente el Templo, que
debería ser por excelencia el signo de la presencia de Dios y de su amor gratuito!
La Cuaresma es un tiempo de purificación, un tiempo para meditar el misterio de
muerte y de resurrección de Jesús. No sólo como una verdad a creer y confesar, sino
descubriendo todo lo que supone de exigencia transformadora. El misterio de la cruz y
resurrección de Jesús no puede ser desligado de su gesto profético de denuncia
contra el Templo, es decir contra toda institución religiosa o política que haya perdido
su bondad primigenia de servicio a la comunidad. Necesitamos tanto de la bondad en
nuestra vida personal, como de instituciones justas en nuestra sociedad. Sin
instituciones políticas, culturales, religiosas y económicas que estén al servicio de
todos, nuestra sociedad quedaría paralizada, y por eso debemos respetar, valorar y
animar a las personas a que se impliquen de manera generosa; como también
nosotros hemos de colaborar en una u otra en la medida que nos es posible. Pero no
podemos olvidar también la tendencia de las instituciones a convertirse en escondite
de fraude y de enriquecimiento de unos pocos, o en sistemas que pierden su
funcionalidad original y sobreviven a base de auto-celebraciones o de auto-
sacralización ideológica... Y Jesús nos diría que las instituciones son para el hombre,
no el hombre para las instituciones.
En la cruz de Jesucristo Dios se ha implicado de manera profunda en la realidad,
porque es el mismo Dios que purifica su Templo, y nos ha dicho bien claro que ya no
quiere más sacrificios, sino sólo amor. En Jesús nuestro interés por la reforma de las
instituciones políticas y religiosas deja de ser filantropía para convertirse en un acto de
culto, de la mano de su mismo Espíritu.
A nivel personal también tenemos el peligro de convertir nuestras vidas en un
mercado, olvidando que la Fuente de la vida se encuentra en el amor gratuito, que no
podemos comprar ni vender, sino sólo ofrecer, o acoger con agradecimiento. Esta
fuente de la vida es la que brotaba del lado derecho del santuario, en el sueño que
tuvo el profeta Ezequiel, y la que brotó del costado de Cristo en la cruz, nuevo templo,
río que cura todo lo que toca. Misterio de muerte y de resurrección que celebramos ya
ahora en esta eucaristía, pero que esperamos con ilusión poder celebrar con mayor
solemnidad y profundidad al final de la Cuaresma, en los días santos del Triduo
Pascual.