Tiempo y Eternidad
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José Manuel Otaolaurruchi, L.C.
¡Que vivan los novios!
“Rogamos a los invitados del novio que ocupen el lado derecho del salón, y a los amigos de
la novia el lado izquierdo. Ahora pueden irse porque este es un bautizo”. A los novios de
Caná de Galilea también se les creció el número de los invitados y como el presupuesto no
era abultado, se les acabó el vino.
En nuestros esquemas mentales resulta fácil ubicar a la Virgen María y a Jesucristo en el
templo orando o acompañando a los pobres, pero ¿en una fiesta de bodas con todo lo que
eso significa de música, algarabía, jolgorio y desde luego, de vino? ¿Habrá querido Jesús
santificar también las fiestas? A primera vista parecería que no, porque nunca faltan los
borrachos, pendencieros y pesados. Además, al Maestro se le pasó la mano con los 600
litros de agua convertida en vino, porque milagrosamente, desde entonces, lo que abunda en
las bodas es el trago.
¿Qué significado tiene este primer milagro realizado en las bodas de Caná?
Reconozcamos ante todo la eficaz intercesión de la Virgen María. Al parecer no estaba en
los planes de Jesús inaugurar su misión redentora en ese ambiente tan holgado, sin
embargo, la poderosa súplica de su Madre le lleva a adelantar su hora y a realizar el primer
signo profético. La Virgen María es nuestra mejor aliada en todos los momentos de la vida,
nos ilumina con su ejemplo, nos guía con su palabra: “Haced lo que Él os diga” (Jn. 2,5) y
nos alcanza de Cristo los favores que necesitamos para aliviarnos en las penas y aflicciones.
En segundo lugar consideremos la relación que guardan el agua y el vino. El agua
representa nuestras obras, esfuerzos y trabajos. Si nuestras tareas cotidianas las ofrecemos a
Cristo y las ponemos en manos del Señor, se transforman, por la acción de la gracia, en
ofrenda agradable a Dios. Al realizar este primer milagro en una boda, ¡desde luego que
quiso santificar las fiestas y no sólo esto, también el cine, las vacaciones, los deportes y
todo quehacer humano! Nos enseña a santificar las realidades del mundo, no a huir de ellas.
Finalmente pensemos en la bondad de Dios. Jesús todo lo dio en abundancia, nunca fue
mezquino. En la multiplicación de los panes, dice el evangelio, les dio de comer hasta
saciarse y todavía sobraron doce canastos. Cuando enseñaba a la gente, se entregaba
totalmente y no ahorraba tiempo o esfuerzo. La abundancia de la gracia divina supera con
creces lo que podemos imaginar e incluso esperar. El corazón de Jesús no tiene límites, no
escatima nada para colmar a los que quieren recibirlo. “Vino para darnos vida, y vida en
abundancia (Jn. 10,10).
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