DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR
Homilía del P. Abad Josep M. Soler
1 de abril de 2012
Mc 14, 1 - 15, 47
Son impactantes, queridos hermanos y hermanas, las palabras del centurión pagano
que nos transmite el evangelista al final del relato de la pasión. El centurión, que
estaba de pie ante Jesús, al ver cómo había expirado, dijo: "Realmente este hombre
era Hijo de Dios . El Sumo sacerdote , en el interrogatorio que, durante la noche, le
había hecho rodeado de los sumos sacerdotes y los letrados y los ancianos , había
preguntado a Jesús si era el Mesías, el hijo de Dios bendito . Esta manera de hablar,
dado que los judíos no dicen el Nombre Santo, equivalía a preguntarle si era el Hijo de
Dios. Y Jesús, que había callado hasta ese momento, reconoce su identidad ante la
máxima autoridad religiosa. Pero los del sanedrín no lo creyeron; consideraron que
decía una blasfemia y lo declararon reo de muerte . Las autoridades religiosas no
saben -o no quieren- darse cuenta de quién es el preso que tienen delante ni de la
obra que ha hecho a favor de los demás.
En cambio, un pagano quedó fuertemente impresionado por la manera cómo había
expirado Jesús. Impactado por las palabras: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado? y por el fuerte grito que dio antes de expirar, el centurión descubre la
verdad de Jesús y expresa su fe en el Crucificado, este hombre era Hijo de Dios . No
ha ser fácil decirlo ante un hombre clavado en cruz, exhausto, ensangrentado, que
muere gritando que se siente abandonado de Dios. A pesar de esta percepción
externa, el centurión sabe penetrar en profundidad el significado de lo que ha visto y
oído y expresa en una frase lo que es la síntesis y el núcleo de todo el Evangelio
según san Marcos. Es una proclamación que engloba toda la narración evangélica,
desde el momento que ya las primeras palabras del inicio de este evangelio hablan de
la Buena Noticia de Jesús, el Cristo, Hijo de Dios (cf. Mc 1, 1).Este oficial romano
constituye, pues, la primicia de la fe de los pueblos paganos. Y expresa nuestra fe, la
fe de todos los cristianos de todas partes: aquel crucificado es el Cristo, el Mesías, el
Hijo de Dios.
Este hombre que ha dado la vida en la cruz se ha solidarizado con el sufrimiento de
toda la humanidad y se ha hecho compañero y sostén de todo sufrimiento humano.
Contemplándolo en su pasión este domingo, nos sentimos profundamente amados por
él. Y queremos acoger el modelo que nos ofrece de amar y de perdonar
generosamente. Sabemos que, con sus sufrimientos hasta el fuerte grito de la muerte,
borra nuestros pecados, nos acerca a Dios Padre, nos invita a tener confianza en él y
nos abre las puertas de la vida para siempre. Mirémoslo con ojos de compasión y de
agradecimiento para que sea curación para nuestras heridas y nos conceda saborear
la salvación que nos otorga.
Este hombre crucificado es aquel que todos, de una manera u otra, buscamos, cada
uno por sus caminos, según sus experiencias, a partir de los senderos de la propia
vida, con más luz o más a tientas. Todos buscamos lo que Jesús es. Lo que Jesús nos
aporta. San Marcos destaca en todo su evangelio que Jesús no se impuso nunca
durante su vida mortal, fue siempre un Mesías escondido, uno más entre los otros,
pero trabajando siempre a favor de la persona humana, curando, liberando, dando
vida. Tampoco hoy, en nuestros días, Jesús no se impone, no se sienta entre los
poderosos, no ocupa los primeros lugares en las pantallas y en las redes. Pero,
también hoy, es amorosamente cercano a quien sufre; también hoy trabaja a favor de
cada persona humana, a favor de la justicia y de la fraternidad entre todos. Por eso los
que hemos descubierto el secreto de Jesús clavado en la cruz, lo hemos de anunciar a
nuestros contemporáneos.
La sociedad actual está saturada de falsos "mesías" que prometen el bienestar, la paz
y la felicidad pero no son capaces de cumplir estas promesas. La humanidad, toma
globalmente, no ha encontrado aún el Mesías auténtico; continúa buscándolo, a veces
allí donde no se le puede encontrar. Y, desgraciadamente, muchos que lo habían
conocido en el mundo occidental, lo han olvidado. Sin embargo, él está en medio de la
humanidad, imperceptible pero con fuerza para dinamizar a las personas y a los
pueblos que se dejan interpelar por su Palabra. Por eso la tarea de la Iglesia es
extremadamente urgente. Ella es portadora de Cristo en medio del mundo. Portadora
de Cristo y los valores de su Evangelio; a pesar de la fragilidad de sus miembros, es
portadora de esperanza, de justicia, de perdón, de abnegación, de amor fraterno.
Nosotros, creyentes, que hoy contemplamos a Jesucristo crucificado, tenemos la
responsabilidad de anunciar la fe en él, como el centurión del Evangelio. Todos
tenemos que hacer que las palabras " este hombre es el Mesías, el Hijo de Dios "
resuenen también en nuestros días y puedan ser escuchadas por el mayor número
posible de nuestros conciudadanos. En una sociedad, que vive en un clima de
insatisfacción, de incertidumbre ante el futuro, de empobrecimiento creciente, de
preocupación por el aumento de la violencia,... tenemos que anunciar la Buena Nueva
del amor inquebrantable de Dios por cada persona y por el conjunto de la humanidad,
sellado -ese amor- por la cruz de Jesús. La contemplación del Crucificado nos cura el
corazón, nos libera, nos llama a no sucumbir en la tentación y nos ofrece la fuerza
espiritual para luchar solidariamente y con paciencia para construir una sociedad
nueva que supere las limitaciones y las injusticias de la actual. La contemplación del
Crucificado nos enseña, también, a considerar el drama de la muerte humana desde la
perspectiva de la esperanza en el reino de los cielos y, por tanto, a creer que la
podremos superar como él lo ha hecho.
Mientras agradecemos tanta bondad y recibimos el fruto en el sacramento eucarístico,
nos sentimos alentados a vivir más intensamente la fe en el Crucificado, él que vive
para siempre.