DOMINGO IV DE PASCUA
Homilía del P. Josep Miquel Bausset, monje de Montserrat
29 de abril de 2012
Jn 10, 11-18
En este cuarto domingo de Pascua, hermanas y hermanos, Jesús se nos presenta en
medio de la comunidad cristiana como el Buen Pastor. Como el pastor, como el único
pastor que, con solicitud y audacia guía las ovejas y las defiende del mal.
Las lecturas de este domingo resaltan la persona y el mensaje de Jesús, que,
rechazado por sus contemporáneos, es " se ha convertido en piedra angular " (Hch
4,11), piedra angular y clave, eje de nuestra fe y centro alrededor del cual vive y se
construye la Iglesia. Es por ello, que nuestra experiencia pascual como creyentes,
debe tener como fundamento, como único fundamento, el Cristo Resucitado. Por ello,
el encuentro con el Señor nos ha de hacer vivir de una manera nueva.
Y de la centralidad de Cristo en nuestra vida, y en la vida de la Iglesia, se sigue (como
subraya la carta de San Juan) la gracia de la filiación divina, la dignidad de hijos de
Dios que todos hemos recibido como prueba del amor del Padre (1Jn 3).Y con la
gracia de esta filiación, la fraternidad de sentirnos y de sabernos hermanos, hijos en el
Hijo. Pero es la imagen de Jesús Buen Pastor, que con generosidad da la vida por las
ovejas la que marca el ritmo de este cuarto domingo de Pascua.
Jesús es presentado por la comunidad de Juan con una imagen muy querida por el
pueblo de Israel: un Pastor, en íntima comunión con el Padre y con los discípulos: " Yo
soy el buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el
Padre me conoce, y yo conozco al Padre ". Un pastor que conoce las ovejas y que las
lleva por caminos de libertad y de paz.
Siguiendo el magisterio de Cristo Buen Pastor, también nuestras comunidades
eclesiales deben ser testigos del Señor Resucitado, tal como lo han sido tantos y
tantos pastores, mártires de la caridad, desde Pedro y Pablo, hasta el P. Maximiliano
M ª Kolbe o los obispos latinoamericanos Oscar Romero o Juan Gerardi.
Jesús como Buen Pastor, conoce y reúne el rebaño, llamado a una universalidad, sin
exclusiones ni exclusivismos. Él, que es portador de vida, abre nuevos horizontes de
confianza y de libertad en el seno de las comunidades cristianas. Unas comunidades
donde se han de manifestar las mismas actitudes que tenía Jesús: la comprensión y
no la condena, el consuelo en la proximidad, la confianza en la paternidad de un Dios
que es Padre, la solicitud por los pobres y los marginados , la paz que desvanece
todos los miedos.
Con Jesús Buen Pastor, la Iglesia no camina sin norte, sino que hace un camino en el
que el pueblo de Dios, lejos de encerrarse en sí mismo, debe acercarse a quienes se
encuentran lejos del rebaño: el mundo de la cultura y de la ciencia, los jóvenes y el
mundo del trabajo.Con sencillez y espíritu de servicio, sin imposiciones ni
prepotencia. Así, empapados del amor de Cristo, podremos abrir un diálogo con el
mundo de la increencia y establecer lazos de comunión y de fraternidad con todos los
que miran con recelo o suspicacia a la comunidad cristiana.
Es el amor el que fundamenta (lo que debe fundamentar) la misión de los pastores de
guiar y de conducir al rebaño. Y es en el amor hecho servicio (servicio solícito,
generoso y abnegado) que Jesús se convierte en pastor de las ovejas. Por ello, el
servicio al pueblo de Dios, como lo hizo Jesús, se ha de hacer con ternura y paciencia,
desde el amor, no desde el poder, mostrando la faz serena, afable y comprensiva de la
Iglesia.
La vida del pastor, como Jesús nos enseñó, debe estar siempre a favor de las
comunidades cristianas, acompañándolas, defendiéndolas, animándolas, en un
servicio de guía, de acogida, de proximidad, para salir al encuentro de los demás y de
buscar los mejores caminos y los mejores pastizales para el pueblo de Dios.
En el Buen Pastor es donde podemos descubrir el amor de un Dios que viene a
salvarnos, a infundir esperanza y curar las heridas que todos llevamos en el corazón.
Un Dios que fortalece nuestra fe y serena a todos los que están atribulados. Un Dios
que consuela a los desanimados y enjuga las lágrimas de quienes lloran.
A ejemplo del Buen Pastor, solícito por el rebaño, también nosotros debemos hacer de
la Iglesia, como decía el Papa Juan XXIII, el Papa del Concilio, no un museo
arqueológico hecho de objetos muertos y sin vida, sino una plaza con una fuente
donde todos puedan acercarse para saciar la sed que todos llevamos en el corazón.
Así, construiremos unas comunidades cristianas vivas, que sean unos hogares donde
todos puedan encontrar la compasión y el consuelo de Dios, la paz del corazón y la
alegría y la fraternidad que tanto anhelamos.
Quiero terminar con las palabras que Juan XXIII dirigió al pueblo de Dios el 11 de
octubre de 1962, unas horas después de la inauguración del Vaticano II, del que este
año celebramos el cincuentenario. A ejemplo de Jesús Buen Pastor, y con una actitud
cercana a los demás, sencilla y llena de ternura, el Papa bueno decía a la gente que
estaba en la plaza de San Pedro: "Cuando volváis a casa, encontraréis a vuestros
niños. Hacedles una caricia en nombre del papa. También encontraréis algunas
lágrimas para secar. Decidles: el Papa está con vosotros, especialmente en las horas
de tristeza y de amargura”. Como Juan XXIII, también nosotros debemos llevar a
nuestros contemporáneos la persona de Jesús y la buena Nueva del Reino, como una
caricia de Dios. Como un regalo para todos aquellos que pasan tribulación y
momentos de dificultades.
Es ahora en la Eucaristía, sacramento del amor, que Jesús Buen Pastor nos alimenta
y nos alienta a ser, en medio de la sociedad, testigos de la Pascua y servidores del
amor.