Domingo 20 enero 2013
El Evangelio de Hoy
Jn 2,1-11
Fue invitado Jesús a la boda
Para todos es obvio que el género humano se divide por
mitades iguales en hombres y mujeres. Esto no es decisión
del ser humano, sino de Dios: «Hombre y mujer los creó»
(Gen 1,27). Dios es el Creador de la naturaleza humana. Y
la razón por la cual los creó «hombre y mujer» es porque Él
decidió que el ser humano viniera a la existencia por
generación, es decir, por la unión del hombre y la mujer.
Es significativo que en la Biblia la primera palabra que
Dios dirige al ser humano no la dirige ni al hombre ni a la
mujer, sino al hombre y la mujer unidos, y que esa palabra
destaque el sentido de esa unión: «Sean fecundos y
multipliquense...» (Gen 1,28).
No corresponde al plan de Dios ni el hombre solo ni la
mujer sola. De hecho Dios declara respecto al ser humano:
«No es bueno que el hombres sea solo» (Gen 2,18). Y el
texto bíblico formula una ley: «Dejará el hombre a su padre
y a su madre y se unirá a su mujer y serán una sola carne»
(Gen 2,24). Jesús es la Palabra de Dios; él es la
interpretación auténtica de la Palabra de Dios. Respecto de
la unión del hombre y la mujer, sabemos bien lo que él
piensa: «Que no separe el hombre lo que Dios ha unido» (Mt
19,6; Mc 10,9). En esta orden de Jesús están contrapuestas
la voluntad del hombre –separar– y la voluntad de Dios –
unir–. ¡Debe prevalecer la voluntad de Dios! Es lo que
todos los cristianos pedimos a Dios: «Hagase tu voluntad»
(Mt 6,10). La voluntad de Dios es que los seres humanos
vengan a la existencia como fruto de la unión inseparable
entre un hombre y una mujer, unión que en la lengua
española se designa con la palabra «matrimonio». Es
preocupante la mala noticia que se ha difundido estos días
en nuestro país: que el 69,7% de los niños que han sido
inscritos en los registros de nacimientos han nacido fuera
del matrimonio. Es una triste estadística de la resistencia
a la voluntad de Dios. Es como si en nuestro país rigiera
la oración: «Hagase nuestra voluntad y no la de Dios».
Como hemos visto, la relación de Dios con el ser
humano se inaugura poniendo de relieve la unión del hombre
y la mujer. También el Hijo de Dios hecho hombre comenzó su
manifestación en el contexto de esa unión: «Se celebraba
una boda en Caná de Galilea y estaba allí la madre de
Jesús. Fue invitado también a la boda Jesús con sus
discípulos... Este comienzo de los signos hizo Jesús en
Caná de Galilea y manifestó su gloria y creyeron en él sus
discípulos». Jesús es invitado a esa boda, porque el esposo
y la esposa están de acuerdo con la visión que él tiene
respecto del matrimonio: «Se unirá el hombre a su mujer y
serán los dos una sola carne... no separe el hombre lo que
Dios ha unido» (Mt 19,5-6). En la celebración de esa unión
dio Jesús comienzo a sus signos, en esa unión manifestó por
primera vez su gloria, en esa unión creyeron por primera
vez en él sus discípulos. Todo esto nos revela que el
matrimonio, en el cual el hombre y la mujer se unen hasta
que la muerte los separe, es una instancia humana
fundamental; merece que el Hijo de Dios haya elegido esa
instancia para comenzar a manifestar su gloria.
La unión del hombre y la mujer, tal como Dios la creó,
fue elegida por el mismo Dios para revelarnos y hacernos
comprender la naturaleza de su propia unión con el género
humano: «Como se casa un joven con una virgen, así se
casará contigo el que te construyó; como se goza el esposo
con la esposa así se gozará tu Dios contigo» (Is 62,5). La
unión de Dios con el género humano es única e indisoluble,
es «una alianza eterna». No serviría el signo que Dios
eligió para expresarla, si no tuviera esas mismas
propiedades. El Catecismo de la Iglesia Católica enseña que
el matrimonio tiene esas propiedades: «El amor de los
esposos exige, por su misma naturaleza, la unidad y la
indisolubilidad de la comunidad de personas, que abarca la
vida entera de los esposos» (N. 1644).
+ Felipe Bacarreza Rodríguez
Obispo de Santa María de Los Ángeles