SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA (B)
Homilía del P. Joan-Carles Elvira, monje de Montserrat
24 de junio de 2012
Is 49, 1-6 / Hch 13, 22-26 / Lc 1, 57-66.80
A pesar de que no seamos muy conscientes, es posible que todos vengamos a este
mundo con una misión personal que debemos llevar a cabo a fin de que nuestras
vidas tengan sentido. Dios, al darnos el ser, quiere que colaboremos con Él en su obra
creadora, que no puede llegar a su plenitud sin nuestro concurso. Podríamos, pues,
hacer nuestras hoy, de alguna manera, las palabras del profeta Isaías que hemos oído
en la primera lectura: Estaba yo en el vientre, y el Señor me llamó; en las entrañas
maternas, y pronunció mi nombre...
A través de las lecturas que acabamos de escuchar, la Biblia nos habla hoy de un
hombre que tenía una misión excepcional. Porque hay misiones y misiones, y la de
Juan Bautista es ciertamente única: ser precursor del Señor. "Precursor": he aquí el
rasgo más distintivo de este hombre santo, más que profeta, elogiado por Jesús como
el mayor de los nacidos de mujer. Según el diccionario, recibe el nombre de
"precursor" aquella persona que va delante preparando la venida de alguien o el
advenimiento de algo. Precursor, pues, es aquel que abre paso, que allana un camino.
Juan es así el instrumento escogido para preparar la venida del Mesías y el
advenimiento del Reino de Dios. De esta manera hace justicia al nombre que ha
recibido: "Dios concede gracia". Juan es como una frontera entre los dos Testamentos,
el Antiguo y el Nuevo (S. Agustín). Sí, ha llegado el tiempo de la gracia: Tanto amó
Dios al mundo que envió a su Hijo, no para condenar al mundo sino para salvarlo. Con
Jesús ha llegado el tiempo de la nueva Alianza, la Alianza definitiva del perdón y de la
paz. Juan Bautista recibió la misión de ser el testigo fiel que no busca protagonismos
sino conducir hacia Jesús para luego retirarse. Él sólo abre un camino, invita a la
conversión, a un cambio de mentalidad que disponga los corazones a acoger la
presencia de Dios en el mundo. El precursor busca simplemente ser mediación de una
Presencia que le sobrepasa.
Juan llega al culmen de su misión cuando dirige la mirada de dos de sus discípulos
hacia Jesús, a quien presenta como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo
(cf. Jn 1,29). Con todo, Juan habrá de estar dispuesto a dejarse evangelizar por el
estilo desconcertante del mesianismo de Jesús. Siempre fiel, su fe en Jesús quedará
intacta: Yo no soy el Mesías, sino que he sido enviado delante de él. El que tiene la
esposa es el esposo. (...) Desde ahora, él tiene que crecer, y yo tengo que menguar
(Jn 3, 28-30).
Hermanos y hermanas, el testimonio de Juan Bautista, celebrado solemnemente por la
Iglesia, llega a los creyentes de todas las épocas, además de ser un referente especial
para los monjes. Él es, para nuestro tiempo, un signo de esperanza: Dios es fiel a sus
promesas y no nos abandonará. Es también, en los tiempos que vivimos, un modelo
para la transmisión de la fe. El verdadero evangelizador obra como él. Dar a conocer a
Jesús: he aquí la tarea evangelizadora más decisiva. Porque es imposible conocer a
Jesús y no amarlo, y aún menos, amarlo y no seguirlo... Pero tenemos que saber
retirarnos una vez cumplida nuestra misión: Él debe crecer y nosotros menguar... No
hay otro camino para llevar a Cristo a nuestros contemporáneos.
Y termino. La fiesta de hoy nos brinda también una ocasión privilegiada para
agradecer de todo el corazón el papel decisivo de aquellas personas que fueron
nuestros precursores en la fe porque no centraron sobre sí mismas nuestra atención,
sino que la orientaron decididamente hacia el Cristo. Que, tanto ellas como nosotros,
en el cielo y en la tierra, por el gozo del Espíritu Santo, vivamos con una inmensa
alegría la gracia de haber sido encontrados por Jesucristo y de haberle entregado
confiadamente nuestras vidas para siempre. Que así sea.