DOMINGO XIV DEL TIEMPO ORDINARIO (B)
Homilía del P. Jordi-Agustí Piqué, monje de Montserrat
8 de julio de 2012
Ez 2, 2-5; 2 Cor 12, 7-10; Mc 6, 1-6.
Queridos hermanos y hermanas en Cristo:
El evangelio de hoy sigue redaccionalmente al que escuchábamos el domingo pasado
(la curación de la hija de Jairo) y precede al de la misión de los doce. Así pues
estamos en un contexto de manifestación de Jesús en medio de su pueblo: Jesús se
da a conocer como aquel que cura, se manifiesta como Señor que desvela del sueño
de la muerte y como aquel que reúne a las doce tribus de Israel para que reciban la
Buena Nueva del Evangelio.
Pero a pesar de todo ello, el fragmento de hoy presenta un tema importante: el
rechazo ante la predicación. Jesús, el Nazareno, en Nazaret no encuentra fe. Las
curaciones y los milagros hechos en sus pasar en medio de los suyos no producen
ningún efecto. Las grandes parábolas de la predicación de Jesús no son asimiladas.
Jesús mismo se sorprende de la falta de fe que encuentra en medio de su pueblo.
Un escritor-filósofo del siglo veinte escribía que «hubo un tiempo en que los hombres
salían a recorrer el mundo para aprender qué era el miedo; después llegó un tiempo
en que había que aprender qué era la esperanza; ahora, sin embargo, es el tiempo en
que no se sabe ni siquiera dónde encontrar una razón para la esperanza ... (Cf. Ernst
Bloch) ».
Y ya el profeta Ezequiel pre-anunciaba al pueblo el hecho esperanzador que Dios
irrumpe en su realidad. Una realidad de dolor, de dominación y de desierto, que puede
parecer estéril y que lleva al cansancio y a la torpeza: Ellos, te hagan caso o no te
hagan caso (pues son un pueblo rebelde), sabrán que hubo un profeta en medio de
ellos.
No sé si nuestro tiempo es más un tiempo del filósofo o un tiempo del profeta. Nuestra
historia también tiene sus esclavitudes y sus ídolos y sus períodos de desencanto. El
cansancio y la pesadez definen el estado de ánimo de muchos cristianos, que
conociendo a Jesús, no llegan a tener fe. Decir Dios, hoy se hace difícil y a veces
hasta imposible. Nuestras seguridades y nuestros falsos trascendentes nos
adormecen y nos hacen miedosos a la hora del testimonio. Los falsos antídotos del
fútbol o de la política nos obnubilan pero no nos serenan. Y hoy como en todo tiempo,
si no es en Dios, ¿dónde encontraremos la razón de nuestra esperanza?
Jesús nos presenta su presencia sanadora en medio de su pueblo. A pesar de la
duda, nos da la curación de su cruz para sanar las mordeduras de la vida. Porque en
él se cumple la palabra del profeta, incluso la del rechazo: el abandono que
experimentará en la cruz es la máxima identificación con lo que nosotros mismos
somos, y en esta identificación está la gracia de la salvación. Sólo en Cristo podemos
anunciar a nuestro tiempo la revelación definitiva del nombre de Dios como Padre;
tanto si escuchamos como si no; tanto si nos escuchan como si no: porque la parábola
de la semilla de mostaza, o la del sembrador, en su dinámica, encuentran su
cumplimiento en Cristo mismo. No encuentran confirmación en la cantidad, en la
eficiencia, en el número de frutos obtenidos en la cosecha: encuentran cumplimiento
en la fe en Jesús.
Y hoy, quizás como nunca, lo tenemos que creer desde la escasez de los resultados,
desde la propia pobreza de la fe, con la confianza y la serenidad de quien se sabe en
manos de otro. Pero hay que creer también con fuerza y con valentía, porque la tarea
es ardua y la cruz no se nos ahorra. Lo tenemos que hacer con el corazón lleno del
gozo profundo y sincero de quien sabe que ha sido tomado por Cristo, y por lo tanto
hemos sido identificados con él, a su muerte y resurrección.
Os invito hermanos y hermanas a acercaros en este tiempo de verano a la zarza de
nuestro corazón, lugar donde Dios se revela a cada uno de nosotros y a abrir el
entendimiento a la revelación definitiva de Jesucristo, y empaparnos de su serena
esperanza.
Contemplemos ahora a Cristo en la Eucaristía que celebramos, ofreciendo por Él al
Padre lo que somos inspirados por su Santo Espíritu. Amén.