Solemnidad. La Natividad del Señor (25 de Diciembre)
El ícono de la Navidad
Diciembre de 2012.
Para nosotros, cristianos de Occidente, la imagen característica de la Navidad es el
pesebre, representación que Francisco de Asís inauguró en Greccio en la
nochebuena de 1223 y que con el tiempo adquirió una vigencia universal. La
mirada de los fieles se ha posado en aquellas figuras entrañables y la devoción
popular continúa alimentándose de ellas, que expresan sobre todo el flanco más
humano del misterio: un niño que es Dios. Eximios pintores han ilustrado
maravillosamente la escena.
En las iglesias orientales la iconografía navideña se fue desarrollando a partir de los
concilios del siglo V que formularon dogmáticamente la verdad central del
cristianismo: en la única persona de Jesús, el Verbo encarnado, se unen sin
confusión ni separación la naturaleza divina y la humana. Entre los siglos VII y IX
se elabora el ícono que alcanzó finalmente una forma canónica. Hay antecedentes
pictóricos en las catacumbas romanas, en los antiguos sarcófagos cristianos y en
otros tipos de escultura. Existen asimismo testimonios más tardíos, pinturas y
mosaicos, en diversas regiones de Italia, en Egipto y Palestina. Las fuentes
literarias del ícono son los relatos de la infancia de Jesús incorporados a los
evangelios de Mateo y de Lucas, como también los apócrifos, en especial el
Protoevangelio de Santiago. Paralelamente, la composición de los textos litúrgicos y
de las melodías correspondientes de las iglesias orientales acompaña acompaña al
desarrollo iconográfico; la dimensión visual y la auditiva se fecundan
recíprocamente en la celebración del nacimiento del Señor, de Dios que se hace
carne, hombre frágil, mortal.
El carácter canónico de esta imagen –sobre todo en el ámbito bizantino ruso– no
excluye algunas variantes sobre los elementos que la componen. En el centro de la
tabla está siempre la gruta con el niño y a su lado la madre; en la porción superior
montañas, ángeles, pastores y magos; en la inferior otros pastores, un hombre
vestido de pieles, ovejas, san José y la escena del baño del recién nacido.
Detengámonos en una breve descripción de esos elementos que están estilizados
para destacar lo esencial, el mensaje de la fiesta de Navidad.
El fondo de color oro es símbolo de la luz de Dios, de su gloria que todo lo
esclarece; el acontecimiento celebrado no sólo es historia, es también revelación de
Dios que diviniza al hombre y transfigura el cosmos. Navidad es una fiesta de la
luz. No falta la estrella, que proyecta hacia la gruta su rayo; éste en algunas
realizaciones del ícono se reparte en tres haces para aludir a la participación de las
tres Personas divinas en la economía de la salvación. La gruta es una abertura
negra hacia las entrañas de la tierra y representa las tinieblas del pecado, el abismo
infernal. Contra ella se destaca la figura del Niño amortajado en pañales
blanquísimos, signo de la redención que Cristo conquistó con su muerte y
resurrección. En algunos íconos el pesebre semeja un sepulcro, subrayando así el
vínculo entre Navidad y Pascua. Son infaltables el buey y el asno, que no figuran en
los relatos evangélicos pero aluden a dos pasajes bíblicos: según Isaías 1, 3 el buey
conoce a su amo y el asno del pesebre a su dueño, pero Israel no reconoce a su
Dios; y en la versión griega de Habacuc 3,2 se dice que el Señor se dará a conocer
en medio de dos animales. La Madre, también en el centro, está vestida de rojo
como una reina y recostada sobre un paño precioso; su perpetua virginidad se
indica con tres estrellas, sobre la frente y los hombros. Parece apartar su mirada
del Niño, preparado para el sacrificio. La encarnación no es sólo obra de Dios, sino
también de María, de su fe y de su libre voluntad. El número de los ángeles varía lo
mismo que su postura: se dirigen a los pastores o miran al cielo; a veces se cubren
las manos, en señal de adoración. Los pastores, que representan al resto fiel del
pueblo judío, reciben el anuncio de los ángeles, vigilan las ovejas, tocan la flauta o
llevan dones al Niño. El ícono muestra a los magos de viaje rumbo a Belén, a pie o
a caballo y vestidos a la usanza persa; uno de ellos puede señalar con la mano la
estrella que les sirve de guía. Representan a los “goyim”, las naciones paganas que
entran a formar parte del nuevo pueblo de Dios; también personifican a los
hombres de ciencia y de cultura, a quienes Dios atrae por medio de la búsqueda en
que están empeñados. En el plano inferior se encuentra José sentado, con la cabeza
apoyada en el brazo en actitud pensativa, como cavilando ante el misterio. Ante él
hay un personaje, o dos, uno de ellos vestido de pieles, interpretados
diversamente: un pastor, o el diablo que pretende inducirlo a dudar, o Adán que le
recuerda las profecías cumplidas en el parto virginal de María. En el extremo
opuesto suele ubicarse el baño del Niño, episodio que procede de los apócrifos y
que subraya la condición humana de Jesús; de las dos mujeres en acción una
parece ser Eva, que ha venido a contemplar con sus propios ojos el cumplimiento
de la redención.
Todo el misterio de Navidad, en su profundidad dogmática y en su comunicativa
belleza, se encuentra resumido en el ícono. Romano el Músico lo tradujo
poéticamente así: “La Virgen en este día da a luz al Supraesencial y la tierra ofrece
una gruta al Inaccesible; los ángeles cantan su gloria con los pastores y los magos
caminan guiados por la estrella; por nosotros ha nacido el Dios anterior a los
siglos”.
+ Héctor Aguer
Arzobispo de La Plata