Comentario al evangelio del Lunes 21 de Enero del 2013
Queridos amigos:
Jesús apareció sobre la tierra en medio del judaísmo en un momento en que este pueblo alimentaba
febriles esperanzas apocalípticas. La repetida experiencia de opresión por otros pueblo (en aquel
momento por el Imperio Romano) y de corrupción interna de la propia comunidad de la Alianza hacían
desear y esperar una intervención violenta y terrible de Dios que cambiaría aquel estado de cosas.
Pensaban en cataclismos cósmicos como marco de un juicio y castigo implacable sobre los pecadores.
En esa dirección va la predicación de Juan el Bautista, con el que Jesús por un tiempo tuvo notable
sintonía.
Pero, por lo general, la predicación de Jesús tiene otra orientación. La conversión a la que él llama es
diferente: se trata de apertura a la gracia perdonadora de Dios y a dejarse afectar ya por la energía
vivificante de los tiempos mesiánicos. Jesús no sólo remite a un futuro próximo, sino que invita a vivir
ya la gozosa presencia del final. Y su modo de hablar tiene siempre una peculiar profundidad que roza
la polisemia: sin nombrarse a sí mismo está hablando de sí mismo. Él es el mensajero y el mensaje;
escucharle a él y adherirse a su persona no es un mero informarse de lo que va a suceder o ya está
sucediendo: es introducirse de lleno en el mundo nuevo, vivir dentro de uno la consecuencia de
aquellos supuestos cambios cósmicos que anunciaba la apocalíptica. Entrar en el grupo de Jesús es
entrar ya anticipadamente en la gloria, pues él es el portador de la gloria: “la Palabra habitó entre
nosotros y hemos visto su gloria” (Jn 1,14). Pablo de Tarso lo formulará magistralmente: “el que está
en Cristo es una criatura nueva; lo viejo ha pasado, todo es nuevo” (2Cor 5,17).
Ese entusiasmo por la novedad es le que llevó a Jesús a proclamar las bienaventuranzas, a anunciar el
año de gracia del Señor, a liberar de la esclavitud del literalismo legal, a crear en torno a sí un ambiente
festivo… Sus discípulos ya no se atienen al ayuno devocional y penitente del judaísmo. Y los pecadores
que le siguen respiran aire fresco… Con Jesús todo comienza a ser de otra manera.
Pero el ser humano lleva frecuentemente consigo una morbosa tendencia a torturarse, a mirar sólo
hacia la propia miseria y anclarse en ella; es consecuencia de la autosuficiencia que no le permite dejar
que le rehagan, que le liberen de sus propias ataduras. El anuncio entusiasta de Jesús no tuvo acogida
general; algunos realizaron un cierto esfuerzo por ello, pero sin decidirse a romper con su pasado: se
quedaron en la mera componenda y así su transformación fue sólo parcial y superficial, como los
antiguos remiendos de los vestidos. Otros se opusieron radicalmente a su programa y acabaron
“arrancándole de la tierra de los vivos” como al Siervo de Yahvé.
Jesús nos invita hoy a dejarnos renovar a fondo, a entrar en la peculiar fiesta que él mismo organiza, a
que seamos sus amigos y disfrutemos de sus bodas con la Iglesia esposa. Tenemos el inmenso
privilegio de ser los amigos del Novio; “dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero” (Ap
19,7)
Vuestro hermano en la fe
Severiano Blanco cmf
Severiano Blanco, cmf