Comentario al evangelio del Miércoles 23 de Enero del 2013
Queridos amigos:
Se cuenta que el estrafalario Papa Luna (Benedicto XIII), al final de su vida, oraba así: “Señor, he
luchado tanto por tu causa que no me ha quedado tiempo para relacionarme contigo”. Alguien ha dicho
–quizá caricaturizando- que los escribas de la época de Jesús estaban tan preocupados por la exactitud
en la interpretación y el cumplimiento de la ley que no les quedaba tiempo ni energías para pensar en
Dios.
El evangelio de hoy es un ejemplo de culto a la ley, e incluso de sentirse a gusto oprimidos por esa
misma ley. Es la descripción del conservadurismo literalista, que olvida lo fundamental del plan de
Dios para disfrutar de lo secundario, y esto incluso deformado. Y es un ejemplo de cerrazón frente a
quien quiere abrir los ojos de sus contemporáneos para que la verdad los haga libres.
Aquí conviene recordar algo que decíamos ayer: “la gloria de Dios es que el hombre viva”. El manco
de la sinagoga es un ejemplo de vida limitada, incluso un buen símbolo de ausencia de “libertad de
movimientos”. Su curación será una muestra palpable de aquello por lo que Dios suspira: la vida
íntegra del hombre, sin limitaciones ni podas. Éste es un valor de tal categoría que Jesús no puede
aplazar su presencia, su realización. Podría parecer muy “razonable” posponer la curación siquiera un
día, y así no “escandalizar” a nadie trasgrediendo el sábado. Peo el estilo de Jesús es otro.
Con motivo de otra curación realizada por Jesús en día festivo, comentaba un jefe de sinagoga con
aparente “sensatez”: “hay seis días laborables; venid en ellos a curaros, pero no en sábado” (Lc 13,14).
La “sensatez” mal entendida puede convertirse en fuerza paralizante. Jesús podría también –en el caso
que meditamos hoy- haberse retirado “sensatamente” a un rincón de la sinagoga y haber curado allí,
sin hacerse notar, sin “escandalizar”. Pero prefirió hacerlo “en medio”, despertando previamente la
atención de todos, y en clima de una no disimulada irritación: les dirigió una “mirada airada”.
El Jesús “manso y humilde de corazón” es simultáneamente el Jesús profeta, lleno de celo por la causa
de Dios, como lo fue Elías y tantos otros; por eso, en varios lugares evangélicos, le encontramos con
sentimientos de ira o indignación. No todo es tolerable; no a todo se pueden aplicar “paños calientes”.
Ciertamente Jesús es siempre dueño de sí, y nunca víctima de estados de cólera, ansiedad u otras
sensaciones enfermizas, pero no disimula sus desacuerdos, y, llegado el caso, pronuncia sus “ayes”
con toda energía.
El testimonio evangélico exige hoy en ciertos ambientes una notable dosis de audacia, de
“agresividad”. Es un ir contra corriente, llevando como oferta la “desmesura”. Ello puede poner en
peligro nuestras propias seguridades, y atraernos el rechazo y las iras de los “fariseos y herodianos” de
nuestro tiempo, muy interesados en que “no se mueva nada”. Pero los verdaderos testigos “no amaron
tanto su vida que temieran la muerte” (Ap 12,11); Jesús fue el primero de ellos, el que siguió adelante
a pesar de riesgos bien conocidos por él.
Vuestro hermano en la fe
Severiano Blanco cmf
Severiano Blanco, cmf