Comentario al evangelio del Sábado 26 de Enero del 2013
Queridos amigos:
Ayer, por ser la fiesta de la conversión de San Pablo, interrumpimos la lectura continuada del
evangelio de Marcos y perdimos un poco el hilo; en la lectura continua habríamos leído la narración de
la elección de los Doce, que en adelante acompañarán a Jesús de forma estable y colaborarán en su
anuncio de ala Buena Noticia (cf. Mc 3,14). A partir de ahí, el evangelista construye un pequeño
tratado sobre la familia de Jesús; la verdadera familia la constituye el grupo de seguidores; la falsa
familia son los parientes carnales (3,20-21; 3,31-35) y los escribas (3,22-30), que no le entienden.
La impresión que nos deja lo leído hoy es que los parientes de Jesús se avergüenzan de él y quizá
temen por las consecuencias de su forma de hablar y actuar. Su conducta les tuvo que resultar extraña y
peligrosa. Su anuncio del Reino que viene podría suscitar suspicacias en la corte de Herodes Antipas,
reyezuelo tolerado por Roma, a cuyos ojos Jesús quizá aparezca como un vulgar celota deseoso de
sacudir el yugo extranjero que pesa sobre Israel; Lucas ha conservado un texto en que a Jesús se le
avisa de que Herodes quiere matarle (13,31). Por otro lado, su vida providencialista e itinerante,
rodeado de discípulos y discípulas que llevan ese mismo estilo, le convierte en un inadaptado, un
marginal que no se acomoda a lo que se considera sensatez. A sus años, lo razonable sería haberse
casado y tener una estabilidad de lugar y una profesión para mantener a la familia; como hacía todo el
mundo. Es normal que no le entiendan.
Hace pocos días veíamos que Jesús pretendía un cambio radical de la sociedad; no se conformaba con
parches o “remiendos” ni consideraba útiles los “odres viejos”. La causa del Padre, el anuncio y
establecimiento del Reino eran para él algo tan seductor que posponía todo lo demás. Él habla de quien
encuentra un tesoro escondido y, “lleno de alegría por el hallazgo” (Mt 13,44), vende todo para
adquirir aquel tesoro; afirmaba también que la seducción del Reino dejaba a algunos como
“incapacitados” para el matrimonio (Mt 19,12). Son afirmaciones de indudable carácter
autobiográfico; Jesús pudo añadir: “eso es cabalmente lo que me ha sucedido a mí”.
San Pablo hablaba de “la necedad de Dios”, y del evangelio como “escándalo para los judíos y
necedad para los griegos” (1Cor 1,23-25). En relación con ello, distinguía un antiguo conocimiento,
“según la carne”, y uno nuevo, nueva forma de ver y valorar, resumiendo todo en la frase lapidaria: “el
que está en Cristo es una criatura nueva” (2Cor 5,17). Y lo nuevo descoloca, desconcierta, nos tira los
esquemas.
Lo de Jesús no fue un caso aislado. Su seguidor llevará una vida inconformista, frecuentemente
inexplicable; muchos pensarán que se ha trastornado, que ha perdido el buen sentido. Ya en la época de
cristiandad costaba entender una opción por la vida consagrada o sacerdotal, y mucho más por la
monástica o eremítica. Hoy hemos llegado más lejos; en muchos casos el que frecuenta una iglesia
tiene que dar explicaciones; y lo peor es que éstas suelen resultar ininteligibles, pues “el corazón tiene
razones que la razón no conoce” (Pascal). El “conocimiento” que lleva a la “inadaptación” es en gran
medida intransferible; sólo quien ha encontrado a Jesús y camina con Él entiende algo de su proyecto y
deriva hacia un comportamiento “cuestionante”. Sucede como en el romance del conde Arnaldos: “yo
no digo esa canción sino a quien migo va”.
Vuestro hermano en la fe
Severiano Blanco cmf
Severiano Blanco, cmf