SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA
Homilía del P. Abad Josep M. Soler
15 de agosto de 2012
Ap 11, 19, 12, 1-6.10; Lc 1, 39-56
Queridos hermanos y hermanas: Para quien está familiarizado con la Sagrada
Escritura, este episodio de la Visitación de María a su prima Isabel, tiene muchas
resonancias del episodio bíblico del traslado del arca de la alianza a Jerusalén que
hizo David, el rey de Israel (cf. 1cr 15, 3-16). Desde esta perspectiva, pues, María nos
es presentada como el arca de la nueva alianza , como el santuario en el que Dios
hecho hombre habita en medio de su pueblo. La antigua arca de madera, ha sido
sustituida por el vientre virginal de María en el que Dios se ha hecho alojado. Como en
el traslado del arca en tiempos de David, el viaje de María, llevando a Jesús en su
seno, hacia la montaña de Judá para visitar a su prima, es portador de bendición y
está rodeado de alegría, hasta el punto que Juan Bautista salta de alegría en las
entrañas de su madre.
No nos debe sorprender, por tanto, que los Padres de la Iglesia y la tradición litúrgica
apliquen en Santa María lo que hemos escuchado en la primera lectura, el Vidente de
del Apocalipsis decía que se abrió el cielo y apareció el arca de la alianza . Y a
continuación hablaba del gran prodigio que vio: una mujer vestida de sol, la luna por
pedestal, coronada con doce estrellas. Podemos aplicar, por lo menos de una manera
simbólica, esta visión a Aquella que hoy, en la solemnidad de la Asunción,
contemplamos plena gloria en el reino de su Hijo, Jesucristo.
Ella, María, sintetiza y personifica esta mujer de la que el libro del Apocalipsis dice que
ha puesto en el mundo un hijo que gobernará todas las naciones . Esta mujer
personificada en María, tal como es descrita en los dolores del alumbramiento,
designa en primer lugar a la Iglesia, que sigue poniendo en el mundo a Jesucristo y
engendrando cristianos en medio de las pruebas y de las persecuciones. De todos
modos, tal como dice el Vidente del Apocalipsis, a pesar del poder de las fuerzas del
mal, personificadas en el gran dragón rojo que quiere devorar el hijo de la mujer , Dios
sale victorioso. La resurrección de Jesucristo, llevado hacia Dios para tomar posesión
de su trono , inaugura la derrota del dragón , que el libro del Apocalipsis identifica con
Satanás y con la serpiente antigua que tentó a Adán y Eva según el libro del Génesis
(cf. Gn 3, 1-7). De esta victoria radical, participa de una manera total y plena la Madre
de Jesús, adornada con la su santidad única y que hoy resplandece ante los fieles
como un signo de consuelo y de esperanza.
Porque la lucha entre el Espíritu del Mal y los cristianos continúa en nuestros días. En
este sentido, podemos decir que la solemnidad de hoy nos ayuda a encontrar el
sentido cristiano de la historia humana, con sus luchas y sus dolores. La resurrección
de Jesucristo, ya ha inaugurado la nueva era del Reino de Dios; la gracia del Mesías
está presente en los creyentes y los mueve a trabajar por el bien y por la justicia y el
Espíritu actúa en el mundo; la Iglesia continúa su misión de anunciar el Evangelio y de
engendrar nuevos hijos de Dios,... Pero todavía no ha llegado la plenitud final.
Mientras no llegue, los cristianos hemos de continuar el combate espiritual contra el
pecado y la falta de espíritu evangélico para ir transformando nuestro interior según
Dios. Tenemos que ir luchando y trabajando, también, por un mundo más justo y
fraterno, sabiendo que nuestro testimonio cristiano no será compartido por todos,
porque defendemos unos valores, una visión del ser humano y un proyecto de
solidaridad y de justicia que son contrarios a otras visiones y a muchos intereses que
quieren dominar la sociedad, que quieren imponer modos de hacer y quieren controlar
la economía. Quizás no seremos atacados de frente, pero si desacreditados o
ridiculizados. El dragón , el Espíritu del Mal, continúa queriendo devorar el mensaje de
Jesús y el Mesías que la Iglesia pone constantemente en el mundo. Pero Dios nos
protege y nos alimenta con los frutos de la resurrección del Señor, con su Palabra, con
sus sacramentos, y nos hace fuertes con la comunión fraterna. La actitud que
corresponde a esta realidad que nos toca vivir es la perseverancia y el trabajo
indefectible para construir un mundo mejor, vigorizados por la esperanza pascual y por
la realización que contemplamos en María.
En nuestros días, estamos viendo cuáles son los resultados de querer crear una
sociedad sin la dimensión espiritual, sin Dios y sin los principios éticos que han
sustentado el pensamiento occidental nutrido por la tradición cristiana. Olvidando a
Dios y dejando de lado estos principios, se ha creado una situación que conlleva una
inmensa vacío del alma. Hemos visto, también, que la economía funcionaba "como un
interminable canibalismo de egoísmos y de intereses", por decirlo con palabras
recientes de un pensador (cf. Gabriel Magalhaes, La partícula espiritual, en La
Vanguardia , 30/07/2012, p. 18). La lógica de los mercados financieros, con la locura
de su especulación, ha tenido y tiene repercusiones que pesan sobre las familias y
sobre las clases sociales más débiles; ha crecido el paro y ha aumentado el número
de quienes viven por debajo del umbral de la pobreza, con la correspondiente
situación injusta y angustiosa y la marginación creciente. Aumenta la desconfianza en
los políticos, por los abusos de unos y por una gestión muy cuestionada de otros.
Aumenta la desconfianza en la banca y en las demás instituciones financieras.
Algunos pilares fundamentales de la sociedad se tambalean. Hay, pues, que aportar
nuevas actitudes en la vida pública que superen una visión puramente materialista y
utilitarista de la realidad. Y hay, también, que redescubrir la dimensión espiritual que
nutre la ética de la persona y de la sociedad.
La asunción de Santa María, que celebramos hoy, nos descubre cuál es el horizonte
de nuestra existencia, cuál es la grandeza de cada ser humano. Somos hombres y
mujeres portadores de una fuerza espiritual, llamados a una plenitud que se inicia en
esta vida pero que no llegará a su pleno desarrollo hasta que no lleguemos a la vida
futura. Ahora, hemos de vivir desde el amor la relación con Dios y la transformación de
las realidades terrenas y abrirnos a la realidad futura, eterna, donde reina la plenitud
del amor. De aquí podemos sacar la luz y la fuerza para vivir con alegría y con
esperanza el presente. A nosotros nos toca hacer nuestra parte, otros, tendrán que
hacer otra; siempre sostenidos y nutridos por el Señor resucitado presente en la
Eucaristía. Hasta que llegue la hora en la que será plenamente realidad el grito
vigoroso con que terminaba la primera lectura: Ahora se estableció la salud y el
poderío, y el reinado de nuestro Dios, y la potestad de su Cristo . Es ya realidad en
María y en los santos. Y lo será más adelante para todos los hombres y mujeres de
buena voluntad.