DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO (B)
Homilía del P. Josep Miquel Bausset, monje de Montserrat
9 de septiembre de 2012
"Decid a los cobardes de corazón: sed fuertes, no temáis" (Is 35, 4). Quisiera,
hermanas y hermanos, que estas palabras del profeta Isaías, fueran hoy el grito de la
Iglesia que, un domingo más en nuestra Pascua semanal, es convocada por el Señor
Resucitado, presente entre nosotros. Es Dios " mismo quien os viene a salvar ". Es Dios
mismo quien viene a curar y a animar a su pueblo, cansado, abatido, a menudo
desencantado.
Y es Dios quien viene a curar nuestras heridas ya acompañarnos en el camino de la
vida. Como Jesús hizo con aquel hombre sordo del Evangelio de hoy (Mc 7, 31-37).
Acogido por unos y rechazado por otros, Jesús anunciaba con el milagro del sordo,
que la Iglesia debe ser siempre lugar de misericordia y de curación. Y de acogida.
¡Ábrete! dijo Jesús a aquel hombre. Y ábrete, dice Jesús hoy a la Iglesia y a cada uno
de nosotros. Ábrete a la Palabra y a la fe. Abrámonos a la acción del Espíritu, para
hacer posible unas comunidades fraternas y acogedoras, que no hagan diferencias
entre aquellos que van bien vestidos y con anillos de oro y los pobres, que son
sacramento de Cristo y a quien Dios ha hecho " herederos del Reino " (Sant 2, 5).
Hace dos mil años, Jesús vino a revelarnos el poder sanador de ese Dios que "hace
justicia a los oprimidos, el Señor abre los ojos al ciego, el Señor endereza a los que ya
se doblan, el Señor guarda a los peregrinos. y trastorna el camino de los malvados."
(Sal 145) .
Y por eso, Jesús, también hoy, viene a curar nuestras vidas, como curó al sordo del
Evangelio que ha sido proclamado. Y Jesús viene también a consolar, a salvar, a
rescatar personas, ¡no bancos!, A dar esperanza a todos los que viven hundidos en el
desánimo o abatidos por los miedos. También hoy, Jesús viene a curar nuestra
sordera y nuestra mudez, para que escuchemos y asumamos el sufrimiento de nuestro
mundo. Y para que denunciemos las injusticias que aplastan la dignidad de los
hombres y de los pueblos: la pobreza, el hambre, la violencia, los negocios que
atentan contra la dignidad de las personas, el fraude y las mentiras, la corrupción o la
prepotencia de los Estados sobre las naciones que luchan por su libertad.
Estas últimas semanas, hemos conocido el caso del destrozo del Ecce Homo de Borja.
Pero, ¿cuántos Ecce Homo hay en nuestra sociedad? Cuántos hombres y mujeres se
encuentran marcados por el dolor y por el sufrimiento, como el sordo del Evangelio?
En ese pueblo aragonés, ya prevén la restauración de ese Ecce Homo desfigurado y
destrozado. Pero, ¿cuándo restauraremos, cuando devolveremos la figura original a
tantos hombres y mujeres destrozados y desfigurados por la crisis económica y por el
egoísmo de quienes se han enriquecido empobreciendo a los demás?
Jesús curando el sordo, restituyó, retornó a ese hombre su imagen original. También
desde hace dos mil años, la Iglesia tiene por misión curar, consolar, infundir paz y
esperanza, rescatar y acoger a los sordos y a los mudos de nuestra sociedad. Y por
eso, para seguir el ejemplo del Maestro, la Iglesia debe ser la voz de quienes no tienen
voz, para defender la causa de los oprimidos y de los marginados. Hoy, la Iglesia alza
su voz para defender a los parados, a los jóvenes que con dolor buscan empleo, a las
familias desahuciadas y a todos aquellos que no pueden llegar a fin de mes, los
enfermos, los ancianos que viven solos. ¡Y también los pueblos que anhelan vivir en
libertad!
¡Effetá! ¡Ábrete! Abrámonos al Dios de Jesús, al Dios de la vida. Un Dios que libera y
que salva. Abramos nuestra Iglesia a la alegría que viene de Dios, para que las
comunidades cristianas sean siempre un lugar de liberación y de sanación. Dios que
actúa en la historia, ayer y hoy, sólo lo hace liberándonos del miedo, de los miedos y
de todo tipo de esclavitudes. Y liberando las conciencias oprimidas y enfermas.
Nuestro Dios no es el Dios de los miedos, no es el Dios que esclaviza, sino el Dios que
libera. ¡Ábrete! ¡Effetá! Abrámonos al Dios amigo de la vida, para reproducir hoy en
nuestro mundo, los signos de curación que hizo Jesús. Unos signos que deben hacer
nacer una Iglesia alejada de las condenas, una Iglesia más libre y por ello, más
creíble. Y más fiel al espíritu de las bienaventuranzas. Con una manera de hacer más
fraterna, abramos en la Iglesia y en el mundo un tiempo mesiánico hecho de
comprensión y de compasión, de esperanza para los desesperados y de alegría para
quienes viven abatidos y cansados.
Dejémonos curar por Jesús. Y como el Maestro, sepamos repartir salud y consuelo.
¡No condenes! Porque Jesús viene a decirnos que nuestro Dios es el Dios que salva y
que acoge a todos. Porque Jesús viene a manifestar y a anunciar que nuestro Dios no
es un Dios opresor, sino el Dios que apoya a los oprimidos.
Que el Espíritu del Señor Resucitado haga nacer una Iglesia que acoja sin juzgar, que
perdone sin condenar, que escuche antes de hablar. Y que cure todas heridas que
llevamos en el corazón.