DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO (B)
Homilía del P. Bonifaci Tordera, monje de Montserrat
7 de octubre de 2012
En el judaísmo del tiempo de Jesús era aceptada como algo normal la posibilidad de
repudiar a la esposa, y esto amparándose en el texto del Dt 24,1 que dice: "Si uno se
casa con una mujer y luego no le gusta, porque descubre en ella algo vergonzoso, y le
escribe el acta de divorcio, se la entrega, y la echa de casa,…" esta mujer ya no se
podía volver a casar con este hombre, según el Dt. Que esta costumbre era admitida
naturalmente también lo demuestra la reacción de los discípulos en el Evangelio de
San Mateo en el mismo pasaje, cuando tras recalcar Jesús que el que se casa con
una mujer que ha sido repudiada es adúltero, le responden: "si es así, la situación del
hombre con la mujer es mejor no casarse".
Con todo, entre las escuelas rabínicas había diversidad de opiniones sobre los motivos
de lo que era vergonzoso. Se comprende, pues, que los fariseos hicieran a Jesús la
pregunta, para probarlo: " ¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?". Y Jesús
responde con otra pregunta: "¿Qué os ha mandado Moisés?", Y le responden que no
manda, sino que lo permite. Y Jesús añade entonces su opinión: " Por vuestra
terquedad dejó escrito Moisés este precepto". Es decir, por las malas disposiciones
que hay en el hombre que no le permiten asumir la voluntad de Dios. Esta voluntad de
Dios, desde el principio, y tal como lo hemos escuchado en la primera lectura del
Génesis, se manifestó al hacer la mujer de la misma naturaleza que el hombre, de
modo que el hombre la reconoció como de la misma condición que él: "¡Ésta sí que es
hueso de mis huesos y carne de mi carne!". Y por esta misma atracción, " Por eso,
dice el texto, abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y
serán los dos una sola carne". Y Jesús remacha este texto diciendo "lo que Dios ha
unido que no lo separe el hombre". Una vez en casa, cuando los discípulos le
preguntan nuevamente sobre el tema, Jesús ratifica: "Si uno se divorcia de su mujer y
se casa con otra, comete adulterio contra la primera". No hay, pues, ni matices ni
escapatoria.
Esta prohibición del repudio tradicional por parte de Jesús, ya la encontramos en el
sermón de la montaña, y es una de las rupturas más claras de Jesús respecto a la Ley
de Moisés. Y con esto Jesús se sitúa contra la Ley con la misma letra de la ley. Jesús
sabe cuál es el plan de Dios y eso es lo que él predica y lo que exige de aquellos que
lo quieren seguir. Es la voluntad de Dios sobre el hombre. La solución al matrimonio,
pues, no es la facilidad de separar, sino la convicción de mantener la unidad. Todo al
revés de lo que hoy vemos. Según las estadísticas, el 60% de bodas en España no se
hacen por la Iglesia. Aparte de las uniones libres. ¡Posible indicio de inseguridad! De
ahí el miedo del compromiso definitivo.
Quizás me replicaréis que las situaciones humanas son muy complicadas y la fidelidad
se hace difícil de conseguir. Es cierto. También Jesús lo comprendió. Cuando le
presentaron a una mujer atrapada en flagrante adulterio no la condenó, sino que la
perdonó y la restituyó a su dignidad. Eso sí, diciéndole que no pecara más. E
igualmente el Evangelio de Mateo habla de "quien repudia a su mujer -salvo un caso
de fornicación (o de unión ilegal) - [expresión difícil de precisar] y se casa con otra,
comete adulterio". Así, pues, ya surge una excepción. Y también San Pablo, cuando
permite que se pueden separar unos esposos cuando uno de ellos no es cristiano, y lo
quiere.
También hoy la Iglesia ha ampliado el abanico de razones de nulidad o de separación,
teniendo en cuenta los conocimientos científicos más profundos del ser humano
cuando toma decisiones. Y recordemos las peticiones de revisión sobre el tema
hechas por obispos, especialmente por el recientemente fallecido Cardenal Martini.
Con todo, la Iglesia nunca podrá dejar de predicar, tal como Jesús lo hizo, que Dios ha
hecho de la unión del hombre y la mujer una sola carne, y que toda separación es un
desgarro de esta unión, que va contra la voluntad de Dios. No podemos, pues,
banalizar cualquier decisión en un asunto tan serio, y no sólo por el trauma de los
casados sino también, y quizá más aún, por la frustración de los hijos que sufren la
falta de uno de sus progenitores. ¿No puede ser que los comportamientos
desbordados de muchos jóvenes de hoy tengan su causa original en la destrucción de
su hogar? ¿Y también su inseguridad? La voluntad de Dios no va contra el hombre
sino que le propone su bien y su felicidad. Él conoce bien la fragilidad humana y por
eso nos dice "sin mí no podéis hacer nada". Hay que pedirle su gracia pero también
hay que tomarse la decisión para casarse muy en serio, y no a la ligera.