II Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
Introducción a las lecturas
La carta a los Hebreos, que leemos en estas primeras semanas, es el único
escrito del NT en que se atribuye a Cristo la condición de sumo sacerdote.
Sorprende tanto más cuanto que él no pertenecía a la tribu sacerdotal de Israel
–la tribu de Leví-, ni ejerció actividad alguna de ese tipo en el templo, ni su
muerte tuvo ninguna referencia cultual; más bien se enfrentó con los sacerdotes
y fue condenado por ellos como un maldito. Por eso, el autor de este escrito
habla de un sacerdocio completamente distinto al del AT. Dios mismo es quien
ha constituido a Cristo Jesús sacerdote de la nueva alianza, plenamente grato a
sus ojos, porque es su Hijo, y plenamente identificado con sus hermanos los
hombres, por su encarnación en la historia humana; capaz, por tanto, de
comprender nuestras debilidades, de compadecerse de ellas y de interceder
eficazmente por nosotros ante el trono de Dios, habiendo entregado su propia
vida por nosotros. De ahí surge una exhortación imperiosa a vivir de acuerdo
con estas convicciones, con fe y perseverancia, a fin de que se cumpla lo que
esperamos y nos ha sido prometido.
En esta semana celebra la Iglesia a dos conocidos santos del siglo IV: santa
Inés, mártir de la fe siendo aún una niña, cuyo nombre figura en una de las
Plegarias eucarísticas; y san Vicente, el joven diácono de Zaragoza, martirizado
en Valencia, ciudad que lo venera como patrón.
Tamién celebramos esta semana a: san Francisco de Sales (patrono de los
periodistas por la agilidad de su pluma al servicio de la catequesis), cuya
encantadora espiritualidad, especialmente dirigida a los laicos, manifiesta el
gusto por “estas tres virtudes insignificantes: la dulzura del corazón, la pobreza
de espíritu y la sencillez de la vida”; los santos Timoteo y Tito, íntimos
colaboradores de san Pablo, cuya conversión celebramos el viernes.
Fray Emilio García Álvarez
Convento de Santo Domingo. Caleruega
(Burgos)
Con permiso de dominicos.org