I Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
Introducción a la semana
El "Tiempo Ordinario" o "Tiempo durante el Año"
Esta denominación que se le da a la parte más extensa del año litúrgico designa
una serie de 33 ó 34 semanas (según los años) distribuidas en dos períodos. El
primero de ellos, más breve, comienza el lunes que sigue a la fiesta del
Bautismo del Señor y termina la víspera del Miércoles de Ceniza. El otro va del
lunes que sigue a la solemnidad de Pentecostés hasta el Adviento. Este tiempo
no es menos importante que los llamados “Tiempos fuertes” (Adviento-Navidad-
Epifanía, por una parte; y Cuaresma-Semana Santa-Tiempo pascual, por otra).
En él se va siguiendo fundamentalmente toda la “vida pública” de Jesús, al hilo
de los evangelios, sobre todo los de los domingos. Se reparten en tres ciclos (A,
B y C), para que podamos recorrer en la misma liturgia la mayor parte de esos
textos sagrados y compenetrarnos poco a poco con el misterio de Cristo, que se
nos va descubriendo a la luz de sus palabras y de sus obras. Al hacerlo así, de
manera gradual, vamos ahondando casi sin darnos cuenta en los múltiples
matices del misterio cristiano que compartimos con nuestros hermanos en la fe.
La primera semana
La primera semana de este tiempo enlaza con el domingo del Bautismo del
Señor. Jesús se da a conocer en la escena del Jordán y comienza desde entonces
su actividad evangelizadora: anuncia la Buena Noticia, enseña de manera
convincente, cura enfermos, se acerca a los pecadores y perdona sus pecados,
invita a todos a la conversión; es casi una síntesis completa de su misión entre
nosotros.
Junto a este mensaje condensado de la presencia benéfica de Jesús en el mundo
(de la que acabamos de celebrar sus comienzos en las fiestas de Navidad),
escuchamos también las reflexiones de sus primeros discípulos. En este caso, las
del autor de la carta a los Hebreos, que se extenderá a lo largo de cuatro
semanas. Empieza declarando a los fieles de procedencia judía que Dios nos ha
hablado ahora con un nuevo lenguaje: “por medio del Hijo”. Un lenguaje que no
es sólo de palabras (porque ese Hijo “ha padecido la muerte para bien de
todos”). Y que pide de nosotros una respuesta de fe: “Mantengamos la confesión
de la fe… para alcanzar misericordia”.
\Fray
Emilio
García
Álvarez
Convento de Santo Domingo. Caleruega (Burgos)
Con permiso de dominicos.org