II Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
Martes
Dios no olvida nuestro trabajo y nuestro amor hacia él, sobre todo el
deseo de cumplir su voluntad, que es nuestra salvación
“Un sábado, cruzaba Jesús por los sembrados, y sus discípulos
empezaron a abrir camino arrancando espigas. Decíanle los
fariseos: «Mira ¿por qué hacen en sábado lo que no es lícito?». Él
les dice: «¿Nunca habéis leído lo que hizo David cuando tuvo
necesidad, y él y los que le acompañaban sintieron hambre, cómo
entró en la Casa de Dios, en tiempos del Sumo Sacerdote Abiatar, y
comió los panes de la presencia, que sólo a los sacerdotes es lícito
comer, y dio también a los que estaban con él?». Y les dijo: «El
sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el
sábado. De suerte que el Hijo del hombre también es señor del
sábado»” (Marcos 2,23-28).
1. Los judíos han mitificado el sábado, como algo santo, divino, y
Jesús les dice que «el sábado ha sido instituido para el hombre y no el
hombre para el sábado. De suerte que el Hijo del hombre también es
señor del sábado». Jesús no quiere que la norma esté por encima de la
persona hasta agobiarla. La norma es para ayud ar a al persona: «Mi yugo
es ligero, yo os doy descanso. El Hijo del hombre es el verdadero señor del
sábado. Pues el Hijo del hombre es ahora el sábado de Israel; es nuestro
modo de comportarnos como Dios» (rabino Neusner). Esto significa, para
un judío, ponerse en lugar de Moisés, como el nuevo Moisés que explica en
nombre de Dios la ley y su lugar. Está en juego la reivindicación de
autoridad por parte de Jesús: «Ahora Jesús está en la montaña y ocupa el
lugar de la Torá… Tu maestro ¿es Dios?"» (id).
Algunos modernos con poca fe en la divinidad de Jesús, han dicho
que Jesús fue mitificado, pero bien dijo Romano Guardini que no se puede
tomar a Jesús más que como Dios o un loco o un mentiroso que ha dicho
cosas sublimes pero engañó. Sin embargo, vemos que la locura no es
correlativa a su magnífica doctrina de amor que nos da vida, con su lógica
impecable habla de una doctrina verdadera como nunca hubo, es el culmen
de sabiduría humana y divina; y la sublimidad de su vida que entrega hasta
la muerte no es tampoco la que corresponde a un malvado, un mentiroso
perverso. Sí, Jesús es “se￱or del sábado”, es Dios, esta es nuestra fe, y su
figura nos ayuda a creer. Sí, creemos que tú, Jesús, vienes a liberarnos de
la misma norma, y nos ayudas a no ser esclavos sino libres, obedecer por
amor.
Hoy como ayer, tomamos el rábano por las hojas, y entendemos
muchas veces la moral como cumplir cosas. Estamos muy contraminados
por cuanto dijo Kant (en “Lo bello y lo sublime”), cuando afirma que la ética
no está en la bondad del corazón, que lo ético hay que situarlo en las
normas externas a la persona… en cumplir. Esta separaci￳n entre ética y
corazón del hombre, es causa de muchos males: estética separada de la
bondad, el amor de la verdad, etc. Total, que estamos ante un nuevo
fariseísmo, y para decirlo en dos palabras, ha degenerado en puritanismo,
actualmente estatalista, y si el Gobierno dice que lo criminal es fumar, pues
con no fumar ya puedo tener la conciencia tranquila. Pero Jesús nos dice, a
nuestra sociedad, nuevamente farisea, que la cosa no es así. San Agustín lo
resumi￳ con aquel: ᆱAma y haz lo que quierasᄏ. “¿Lo hemos entendido
bien, o todavía la obsesión por aquello que es secundario ahoga el amor
que hay que poner en todo lo que hacemos? Trabajar, perdonar, corregir, ir
a misa los domingos, cuidar a los enfermos, cumplir los mandamientos...,
¿lo hacemos porque toca o por amor de Dios? Ojalá que estas
consideraciones nos ayuden a vivificar todas nuestras obras con el amor
que el Señor ha puesto en nuestros corazones, precisamente para que le
podamos amar a Él” (Ignasi Fabregat).
También nosotros podemos caer en unas interpretaciones tan
meticulosas de la ley que lleguemos a olvidar el amor. La «letra» puede
matar al «espíritu». La ley es buena y necesaria. La ley es, en realidad, el
camino para llevar a la práctica el amor. Pero por eso mismo no debe ser
absolutizada. El sábado -para nosotros el domingo- está pensado para el
bien del hombre. Es un día en que nos encontramos con Dios, con la
comunidad, con la naturaleza y con nosotros mismos. El descanso es un
gesto profético que nos hace bien a todos, para huir de la esclavitud del
trabajo o de la carrera consumista. El día del Señor también es día del
hombre, con la Eucaristía como momento privilegiado. Pero tampoco
nosotros debemos absolutizar el «cumplimiento» del domingo hasta perder
de vista, por una exagerada casuística, su espíritu y su intención humana y
cristiana. Debemos ver en el domingo sus «valores» más que el «precepto»,
aunque también éste exista y siga vigente.
Las cosas no son importantes porque están mandadas. Están
mandadas porque representan valores importantes para la persona y la
comunidad. Es interesante el lenguaje con que el Código de Derecho
Canónico (1983) expresa ahora el precepto del descanso dominical, por
encima de la casuística de antes sobre las horas y las clases de trabajo: «El
domingo los fieles tienen obligación de participar en la Misa y se abstendrán
además de aquellos trabajos y actividades que impidan dar culto a Dios,
gozar de la alegría propia del día del Señor o disfrutar del debido descanso
de la mente y del cuerpo» (c. 1247). Hay que cuidar el bien espiritual de los
cristianos y también su alegría y de su salud mental y corporal. Tendríamos
que saber distinguir lo que es principal y lo que es secundario. La Iglesia
debería referirlo todo -también sus normas- a Cristo, la verdadera norma y
la ley plena del cristiano (J. Aldazábal).
2. Dios « no se olvida de vuestro trabajo y del amor que Ie
habéis demostrado »; nos dice hoy Hebreos. La fidelidad de Dios no se
desdice nunca de sus promesas y no se dejará ganar en generosidad; Jesús
nos dice que hasta un vaso de agua dado en su nombre tendrá su
recompensa: cuánto más la entrega de nuestra vida en seguimiento de
Jesús; por su amor estamos « anclados » en el cielo; como una barca, para
encontrar seguridad en medio de las olas, echa el ancla buscando terreno
firme, nosotros hemos lanzado nuestra ancla, que es Cristo, al puerto del
cielo: en él tenemos, por tanto, garantía y seguridad.
Por eso, « cobremos ánimos y fuerza los que buscamos refugio
en él, agarrándonos a la esperanza que nos ha ofrecido ». Se trata de
serle fieles no sólo al principio, que es fácil, sino « que cada uno de
vosotros demuestre el mismo empeño hasta el final y no seáis
indolentes ».
« Desearíamos que todos mostraseis el mismo empeño hasta
que esta esperanza sea finalmente realidad ». No se trata básicamente
de realizar unos determinados actos ni de cumplir ciertas normas, sino la fe
y el amor, por una renovada contemplación del misterio de Cristo, donde se
satisfacen nuestras más íntimas aspiraciones. Queremos estar atentos: « Si
hoy oís su voz no endurezcáis el corazón » (3,7; G. Mora).
-“ Tenemos esta esperanza como ancla segura y sólida de
nuestra alma, que penetró hasta más allá del velo del templo
adonde Jesús entró por nosotros, como precursor ”. El «áncora»,
solidez del marino es un símbolo habitual de la esperanza. Aquí la imagen
es usada con una audacia suplementaria: nuestra «áncora» está ya clavada
en los cielos... basta tirar del cabo para lograrlo seguramente. ¡Mi barca
está ya anclada en el cielo! El autor quiere tranquilizar, una vez más, a sus
oyentes hebreos: os sentís frustrados sin la liturgia del Templo, pero no
añoréis nada... pues vuestra «áncora», Jesús, atrae tras sí a todo el nuevo
pueblo en el Santo de los santos, el santuario detrás del velo del Templo
donde sólo penetraba antaño el sumo sacerdote (Noel Quesson).
3. Dios mostró su fidelidad a Abrahán: le prometió « con juramento »
que le llenaría de bendiciones y multiplicaría su descendencia; a pesar de
que no parecía poderse cumplir la promesa, Dios lo hizo; por eso el Salmo
de hoy nos hace decir que « el Señor recuerda siempre su alianza »; por
eso cantamos: “ ¡Aleluya! Doy gracias a Yahveh de todo corazón, en el
consejo de los justos y en la comunidad. Grandes son las obras de
Yahveh, meditadas por los que en ellas se complacen”. Hacemos
memoria agradecida de Yahveh, proclamamos su nombre santo: “ De sus
maravillas ha dejado un memorial. ¡Clemente y compasivo Yahveh!
Ha dado alimento a quienes le temen, se acuerda por siempre de su
alianza. Ha enviado redención a su pueblo, ha fijado para siempre
su alianza; santo y temible es su nombre ”. Aunque el temor pueda
parecer malo, si se entiende bien puede ser principio del saber, y alabar a
Dios es la mejor ciencia: “ Principio del saber, el temor de Yahveh; muy
cuerdos todos los que lo practican. Su alabanza por siempre
permanece” .
Llucià Pou Sabaté